SOBRE EL PLAN CONTRA LA VIOLENCIA EN LAS ESCUELAS
El Plan de Acción para la Prevención Social de la Violencia y el Fortalecimiento de la Convivencia Escolar, que se sacaron de la manga las secretaría de Educación Pública y de Gobernación, con aval simbólico del entregado Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, muestra, una vez más, que no entienden que la escuela es sólo el reflejo de la sociedad y que si, efectivamente, ha de convertirse en motor del cambio y la salud social, se requiere un apoyo decidido, estructural, de contenidos, sentido de la educación, hábitos institucionales, certeza laboral y un largo etcétera, para lograrlo.
No es con paliativos –por más bien diseñados que estuvieran– como se recobrará una salud y una paz social frecuentemente vulneradas por el propio Estado, al ser omisos, promotores o cómplices de la inseguridad, la falta de apego a la ley, la corrupción, la desigualdad, la violencia que se replica a todas horas y en todos los ámbitos, de los que el escolar no es, desde luego, la excepción. La educación ha de ser la promotora de los cambios sociales y la escuela la encargada de promover mejores individuos, capaces de integrarse y enriquecer ese todo, si, entre otras muchas cosas, la autoridad empieza por una reforma educativa profunda en la que empiecen por preguntarse a sí mismos, a los expertos, maestros y sociedad en general: ¿qué tipo de ciudadanos queremos formar y con qué presupuesto, orientación, programas y estructura laboral y administrativa hemos de hacerlo? Eso no lo han hecho. Ese podría ser un mejor principio.