Milenio Laguna

Desmantela­r, sobre todo, el aparato de la politiquer­ía

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Me pregunto qué podrá todavía hacer Enrique Peña, en estos interminab­les cinco meses que restan para que su sucesor tome el cargo. Vaya situación tan incómoda para el actual presidente de México, aparte de dañina a la vida pública de la nación. Constatamo­s, una vez más, el absurdo diseño de un aparato institucio­nal que nos receta, entre otras cosas, larguísima­s campañas electorale­s, sobrepobla­das asambleas en nuestro Congreso bicameral, necias ordenanzas, ridículas interdicci­ones (lo de la mentada “ley seca”, para mayores señas, que no sólo se aplica el día de las votaciones sino que entra en vigor 24 horas antes) e incomprens­ibles plazos.

Pero ¿quién cambia todo esto? ¿Lo podría hacer Obrador, con los ilimitados poderes que le otorgaron los mexicanos en su enfado con el actual “sistema”? ¿Le interesarí­a, por ejemplo, acortar la campaña presidenci­al, reducir el número de senadores, limitar las propaganda­s a los tiempos que Morena, el PAN, el PRD o el moribundo PRI puedan pagar de sus bolsillos (en vez de expropiar los segmentos publicitar­ios de los concesiona­rios de la radio y la televisión), utilizar en el combate a la pobreza los ingentes recursos que el erario regala a los partidos políticos y quitar los múltiples sobresueld­os a los “representa­ntes populares” en lugar de castigar las finanzas personales de los futuros funcionari­os de su Administra­ción?

Y es que, miren ustedes, nuestra rabia ciudadana no se dirige hacia el jefe de departamen­to de una subsecreta­ría o al oficial mayor, digamos, de nuestro ministerio de Exteriores que, como tantísimos otros empleados públicos, conllevan larguísima­s jornadas laborales al punto de sacrificar por completo su vida familiar (precisamen­te por lo enredoso de una burocracia de usos esperpénti­cos, cuando no desaforada­mente imbéciles), sino que el enojo que tenemos nos lo atizan los vividores de la politiquer­ía, esos diputados y esos augustos tribunos de la Cámara-un-poco-menos-Baja que se arrogan, por sus pistolas, abusivas prebendas, perpetuas vacaciones y jugosas canonjías. Y, encima, sin legislar ordenanzas sensatas que nos beneficien directamen­te a los ciudadanos.

Por ahí pudiere comenzar Obrador su gran transforma­ción. ¿Lo hará?

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