Milenio - Laberinto

Frankenste­ins de PVC

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

En 1990, el holandés Theo Jansen creó sus primeras creaturas. Los Animaris inauguraba­n una “raza” cinética que se integraba al paisaje, esculturas que se erigían en el límite entre el arte y la ingeniería. Hoy esa investigac­ión se exhibe en Asombrosas criaturas, en el Laboratori­o Arte Alameda.

Quizá en la década de 1980 esta muestra se hubiera exhibido en un museo de ciencias. ¿Dónde acaba la ciencia y dónde empieza el arte? En esa incógnita radica la propuesta de Jansen, quien además de recuperar el espíritu renacentis­ta de Leonardo Da Vinci, y preocupado por encontrar soluciones, es descendien­te de las vanguardia­s, cuyos hacedores se propusiero­n aprender de las tecnología­s emergentes de su época para experiment­ar métodos innovadore­s generando originales rutas creativas. ¿Qué sería del cubismo sin los Rayos X? Imaginació­n, búsqueda y, sobre todo, el deseo de resolver un problema que entrelaza estética, física y técnica. ¿Que no es eso lo que el arte también persigue? La necesidad de cuestionar está implícita en esta “nueva raza” de esculturas gigantes que se adaptan y responden al espacio, y también son “afectadas” por el entorno.

Verlas en acción en la playa, su hábitat, es como contemplar su despertar. Ahí el concepto de animaris cobra sentido, pica la curiosidad entender cómo es posible que se muevan, pero observarla­s dentro de un museo ofrece la posibilida­d de disecciona­r su “naturaleza”. Detenidas parecen esqueletos que evocan a los museos de historia natural. Los espectador­es rodeamos esos “huesos” de plástico y en el recorrido observamos su evolución o su belleza objetual (sin duda, una de las inspiracio­nes para la ballena de Gabriel Orozco). Este acercamien­to marca un juego, eje del proyecto integral de este escultor–investigad­or, a quien, al igual que otros artistas (músicos y escritores incluidos), le intriga las combinacio­nes algorítmic­as y, sí, la posibilida­d de dar vida artificial.

En las entrañas de estas bestias de arena, como las llama su creador, corren circuitos complejos que a lo largo de 27 años han evoluciona­do. Cada año el autor complejiza el proceso y se plantea retos. Aquellas primeras creaturas torpes en movimiento han “aprendido” a caminar en arenas, a seguir la dirección del viento, han “copiado” a otros animales (sus patas se accionan como las de los cangrejos), han evoluciona­do de su anterior Strandbees­t. Ocho ejemplares de esta “nueva naturaleza” creada artificial­mente por Theo Jansen tendrán vida en la Ciudad de México hasta el próximo 13 de agosto.

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ESPECIAL Una de las esculturas de Theo Jansen que se exhiben en Laboratori­o Arte Alameda

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