De Tonalá para el mundo
Las creaciones de petatillo de la familia Bernabe son un legado artesanal que engalana las mesas
Licoreras, vasos tequileros, platos anchos, pequeños o para sopa, tazas y jarrones se encuentran en los anaqueles de la galería de la familia Bernabe, (así, sin acento en la “e”), en Tonalá, Jalisco. Aunque hay algunos que son de filigrana o de barro de alta temperatura, otros, los más especiales, son de cerámica de petatillo, una técnica de alfarería que requiere de maestría y años de experiencia por su precisión.
Ya son cuatro generaciones de esta estirpe que han trabajado la cerámica con paciencia. José, el patriarca, tiene 83 años. Sus manos continúan transformando el barro en belleza gracias a su talento, pero sobre todo al deseo de que se mantenga vivo eso que aprendió desde que era niño y que cuida como legado.
Un solo plato puede costar más de cinco mil pesos, y aunque para algunos puede ser “caro”, su desarrollo implica horas de esfuerzo y dedicación: son obras de colección y valen lo que cuestan pues en cada objeto se invierte tiempo, energía y saberes de años.
“En las fiestas grandes en las haciendas de antes usaban hasta 300 platos de estos para una comida. Eso se acabó. Ya todo es muy diferente”, cuenta el artista.
“La verdad es que no son para usarlas de diario, su contexto es otro. A veces a mi esposa le dicen que ha de tener puros trastes así en la cocina, pero no. Esto es algo para ocasiones importantes”, explica.
“Me gusta comer de todo. Siempre hubo frijoles, nopales y queso muy buenos. Pero, ahorita también tengo que adaptarme a lo nuevo, también como hamburguesas, aunque me guste más lo de aquí”, bromea.
Está orgulloso de decir que sus creaciones han llegado a manos de presidentes, sacerdotes, actrices, escritores de renombre y de distintos países, tantos, que hasta tienen un cuarto entero en su casa- taller dedicado a las fotografías, recortes de periódicos, revistas y hasta libros que mencionan su legado.
Sus hijos aprendieron desde pequeños todo el proceso, del barro al pincel, y decidieron mantener vigente el oficio. Daniel, Ramón e Ismael pintan, con pinceles de diferentes grosores y a pulso, mientras los gallos cantan. En sus invenciones hay trazos delicados: ese decorado casi milimétrico asemeja el entramado del petate y es el que le da el nombre a este método.
Las representaciones plasmadas en el barro se han modificado con el tiempo y son parte de un imaginario personal. Lo que no cambia es el sonido que hacen, agrega José, mientras obtiene música como de campanas cuando le pega despacito a un plato sopero.
La tarraja, ese torno usado para el petatillo, fue un invento de José y un amigo. Se ha ido innovando la tradición pues también los artesanos experimentan e implementan nuevas tecnologías, sin perder la condición profunda de lo manual con calidad.
La lista de reconocimientos de José Bernabe es larga. Fue nombrado como uno de los 150 grandes Maestros del Arte Popular en México en 1999 y ganó el Premio Jalisco en 1964. El antropólogo mexicano Juan Briseño dijo alguna vez que “quien hace cucharas, comales y tortillas lo hace con las manos, y estas son respetables”, y esto es infinitamente cierto: las manos son esa parte del cuerpo que permite construir maravillas.