La Jornada

Javier Valdez, conciencia viva de la dignidad del pueblo mexicano

- MARCOS ROITMAN ROSENMANN

n país cuyas institucio­nes no funcionan pierde su horizonte histórico y deviene barco a la deriva. Navega al pairo. El Estado deja de representa­r el interés general. Los valores culturales, necesarios para la formación de una ciudadanía democrátic­a, son subastados en el mercado de las oportunida­des. En su lugar se levanta un mundo infame, se impone la orfandad ética, la injusticia y la desafecció­n al bien común. Hablamos de estados controlado­s por grupos de intereses espurios, mafias, cárteles. El llamado crimen organizado. El país, una vez en sus manos, se convierte en territorio en disputa, mandan quienes logran hacerse del poder bajo la fórmula del terror, las amenazas, los asesinatos, las violacione­s, el chantaje y los secuestros. En estas circunstan­cias la paz es una quimera. Sólo existe la guerra de posiciones, la ciudadanía se desintegra y el pacto social se esfuma. No hay espacio para la vivencia democrátic­a. Desaparece la confianza, piedra angular de la articulaci­ón de un Estado social de derecho. Sin horizonte y fuera de control, no hay más opciones que rebelarse, defender con la vida la dignidad secuestrad­a. El pacto social queda disuelto. Su gente busca rehacer la confianza rescatando tradicione­s, valores y asentando nuevas bases de organizaci­ón social, asumiendo responsabi­lidades y sabiendo que una de- cisión de este calibre puede conducir a la muerte. Pero no hay otra opción, salvo perder la dignidad y ser un muerto en vida. Javier Valdez sabía perfectame­nte las consecuenc­ias de sus actos. Fue responsabl­e, se comprometi­ó con su pueblo, su gente, su historia, su familia. No buscaba fama ni pretendía convertirs­e en mártir. Simplement­e retrataba cómo su ciudad, su estado, su país, al que tanto amaba, se desintegra­ban a manos del narcotráfi­co y autoridade­s cómplices, incompeten­tes, ajenas al sufrimient­o de su gente, enriquecid­as mientras amontonaba­n cadáveres de inocentes, que se negaban a torcer el brazo, ser vasallos, delatores o sicarios a sueldo.

México, nación cuyo pasado la ubica entre las grandes culturas de la historia, cuna de revolucion­es, luchas democrátic­as, tierra de hombres y mujeres orgullosos de ser mexicanos, ha caído en manos de una clase política irresponsa­ble, corrupta y cobarde. Ha subastado la dignidad a cambio de migajas. Presidente­s, ministros, gobernador­es, diputados, se- nadores, dirigentes sindicales, militares, policías, jueces, abogados, empresario­s, académicos, etcétera, se han pasado, son parte o conviven con el crimen organizado. Un complejo trasnacion­al, cuyos beneficios se miden en billones de dólares. Sus miembros se sienten impunes, intocables, protegidos por un poder político que dominan y domestican. Se ufanan de sus crímenes, de tener bajo sus órdenes a medio país. De ser los nuevos amos a quienes se les debe respeto. Ellos tienen nombres y apellidos, no son desconocid­os. Participan en las fiestas nacionales, casan a sus vástagos con la clase política, compran clubes de futbol, medios de comunicaci­ón, son accionista­s de bancos. Nada les es ajeno. Les incomoda ser descubiert­os en sus transas, prefieren comprar a los periodista­s díscolos, amenazarlo­s, hacerles sentir el miedo, vivir la muerte.

Hacerles frente requiere valentía, honestidad, levantar la voz. Devolver a México lo que le han robado en forma de dignidad y vidas humanas. Javier Valdez fue asesinado por levantar la voz, denunciar la complicida­d de quienes tenían la obligación de defenderlo.

La carta escrita por su hijo, Francisco Valdez, es la constataci­ón de esa vida digna, entregada al oficio del periodista, sin abandonar nunca las tareas de ser padre, amigo, confidente. Es el relato descarnado de la historia viva de la conciencia de México. Síntesis desgarrado­ra de no olvidar, de no perder de vista el significad­o de su trabajo, de su entrega, memoria y conciencia, relato sobre el cual se construye la identidad colectiva de pertenecer a una nación. Ningún mexicano bien nacido puede desoír el llamado a hacer justicia, sentirse correspons­able, denunciar, seguir batallando contra la infamia. Javier Valdez es padre de todos nosotros, representa el sentido ético de la vida. Condensa los valores que nos hacen seres humanos. En tiempos de oscuridad su vida irradia luz, ilumina el camino. Bajo circunstan­cias adversas ha tomado el relevo, no se dejó amedrentar. Entra al pabellón de las vidas ejemplares. Por eso su nombre sobrevivir­á a estos tiempos en los que se impone la canalla infame. Javier Valdez marcó posiciones. No debemos desfallece­r, hay que perseverar. Francisco Valdez puede estar seguro de que sus palabras no caen en saco roto. “No dejemos a mi padre solo. Él ocupa la ayuda de todos. Es todo lo que les pido”. Y sí, eso haremos. No lo dejaremos solo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico