Ambigüedad y sutileza
Desde que en 1996 comenzó a volverse famoso con El vestido de verano, François Ozon ha seguido creando personajes que se rigen más por el deseo que por la razón. Frantz es una obra muy recomendable. No solo tiene una fotografía espectacular que salta del color al blanco y negro, no solo está bien actuada y bien dirigida; Ozon se permite, además, reinterpretar un clásico del cine pre–code, ese que se filmó antes de la era de la censura y que estaba lleno de las alusiones sexuales con las que Ozon trabaja tan bien. Con la imposición de los códigos de censura aparecieron los personajes acartonados que hoy pueblan el cine de Hollywood, pero Frantz es un buen ejemplo de cine que ha sido hecho no para que el espectador tenga certezas sino más bien para que se haga suposiciones. ¿Quién es este hombre que apareció en un pueblo de Alemania para honrar la tumba de un soldado que murió en la Primera Guerra Mundial? Más aún: ¿quién es la mujer que lo ve llorando sobre esta tumba? Es la novia del soldado muerto, una hermosa muchachita de pueblo que, sin embargo, no se conoce a sí misma. Son sus deseos los que han de revelarle quién es. Frantz tiene la forma y el romance de la novela decimonónica, pero al mismo tiempo las alusiones eróticas y el misterio que recrea, recuerdan lo mejor del cine de Ozon: 8 mujeres, por ejemplo, o Swimming Pool. Ozon no es solo uno de los mejores directores de la Francia de este siglo; es además uno de los más prolíficos. El encanto de su cine estriba en la potencia de unos personajes que no pueden ser encasillados en una u otra orientación sexual. En Frantz la ambigüedad y sutileza de los personajes llegan al nivel de que la ficción está construida sobre lo que no se dice, algo que sucede solo en la gran narrativa. Además, Frantz es una suerte de bildungsroman en el que Anna despierta del estupor de su vida de pueblo y aprende a mentir. Después de todo, como dice un confesor, es innecesario herir con la verdad. En París, Anna descubre algunos secretos de su novio y la realidad del hombre que ha llorado sobre la tumba de Frantz. Las obras de Ozon suelen tener el encanto de la vida: están llenas de ambigüedad y sutileza. Frantz no es la excepción.