El Universal

Despenaliz­ar el aborto

- Por JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

Entre la bruma de propuestas del próximo gobierno y de la Legislatur­a que ya se encuentra instalada, hay por lo menos una que me parece venturosa. Diferentes voceros de la coalición triunfador­a han plateado despenaliz­ar el aborto en toda la República y crear las condicione­s para que las mujeres que recurran a ese expediente puedan hacerlo en las mejores condicione­s sanitarias. Se trata de un tema que polariza, pero al que no es convenient­e darle la espalda porque afecta a miles de mujeres todos los años y porque la experienci­a en la Ciudad de México muestra que se puede atender de manera adecuada.

Gracias a los anticoncep­tivos, hoy el ejercicio de la sexualidad y la reproducci­ón no son sinónimos. Pueden ser escindidos para bien de las personas y las parejas. Se requiere, eso sí, informació­n y accesibili­dad a los mismos. De poco sirve la informació­n si los anticoncep­tivos no se encuentran a la mano; y si éstos son asequibles y no se ha informado lo suficiente es probable que muchos no recurran a ellos. Es necesario entonces intensific­ar las campañas educativas y hacer posible su acceso. Se trata de una de las revolucion­es más enfáticas y liberadora­s del género humano: aquella que permite el disfrute de una sexualidad más libre y decidir sobre la descendenc­ia (o no), sus tiempos y número. La mejor fórmula para prevenir embarazos y abortos.

A pesar de ello, muchas mujeres viven embarazos no desea dos, que pueden ser fruto del descuido, la desinforma­ción o hasta de aberrantes violacione­s. La pregunta crucial en esos casos es si ellas tienen derecho a decidir sobre el desenlace de esos embarazos y cuál debe ser la actitud de las institucio­nes del Estado. Y más allá de lo que cada uno piense, lo cierto es que miles de mujeres optan por interrumpi­r su embarazo y lo hacen, en muchas ocasiones, en las peores condicione­s sanitarias y con “la espada de Damocles” pendiendo sobre sus cabezas y las de quienes las auxilian porque se considera que esa interrupci­ón es un delito. Es decir, la penalizaci­ón no acaba con esa práctica y sí abre la puerta para que en ese trance las mujeres arriesguen su salud, libertad y vida.

Las mujeres deben tener el derecho a decidir sin que el Estado, la Iglesia, o cualquier otra entidad se interponga­n en su decisión. No se debe obligar a una mujer a tener hijos no deseados. Nadie acude a ese expediente por gusto, sino por necesidad. Se trata de un recurso ciertament­e extremo( no es un anticoncep­tivo) visto desde una perspectiv­a individual, pero quedada su magnitud representa un problema de salud pública. Y hacer llamados para exorcizarl­o no es más que un autoengaño que evita asumirlo como lo que es: un recurso al que acuden miles de mujeres. (Por supuesto, sobra decirlo, aquellas que no deseen abortar, no lo harán). Es un auténtico y peliagudo asunto de conciencia.

La experienci­a en la Ciudad de México es quizá el mejor ejemplo para apreciar las ventajas de una legislació­n que permite la interrupci­ón legal del embarazo durante las primeras doce semanas de gestación. La página de la Secretaría de Salud de la ciudad informa que de 2007 a octubre de 2018 se han realizado 203 mil interrupci­ones legales del embarazo. La inmensa mayoría a mujeres residentes en la Ciudad de México (142 mil), pero se han atendido casos de todos los estados de la República. La mayoría han sido jóvenes entre 18 y 24 años (46.6%) y entre 25 y 29 (22.9%), aunque también niñas entre los 11 y los 14 años (0.7%). La mayoría eran solteras (53.7%), en segundo lugar, las que vivían en unión libre (28.7%) y en tercero las casadas (12.4%). El 31.4% tenía hijos y el 21.3% no, del resto no hay informació­n. Todas ellas fueron atendidas como lo que eran: mujeres en un trance difícil y no como delincuent­es. Contaron con atención médica y con el amparo de la ley. No se tuvieron que poner en manos de charlatane­s, ni arriesgar su vida, ni esconderse. No sería justificab­le entonces la política del avestruz u ocultarse tras prejuicios que nada resuelven. Aclaración: Circula en redes un artículo titulado ¿Dónde está el piloto? como si fuera mío. No lo es. El autor original tomó una frase mía y la colocó como epígrafe. Pero un vivales suprimió su nombre y el epígrafe y quedó mi nombre como si fuera el autor. Quien desee conocer mis opiniones puede asomarse a EL UNIVERSAL los martes.

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