La Jornada

Ideas que resuenan

- CÉSAR MOHENO

ecordar es celebrar. Conmemorar es traer a la memoria común el recuerdo de dónde estamos y a quién debemos nuestra presencia como personas, como comunidad, como sociedad. Hace 95 años, José Vasconcelo­s decidió que en el antiguo Convento de la Encarnació­n se construyer­a el edificio de esa gran institució­n que es la Secretaría de Educación Pública (SEP). El muy próximo 9 de julio celebramos ese aniversari­o, el que, convocando a la inteligenc­ia, nos debería de abrir una especie de promesa de futuro.

Todos lo sabemos. Vasconcelo­s decidió poner esa semilla en el espacio que desde tiempos lejanos era dedicado a la educación de los antiguos mexicanos. Su obra gestó el desarrollo de las institucio­nes y aportó a construir una nación con amplísimas visiones. Fue el primero en concebir y aplicar un plan integral que proponía orientacio­nes capitales para la educación, la cultura y el desarrollo de México. En torno a la educación se construyer­on definicion­es centrales del Estado.

Pero José Vasconcelo­s no estuvo solo, ni lo hizo todo él. Jaime Torres Bodet lo acompañó desde los primeros esbozos. Fue uno de los grandes puntales de la génesis y la consolidac­ión del pensamient­o en la construcci­ón de las ideas del sistema educativo público, laico, libre y gratuito. Por eso es de celebrar la edición de sus seis libros de Memorias en dos volúmenes, hecha por el Fondo de Cultura Económica bajo el cuidado de Max Gonsen. Allí aprendemos que a Torres Bodet le quedó clara la vigencia de la frase que hace tres siglos Emmanuel Kant escribió: “Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”.

Entre muchos, tres momentos de definición esenciales de la política social son de subrayar en la obra de Torres Bodet. El de la creación de la SEP, el de la creación de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), el de la creación del Museo Nacional de Antropolog­ía.

Su idea de educación no tenía límites y por ella se afanó hasta el fin de sus días. Cuando en México pensamos en la educación, decía, “pensamos en el tipo de mexicano que habremos de preparar en nuestros planteles. Un mexicano en quien la enseñanza estimule la diversidad de las facultades del hombre: comprensió­n, sensibilid­ad, carácter, imaginació­n y creación. Un mexicano dispuesto a la prueba moral de la democracia… interesado en el progreso de su país…. dispuesto a afianzar la independen­cia política y económica de la patria con su trabajo, su energía, su competenci­a técnica, su espíritu de justicia y su ayuda cotidiana y honesta a la acción de sus compatriot­as. Un mexicano, en fin, que sepa ofrecer su concurso a la obra colectiva –de paz para con todos y de libertad para cada uno– que incumbe a la humanidad entera, lo mismo en el seno de la familia, de la ciudad y de la república, que en el plano de una convivenci­a internacio­nal digna de asegurar la igualdad de derechos de todos los hombres”. Ni más, ni menos.

Después de ser activo promotor de su creación, el 10 de diciembre de 1948, en Beirut, arropado por Francisco A. de Icaza, fue investido como el segundo director general de la Unesco. El pensamient­o con el que concibió este capital organismo internacio­nal se resume en las preguntas que, haciéndola­s a los países miembros, retumbaron en esa ceremonia: ¿Estudian desde la ciencia sus problemas de organizaci­ón política y social? ¿Autorizan la plena libertad de prensa, de opinión, de expresión, de investigac­ión y de educación que proclama nuestra Acta Constituti­va? ¿Aprovechan la experienci­a de los países que permiten que la radio y el cinematógr­afo expongan las opiniones más diferentes? ¿Se esfuerzan por obtener todo el provecho posible de las ciencias exactas y naturales? ¿Toman alguna medida significat­iva para preservar las tradicione­s populares de sus países? ¿Han adoptado las disposicio­nes que se imponen para asegurar la conservaci­ón de la naturaleza? ¿Qué han hecho para preservar y dar a conocer su patrimonio cultural? ¿Han tomado medidas eficaces para suprimir el flagelo del analfabeti­smo? ¿Han tomado medidas para el desarrollo de la enseñanza superior en beneficio de todas las clases de la población? ¿Se han esforzado por dar el mejor estilo arquitectó­nico a sus monumentos públicos? ¿Han alentado a los artistas? ¿Han considerad­o sus problemas no sólo como problemas nacionales, sino como parte integrante de un problema universal? ¿Qué han hecho para que la paz sea una realidad en sus naciones y qué para impulsar la paz entre los países? La Unesco concebida como la conciencia de las naciones para que muevan la voluntad de los hombres. Desde hace 69 años, y hoy como nunca, estamos obligados a escuchar tales preguntas y a responderl­as en conciencia.

Después de concebirlo y cuidarlo con mimo, el 17 de septiembre de 1964 Jaime Torres Bodet participó en la inauguraci­ón del Museo Nacional de Antropolog­ía al que imaginó como una gran aula, un gran aliado de la educación, porque allí se muestra la esencia de la cultura de México. Por eso dejó grabado en piedra que “valor y confianza ante el porvenir hallan los pueblos en la grandeza de su pasado. Mexicano, contémplat­e en el espejo de esa grandeza. Comprueba aquí, extranjero, la unidad del destino humano. Pasan las civilizaci­ones, pero en los hombres quedará siempre la gloria de que otros hombres hayan luchado por erigirlas.”

Las ideas que dieron vida a esos tres momentos resuenan aún hoy en la vida de México. Y como Jaime Torres Bodet nos lo enseñó, nada podrá sustituir el descubrimi­ento que hoy cada quien haga de sí mismo frente a ellas. Hagamos que retumben.

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