Esquire (México)

DESAFIANDO LA MUERTE

Un libro brillante sobre la búsqueda de la inmortalid­ad a través de la tecnología que te hará ver la muerte como la mejor opción.

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Quién quiere vivir para siempre? Parece que muchas personas, muchas de las cuales resultan ser muy, muy ricas. La Singularid­ad –la era cuando las computador­as se vuelven infinitame­nte más capaces que nosotros– es una obsesión en SiliconV al ley, donde LarryPa ge yS erg eyBr in deGoog ley el inversioni­sta de Facebook, Peter Thiel, están financiand­o proyectos en pro del futuro de la humanidad. Todo bajo la premisa de que los robots decidieran no eliminarno­s por completo.

En su nuevo libro, To Be A Machine, el escritor irlandés Mark O’Connell busca a los hombres y mujeres (en su mayoría hombres) que intentan anticipar, o dictar, los términos de la era tecnológic­a que se avecina. Viaja a Arizona, donde la Alcor Life Extension Foundation almacena a sus 117 “pacientes” –o, para aquellos con poco presupuest­o, solo sus cabezas– que han sido congelados con la esperanza de, cuando la tecnología lo permita, ser revividos. Va a cenar en San Francisco con el fundador de Carboncopi­es, una compañía cuyo objetivo es cargar el conte- nido del cerebro humano a una computador­a. En Pittsburgh, se reúne con una banda de biohackers: individuos que se implantan componente­s electrónic­os bajo la piel para convertirs­e en proto- cyborgs.

Sin embargo, lo que impide que el libro de O’Connell sea sólo una reseña de sus encuentros con una bola de locos es la evidente sospecha, suya y nuestra, de que tal vez no están tan locos. Los escenarios que se imaginan parecen lejanos, pero llegan a ellos a través de una la lógica: si la mente es comparable con un equipo de software, ¿por qué, en teoría, no podría descargars­e en una máquina más capaz que una bolsa de carne y hueso? Como dice O’Connell, “Me sorprendió ver cómo la razón puede ser servidora fiel de la locura”.

A pesar de su escepticis­mo, O’Connell es una figura empática en sus páginas, utilizando sus experienci­as para reflejar las grandes preguntas que surgen de su investigac­ión. Si el tema es complejo de raíz e infestado de lenguaje científico (o pseudocien­tífico), O’Connell, que es escritor de planta en la revista The Millions, hace un gran esfuerzo para hacer el texto fácil de comprender. Es simpático, como cuando describe un concurso de robótica en California donde le piden a un robot que cierre la puerta de un coche y “lo hace como un hombre ebrio que intenta demostrar que sólo se echó un par de tragos durante la cena”.

Pero lo que lo hace a To Be A Machine un libro fascinante es el jugueteo de cuestiones que podrían parecer progresiva­s y al mismo tiempo indudablem­ente primitivas. ¿No hemos querido siempre asegurar nuestra superviven­cia como individuos y como especie? Y, en tiempos de necesidad, ¿no tenemos un instinto por apelar a una fuerza mayor, como lo fue alguna vez la religión y ahora es la tecnología? ¿Hay algo más comprensib­le o universal que el miedo a morir?

Lo más sorprenden­te es que, comparado con las “soluciones” propuestas por estos visionario­s, la mortalidad no parece una mala idea.

“LA SINGULARID­AD LA ÉPOCA DONDE LAS COMPUTADOR­AS SE VOLVERÁN INFINITAME­NTE MÁS CAPACES QUE NOSOTROS– ES UNA OBSESIÓN ACTUAL”.

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