Manufactura

El Rolls-Royce de la sustentabi­lidad

El estándar Cradle to Cradle se basa en la economía circular y garantiza todo un ciclo sustentabl­e en los procesos productivo­s.

- Por José Márquez

La certificac­ión está basada en la economía circular, que busca acabar con la secuencia ‘extracción-fabricació­n-utilizació­n-eliminació­n’ por una en la que los materiales pueden tener un nuevo uso industrial o regresar al ciclo natural sin causar daños al medio ambiente.

El interés por los productos sustentabl­es no es nuevo, aunque se ha fortalecid­o entre las generacion­es nacidas desde finales de la década de 1970 y, particular­mente, los millennial­s. Muchas empresas detectaron a tiempo este interés y comenzaron a adaptar sus productos para que resultaran más atractivos para este tipo de consumidor­es. Las certificac­iones de sustentabi­lidad han sido una herramient­a muy útil para ello.

El interés no es gratuito, este consumidor está dispuesto a pagar hasta 20% más, con tal de tener la tranquilid­ad de que lo que está consumiend­o es amigable con el medio ambiente, explica Margaret Whittaker, directora general de la consultora Tox Services, ubicada en Washington.

Este incentivo ha hecho surgir decenas de certificac­iones de sustentabi­lidad en todo el mundo, con alcances variados. La mayoría está delimitada geográfica­mente o por tipo de producto o servicio, como el sello francés AB (Agricultur­e Biologique) o 4C, que se enfoca en los productos cafeteros. Hay otros de mayor alcance, como Cleaner and Greener Certificat­ion, que promueve la disminució­n de las emisiones de gases de efecto invernader­o. Y está Cradle to Cradle que, en opinión de Whittaker, es una de las más amplias.

“Yo le llamo el Rolls-Royce de las certificac­iones de sustentabi­lidad”, explica. Whittaker forma parte de los asesores que trabajan con el Instituto de Innovación de Productos Cradle to Cradle, organizaci­ón con sede en Estados Unidos y Holanda, para transforma­r los procesos productivo­s de las empresas que quieren obtener este reconocimi­ento.

Esta certificac­ión no aspira a hacer un proceso más sustentabl­e mediante esfuerzos aislados para, por ejemplo, reducir el uso de combustibl­es fósiles, sino que busca transforma­r los procesos para abordar simultánea­mente la necesidad de utilizar materiales amigables con el entorno, extender el reciclaje, emplear más energías limpias y reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o, hacer un uso más racional del agua y dejar de contaminar­la, además de tratar con respeto a trabajador­es y a sus comunidade­s, y generar un impacto positivo en ellos.

Ciclo completo

Estos lineamient­os están basados en la economía circular, filosofía que busca acabar con la secuencia ‘extracción-fabricació­n-utilizació­n-eliminació­n’. Su objetivo es sustituirl­a por una visión en la que los recursos pasan por el ciclo natural y luego se incorporan al ciclo industrial, pero, con el tiempo, una parte vuelve a la naturaleza sin causar daños al ambiente, mientras que otra se aprovecha para un nuevo ciclo industrial.

Las empresas son evaluadas en cada una de estas áreas y, con base en su desempeño, se les asigna una calificaci­ón que puede ser Básica, Bronce, Plata, Oro y Platino. El nivel no es permanente, se busca la mejora continua hacia niveles superiores.

El sello Cradle to Cradle fue creado en octubre de 2005 por el arquitecto estadounid­ense William McDonough y el químico alemán Michael Braungart, fundador de la Agencia Europea

para el Fomento de la Protección Ambiental (EPEA, por sus siglas en inglés), pero fue hasta 2010 cuando ambos fundaron el Instituto de Innovación de Productos Cradle to Cradle.

La obra de McDonough es conocida por incorporar materiales y técnicas que hacen un uso más eficiente de la energía. De hecho, fue el sector de la construcci­ón el primero en mostrar interés por certificar­se, debido a que el uso de estos materiales les permitía vender mejor sus productos, explica Whittaker. Esta industria representa poco más de 70% de los registros. De los 488 productos certificad­os, 181 son materiales de construcci­ón, como ventanas o aislantes, mientras que otros 168 son muebles y productos para el diseño de interiores.

Poco a poco el interés se ha trasladado a otros sectores. La categoría de productos de limpieza y lavandería se ha convertido en la tercera más grande, con 48 registros, mientras que empaques y papel tiene 32 productos, los textiles, 23 y los cosméticos, 11. El resto de los productos están agrupados en categorías más pequeñas.

El costo de la certificac­ión varía de acuerdo con el producto y las estrategia­s para modificar su fabricació­n, pero en promedio es de 25,000 dólares, con una duración de dos años; una inversión que las constructo­ras pueden realizar con mayor facilidad que las pymes.

Por eso, el instituto lanzó en 2015 el Certificad­o de Salud de Materiales, que permite a las compañías destacar ante sus clientes que sus productos fue- ron fabricados con materiales no carcinógen­os y no contaminan­tes. La ventaja es un precio 60% menor, pero debido a que no se evalúan los otros criterios de sustentabi­lidad, las empresas no pueden presentarl­a como una certificac­ión completa.

A pesar de todo, admite Whittaker, las empresas más dispuestas a instaurar las estrategia­s propuestas por el instituto son las más pequeñas y las medianas, ya que buscan llegar a grupos interesado­s en la sustentabi­lidad.

Interés creciente

Dos aliados importante­s, aunque inesperado­s, han sido las cadenas minoristas Target y Walmart, que han comenzado a exigir a sus proveedore­s que no utilicen algunos químicos cuyos efectos nocivos en la salud y la naturaleza están comprobado­s y que, coincident­emente, están en la lista de materiales prohibidos para Cradle to Cradle, explica Ana María Leal Yepes, consultora de diseño sustentabl­e en SGS North America, otra de las firmas que asesoran a quienes buscan la certificac­ión.

El crecimient­o ha sido constante. En lo que va de 2017 se han completado 22 nuevos registros y se espera que el número crezca durante el resto del año, ya que el proceso de instauraci­ón tarda cerca de seis meses. El año pasado, el Instituto contaba con 466 empresas registrada­s, 20% más que en 2015. En conjunto, estas empresas venden 5,500 productos con el sello Cradle to Cradle.

Europa es el principal mercado para esta certificac­ión, y ahí

se ubica 60% de las empresas reconocida­s. La adopción en América Latina ha sido más lenta, pues solo hay tres registros hasta el momento. Dos de ellos son para empaques de alimentos y bebidas y están ubicadas en Panamá: las botellas de Agua Cristalina y el envase de vinagre Proluxsa. El tercero es para los pantalones de mezclilla del fabricante textil venezolano Jeantex.

Leal Yepes explicó que la escasa presencia de este sello en América Latina responde en gran medida a la falta de interés de las autoridade­s y de los industrial­es para impulsar medidas que reduzcan los efectos adversos sobre el medio ambiente.

Víctor Moctezuma, fundador de iLab, un programa de incubación de proyectos innovadore­s, agregó que una de las razones por las que ha sido más exitoso en Europa son los programas de incentivos para las empresas que hagan sustentabl­es su producción, como beneficios fiscales.

Leal recordó que, si bien no hay beneficios fiscales, en Estados Unidos la propia Agencia de Protección Ambiental (EPA) ha anunciado medidas de apoyo indirectas, como comprar materiales y muebles con el sello.

Por otra parte, como sucede en otras partes del mundo, los consumidor­es mexicanos privilegia­n los precios bajos para elegir un producto, pero con el agravante de que el poder adquisitiv­o es menor.

Moctezuma detalla que ya hay algunos productos elaborados en México con técnicas sustentabl­es, pero la mayoría concentra sus esfuerzos en alcanzar a grupos socioeconó­micos con suficiente poder de compra para adquirirlo­s.

Sin embargo, el uso de sellos de sustentabi­lidad es poco común porque el público no está familiariz­ado con ellos. El paso siguiente, advierte, sería llevar a cabo una campaña de informació­n de la mano de la introducci­ón de este tipo de certificac­iones al país.

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