Milenio Puebla

UNA CASA DE ANIMALES DE 40 AÑOS

National Lampoon’s Animal House, la desternill­ante y caótica comedia del realizador John Landis, cumple cuatro décadas de haber sido filmada y sigue tan fresca como un gag de John Belushi

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“They were like the early Beatles of comedy. Everything changed after Animal House.” Richard Roeper

El género de la comedia estudianti­l ha producido una enorme cantidad de películas malas, especialme­nte en Hollywood. Sin embargo, hay algunas joyas más o menos ocultas por ahí, como las estupendas Dazedand Confused, de Richard Linklater (1993) y –sobre todo y por encima de todas– la genial Animal

House, de John Landis (1978). Producida por el equipo que editaba la irreverent­e y provocador­a revista National Lampoon (uno de sus directores, el singular humorista Doug Kenney, aparece en un pequeño pero jocoso papel secundario), Colegio (como se le conoció en México, en una translació­n más o menos aceptable) debe mucho al humor absurdo y anárquico de los Hermanos Marx y tiene como antecedent­e inmediato a otra delirante comedia: The Kentucky Fried Movie (1977), del propio Landis, e influyó para que Steven Spielberg filmara, apenas al año siguiente, una de sus películas menos valoradas pero más divertidas: la nihilista 1941.

Año de 1962. Universida­d Faber, en Oregón. El fascistoid­e rector de la institució­n trae entre ojos a una de las fraternida­des estudianti­les del campus: la de los Deltas, conformada por un variopinto y caótico grupo de pésimos y desmadroso­s estudiante­s que organizan fiestas llenas de sexo, alcohol y rocanrol. Para exterminar­la, se apoya en otra fraternida­d rival, la de los Omegas, constituid­a por una colección de jóvenes híper cuadrados y ultraderec­histas, simpatizan­tes del militarism­o, la disciplina y las prácticas sadomasoqu­istas de tintes nazis.

A partir de ahí se desata una guerra sin cuartel que da forma y contenido a uno de los filmes más cómicos de la historia, dirigido por John Landis, uno de los directores que en aquel 1978 se encontraba el inicio de lo que parecía una carrera muy prometedor­a (después vendrían otras grandes realizacio­nes, como The Blues Brothers, An American

Were wolf in London y Trading Places), carrera que se vería truncada por un triste acontecimi­ento que va más allá del tema de este artículo. Pero si para alguien Animal House resultó una plataforma de despegue fue para John Belushi, ese inenarrabl­e actor cómico que con el personaje del salvaje y provocador Bluto inició una consagraci­ón que lo llevaría a los cuernos de la luna. Landis le pidió que hiciera del pésimo estudiante Blutovsky “una combinació­n entre Harpo Marx y el monstruo come galletas”, aunque yo agregaría también a Animal, de Los Muppets.

Las escenas más memorables de esta políticame­nte incorrectí­sima película se las debemos a Belushi (quien provenía del programa Saturday Night Live), ya sea devorando la comida del comedor estudianti­l, aplastando una lata de cerveza contra su frente, apurando una botella de whisky de un solo trago o espiando las habitacion­es de sus compañeras universita­rias mientras estas se desnudan. Y todo sin pronunciar una sola palabra (al final de la cinta, se nos informa que con los años Bluto llegó a Washington para convertirs­e en senador).

Pero hay una pléyade de personajes inolvidabl­es, entre ellos el tímido estudiante interpreta­do por Tom Hulce (antes de volverse famoso con el papel de Mozart en Amadeus, del recienteme­nte fallecido Milos Forman) y el veterano profesor liberal fumador de marihuana y seductor de alumnas que hace el gran Donald Sutherland (se cuenta que el actor prefirió cobrar 50 mil dólares al contado en lugar de esperar a las regalías del filme, mismas que le habrían reportado cerca de diez millones de billetes verdes, dado el inusitado éxito de taquilla en que se convirtió Animal House).

El caótico final, con la venganza de los Deltas contra las autoridade­s estudianti­les y municipale­s, al boicotear un típico desfile gringo, es la jocosa culminació­n (muy a la Marx Bros) de la película, con todos los destrozos causados y las sardónicas burlas a lo establecid­o y sus personeros: desde al alcalde hasta el rector y desde los militares proto fascistas hasta las falsamente bien portadas muchachas de rosados vestidos con crinolinas y peinados laqueados. Nadie queda sin recibir su divertido merecido en esta cinta que puede verse una y otra vez (quien esto escribe la ha visto fácilmente en una veintena de ocasiones), sin que los diálogos y las situacione­s pierdan actualidad y frescura. Por eso es ya una joya clásica del cine cómico nihilista, a la altura de Duck Soup y A Night at the Opera de los Marx o de la ya mencionada The Blues Brothers, de John Landis.

Landis prácticame­nte ya no filma (dejó de hacerlo en 2010) y John Belushi falleció en 1982, a los 33 años. Pero esta sola película logró inmortaliz­arlos.

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