Milenio León

En busca del cerebro perdido

Estos farsantes se han hecho ricos mintiendo y vendiendo sus puntos electorale­s al mejor postor. ¿Ya olvidaron ustedes que el PT surgió cuando Salinas intentaba abrirle un socavón al PRD de Cárdenas? Al parecer los dirigentes de Morena sí, pues son sus al

- Gil Gamés gil.games@milenio.com Gils’enva

Gil no pudo evitar los gritos de indignació­n, como si fuera una anarco feminista gritándole histéricam­ente al periodista Jenaro Villamil: ¡fuera, largo, púdrete en el infierno de los hombres! El líder del PT, pequeño y miserable partido político que se salvó de la desaparici­ón por una falla electoral técnica en Aguascalie­ntes, sigue instalado en la vida pública mexicana, como la rémora de Morena. Alberto Anaya, líder nacional del PT, ha dicho con toda claridad que defiende a Corea del Norte, elogia a Luis Echeverría y José López Portillo, y pronostica la muerte de la reforma energética.

Entrevista­do para su periódico El Financiero, Víctor Hugo Michel escribe: “en una sala de juntas con retratos de Lenin, Engels y Ho Chi Minh, repleta de murales revolucion­arios, con obreros, campesinos, estrellas rojas, hoces, martillos y el rostro de Emiliano Zapata, dice Anaya: ‘somos de izquierda moderna’”. ¿Hoces y heces?

Pese a su edad provecta, Gilga se dio una machincuep­a en el mullido sillón y espetó: estos farsantes se han hecho ricos mintiendo y vendiendo sus puntos electorale­s al mejor postor. ¿Ya olvidaron ustedes que el PT surgió cuando Salinas intentaba abrirle un socavón al PRD de Cárdenas? Al parecer los dirigentes de Morena lo han olvidado, pues son sus aliados y sus amiguitos. ¿Y la mafia del poder? Alberto Anaya, amigo del pueblo norcoreano, admirador de LEA y Pepepillo y amigo del presupuest­o, del dinero fácil y de la transa, se dirige a 2018.

Un cabeza hueca

El rector de la Universida­d de Madero de Puebla, Job César Romero Reyes (por su nombre lo conoceréis), se tiró al abismo de la estulticia: “Para mí (el incremento de las mujeres desapareci­das) se debe a la descomposi­ción de la sociedad y también, a las libertades que las chicas tienen; ahora, cualquiera de ellas puedes salir a muy altas horas de la noche”.

¿De qué es rector este sujeto? Este señor no debería ser rector ni de su propia vida. Las mujeres son culpables de la violencia que aumenta de forma escandalos­a contra ellas porque salen hasta muy altas horas de la noche. Si se escondiera­n en un clóset a partir de las 6 de la tarde, nadie las molestaría. Lo que se dice un cretino. Por eso estamos como estamos. Esto lo ha dicho un directivo de una universida­d, un hombre educado (bueno, más o menos) que en lugar de condenar la violencia de género cree que a las mujeres las agreden porque salen hasta la madrugada. Como se decía en el viejo patio escolar: no mamar, señor rector de la universida­d patomadero. Es que de veras.

El rector de marras se dio cuenta, o alguien muy perceptivo le dijo que había metido la pata hasta el cuello, y quiso corregir así: “Deseo explicar mi declaració­n sobre los casos de mujeres asesinadas. ¿Por qué se han multiplica­do los asesinatos a mujeres? Mi respuesta es que se debe a la descomposi­ción social y porque ahora hay más libertad”. El rector quizá se refería a que hoy en día hay más libertad para asesinar. En fon.

Lupe/ final

Hoy voy a cambiar ha finalizado. ¿Qué será de Gamés sin esta miniserie? El último capítulo ha puesto a Gilga en profundas reflexione­s sobre papá Dios. Después de una vida dominada por el exceso, Lupe conoció a papá Carlos, una mezcla de orador, merolico, mayordomo y defensa del Cruz Azul, un ser entregado a la luz de Dios.

Lupe se ha curado de las 20 adicciones que padecía. Aquella Lupe tirada en el piso, después de una orgía, quedó en el pasado negro de una vida dedicada a la redención de las promesas de la piel candente. Pero el costo fue alto. Perdió a sus hijos en el camino. No es poca cosa. Pero papá Carlos ayuda a esta familia de una mujer y varios hombres destruidos por el impulso sin remisión, la tentación invencible. Una tarde de epifanías, Ernesto, hijo mayor de Lupe, llega al departamen­to de la calle Rubén Dario (cuidado con Rubén) invitado por papá Carlos. Lupe abraza a su hijo y se arrodilla ante él como si trajera un camión revolvedor de cemento lleno de culpa. Y le quita los zapatos, los calcetines y acerca una vasija sagrada y ¿qué creen? ¡sí! ¡La madre le lava los pies al hijo! Gil no sabe mentir, ojalá supiera mentir. Reconcilia­dos gracias a papá Carlos, los hijos y la madre inician una nueva aunque no por eso menos tardía vida. Por cierto, para entonces, Jorge Vargas ha muerto de un cáncer. En el lecho de muerte, Vargas pronuncia palabras conmovedor­as como éstas: perdóname, hijo. Aigoeei.

Y tan tan. Lupe canta “Hoy voy a cambiar” en el Auditorio Nacional y sus hijos la adoran desde la tercera fila. Como dirían los franceses: merde alors! Dicho lo cual, Gil pasa a retirarse a sus habitacion­es mientras se entrega a cavilacion­es devotas y devutas. Ja. Que venga la Cofepris, o como se llame. Buenas noches. Si ven a papá Carlos mándenlo a la casa de Gil, domicilio conocido.

Todo es muy raro, caracho, como diría Alexis de Tocquevill­e: Los partidos son un mal inherente a los gobiernos libres.

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JESÚS QUINTANAR Alberto Anaya, con su miserable partido que libró la desaparici­ón, sigue como rémora de Morena.
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