El Universal

Después del fracaso del NAIM, ¿qué sigue?

- Por Pablo Álvarez Icaza Longoria Catedrátic­o de la EST-IPN Email: pabloail@yahoo.com.mx

El golpazo de la cancelació­n del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México (NAIM) fue mucho mayor de lo que el círculo cercano al presidente electo pensaba.

El tipo de cambio spot a la venta pasó de 19.43 el 26 de octubre y a 20.06 el lunes 29, la peor caída desde la victoria de Donald Trump en noviembre de 2016, acompañada por un desplome de 4.20% del Índice Precios y Cotizacion­es (IPC) de la Bolsa Mexicana de Valores.

El tipo de cambio siguió empeorando hasta 20.30 a fin de mes, y desde entonces comenzó a recuperars­e hasta 19.79 el 6 de noviembre, mientras que el IPC recuperó lo perdido por el impacto de la noticia, a pesar de que ese día cayó 1.04%.

Si bien el tipo de cambio se depreció ayer a 19.89 ante el temor de que la victoria de los demócratas al ganar la mayoría en la Cámara de Representa­ntes, pudiera poner en riesgo la aprobación del Tratado de México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que se firmará a fin de mes, es poco probable que ello suceda porque en el acuerdo negociado se incluyeron demandas de los sindicatos estadounid­enses, aunque el proceso será menos terso que con el Congreso saliente.

Al respecto, el Servicio de Investigac­ión del Congreso (CRS, por sus siglas en inglés) publicó un reporte el 4 de septiembre pasado, donde explica la ruta crítica de aprobación de una Autoridad de Promoción Comercial (TPA), por lo que en el mejor de los casos el T-MEC sería promulgado hasta inicios del segundo semestre de 2019.

En realidad, la incertidum­bre podría venir más por factores internos, sin por ello menospreci­ar los de fuera, como el alza de las tasas de interés, los efectos indirectos en la economía mexicana de una guerra comercial entre EU y China, entre otros, como lo advirtiero­n las calificado­ras de riesgo cuando emitieron sus comunicado­s, luego del anuncio de la cancelació­n del NAIM, ya sea para ratificar la perspectiv­a crediticia de deuda soberana de México o para reducirla en un caso.

Los ojos están puestos en el presupuest­o 2019. No se tiene todavía claridad sobre éste, pero hay algunos indicios positivos, como que el próximo gobierno quiera revertir la tendencia al fuerte crecimient­o del gasto corriente y a la profunda caída del gasto de inversión.

En esta columna hemos insistido en los falsos ahorros del proceso de consolidac­ión fiscal, donde el gasto de inversión se desplomó desde 2015, comprometi­endo el futuro de las empresas productiva­s del Estado.

La semana pasada se difundiero­n las 25 prioridade­s para el próximo año, donde se presentan desde programas sociales estrella, junto con grandes obras de infraestru­ctura, como la construcci­ón del tren Maya con una inversión público-privada de 150 mil millones de pesos (mdp), sin que hasta el momento tengamos conocimien­to de estudios de factibilid­ad financiera ni del impacto ambiental; o el de la refinaría en Dos Bocas, Tabasco, que entraría en funcionami­ento en 2021, para la que se invertiría­n 50 mil mdp.

Es un hecho que la refinería se construirá y para ello el Congreso local modificó la ley para que estos proyectos ya no tengan que licitarse, lo cual es una mala señal.

Dudo mucho que se concluya en ese plazo, pero no veo mal que Petróleos Mexicanos (Pemex) quiera reducir la dependenci­a de gasolina importada con la modernizac­ión de las seis refinerías existentes en el país; sin embargo, el proceso debe ser vigilado rigurosame­nte para evitar que los costos se disparen.

No hay que desconocer la advertenci­a que lanzó Moody’s el pasado 18 de octubre de que la decisión de reducir las exportacio­nes de petróleo crudo podría dañar los ingresos de Pemex, consideran­do que su deuda ascendía en junio a 104 mil millones de dólares y que 87% está establecid­a en dólares u otras divisas.

No podemos dejar de evocar el fantasma de los elefantes blancos del echeverris­mo, sobre todo si se acaba de aprobar un nuevo aeropuerto en Santa Lucía sin que exista un proyecto al respecto con una consulta pública completame­nte manipulada (supuesto aval de Navblue a favor de Santa Lucía) y sesgada (desde la pregunta misma hasta el proceso de selección de las casillas), aunque los constructo­res de Texcoco vayan a ser compensado­s con la promesa de nuevas obras.

La Ley Federal de Remuneraci­ones de los Servidores Públicos, que establece que nadie podrá ganar más que el presidente, lo que en principio suena muy bien, puede ocasionar graves dificultad­es de gobernabil­idad, al jubilarse anticipada­mente muchos cuadros técnicos capacitado­s.

La fuga de talentos tampoco es un asunto menor. La ley se hará efectiva en el año fiscal 2019, pero si se fija a partir de un tabulador máximo de 108 mil pesos mensuales brutos del jefe máximo, además de la lluvia de amparos que proliferar­á, podrían ocasionars­e serios problemas en la operación inicial del gobierno entrante. Un buen propósito pudiera terminar mal, si su implementa­ción no es la más adecuada y si los tabuladore­s no se diseñan con cuidado.

En conclusión, los inversioni­stas y calificado­ras están esperando los Criterios Generales de Política Económica y el Paquete Económico de 2019 para tomar decisiones. Esperemos entonces.

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