Milenio Jalisco

Personas públicas

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Al escribir un texto esta semana sobre la manera en la que la gente ataca a muchos personajes que ven en la televisión recibí la patética, trillada y ya, me temo señores, inservible excusa de “son personas públicas. Para eso se venden”.

Porque la pregunta es extraordin­ariamente sencilla para todos los que suelen contestar eso, estos días, dejando atrás el argumento que la mayoría de la gente en los medios no se vende para eso. “¿En qué medio están expresando su sentir?”. Se los pregunto porque usualmente, estos días es por las redes sociales y eso, aunque no tengan ni el valor de poner su cara o verdadero nombre, lo convierte tan en “personas públicas” como alguien que da una sección del clima en la tele, un actor de telenovela o un intelectua­l al que le cuestionan la situación en nuestro país.

No estoy hablando de críticas. Y mucho menos de exigir rendir cuentas a las personas que han hecho promesas, particular­mente con nuestros impuestos, y que parece que no están haciendo lo correcto. Tampoco me refiero a esas personas que consideran un buen modo de vida vender su intimidad a ciertos medios que lo hacen pasar por periodismo. No somos tontos, sabemos quién es quien. Sabemos a quien le encanta estar en el candelero y quién solo quiere hacer su trabajo.

Así que ahora la mayoría de nosotros somos personas públicas. Tenemos perfiles por todos lados y aunque los mantengamo­s privados, ahí está la informació­n en Google si es que hemos figurado en cualquier cosa, en cualquier momento, para bien o para mal.

¿Cómo se sentirían los agresores (y los insultos son tremendos) a quienes abogamos por los mismos derechos para los hombres que para las mueres si un grupo de paparazi los siguiera cuando se fueran con su movida, por su café en la mañana o a recoger a sus niños en la escuela? Porque al ritmo al que vamos es solo cuestión de tiempo para que alguien considere eso entretenim­iento también. Y si vende, todo se vale ¿no?

O a los que insultan a quienes consideran figuras públicas desde la cobardía del supuesto anonimato, ¿podrían manejar esa agresión dirigida a ustedes? Lo duda. En mi experienci­a, aunque trato de no hacerlo seguido, si se me antoja responder a uno de esos mensajes, habitualme­nte es borrado enseguida.

Se supone que votamos por un país en el que queremos paz ¿no? En el que los actos nocivos para tantos dejen de ser la norma. En el que tengamos todos el mismo derecho de buscar la felicidad. La vida es de por sí muy dura. Venga el sentido del humor, el sarcasmo bien aplicado, las diferencia­s de opiniones. Pero ahora que la gran mayoría de nosotros somos figuras públicas, ¿no es hora de pensar un poco más lo que aventamos a ese universo? Ese mismo en el que andan flotando sus hijos y seres amados. Pensémoslo.

¡Que alguien me explique!

¿Cómo entender la muerte tan violenta e inexplicab­le de Santiago Galindo, un hombre de trabajo y apasionado por su trabajo? ¿Con qué derecho digo más al respecto en una columna de opinión sin saber los hechos? ¿Sabremos más? ¿Habrá forma de brindarle consuelo a los suyos?

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