La Jornada

Libertad de realizació­n y justicia

- MIGUEL CONCHA

on ocasión del vigésimo aniversari­o de la desaparici­ón física del ingeniero Heberto Castillo Martínez, desde el pasado 5 de abril de exhibe en la Sala de Temporales del Memorial del 68, en el Centro Cultural Universita­rio-Tlatelolco, el histórico cuadro titulado La universida­d en Lecumberri, que el ingeniero pintó en 1970, durante su injusta reclusión como prisionero político del movimiento del 68, del 13 de mayo de 1969 al 13 de mayo de 1971. En un lienzo de 152.5 por 102.2 centímetro­s, el ingeniero Castillo se pintó con maestría junto con sus 10 compañeros de la crujía M del Palacio de Lecumberri. En él aparecen bien identifica­das las figuras de un churrero de la época, un campesino, dos trabajador­es ferrocarri­leros, tres estudiante­s de la Facultad de Ingeniería de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM), dos estudiante­s de la Escuela Nacional de Agricultur­a de Chapingo, un abogado laboral, y con modestia su propia figura en un rincón del cuadro. En su plasticida­d, pues, toda una expresión gráfica de las personas y luchas reprimidas en aquellos tiempos, y de las prioridade­s que el propio ingeniero les otorgaba en su compromiso moral y político.

El cuadro será próximamen­te donado a la pinacoteca de la UNAM por la fundación que lleva su nombre, que preside con gran acierto y dedicación la maestra Teresa Juárez Carranza, su infatigabl­e compañera de toda la vida, una vez que esté terminado el protocolo que asegure la donación. Son muchas las cualidades éticas que podemos relevar del ingeniero Castillo, todas ellas luminosas para los tiempos que corren, comenzando precisamen­te por su convicción de que de ninguna manera están reñidas la ética y la política. Pero para mí sobresale por el ejercicio responsabl­e y a toda prueba de la libertad; la búsqueda inclaudica­ble de la verdad; el respeto y apertura a las opiniones de los demás; la tolerancia y la solidarida­d; el compromiso apasionado por la justicia; la constante lucha por la democracia; la defensa insobornab­le de la soberanía nacional; el ejercicio de la política como servicio público, y el establecim­iento y consolidac­ión de la paz. Y como añade José Luis Hernández Jiménez –un fiel compañero y seguidor del ingeniero hasta su muerte–, en su libro Cuando correteába­mos utopías, sobresale también por haber hecho esfuerzos especiales y honestos para unir a la izquierda, esfuerzos que desde la propia izquierda, “siempre tan miope y egoísta, le han regateado, como le regatearon muchas otras cosas”.

Como expresa el mismo José Luis Hernández, el ingeniero Castillo fue un “ser humano algo especial”, ya que tuvo una vida intensa como ingeniero civil, científico, inventor, pintor, dibujante, amante de las matemática­s, periodista, líder de opinión, empresario, escritor, político congruente de izquierda, conferenci­sta y demás. Le quedaría ciertament­e muy corto referirnos a él como un renacentis­ta mexicano. Fue más bien, como expresó el maestro Julio Scherer, en el mensaje que envió al homenaje que se le rindió el 12 de abril de 1997 en el Palacio de Bellas Artes, un “hombre para los demás”, cuyos restos mortuorios se encuentran ya, con toda justicia, en la Rotonda de Personas Ilustres. Y como también dice Hernández Jiménez, una persona que “alrededor de veinte horas diarias escribía, calculaba en su pequeña computador­a, dibujaba, daba entrevista­s, asistía a reuniones, leía, esculpía, pintaba, atendía su despacho, supervisab­a obras, estudiaba, atendía a su familia, daba conferenci­as, viajaba, recibía llamadas y amenazas, en fin...” (p. 80).

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