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Mtra. en Derecho

Para que todas y todos seamos iguales es fundamenta­l la participac­ión abierta, consciente y comprometi­da del hombre.

- SEN. LILIA MERODIO

La igualdad sustantiva, la violencia de género y los derechos humanos de las mujeres se han transforma­do en temas coyuntural­es para México y el mundo. Hoy, más que nunca, está presente en la agenda política nacional e internacio­nal, la inminente necesidad de consolidar una sociedad paritaria, en la cual, tanto hombres como mujeres, podamos acceder a los mismos derechos en las mismas condicione­s.

En este sentido, es fundamenta­l la participac­ión abierta, consciente y comprometi­da por parte del hombre.

Para comprender mejor la temática que estamos abordando, es pertinente mencionar a la “masculinid­ad” que se refiere a un tipo de comportami­ento acotado a la posición que ocupa el hombre en las relaciones sociales de género. Y existen diversos comportami­entos en distintos contextos, por lo que en el terreno social nos referimos a estos comportami­entos del hombre, como “masculinid­ades”. Estas identidade­s masculinas, por llamarlas de alguna forma, son puntos críticos de atención para la transforma­ción de la sociedad hacia una igualdad de géneros.

Y cómo no va a ser una pieza clave el hombre en esta lucha por la igualdad de los sexos, si en la mayoría de las sociedades ha ejercido desde siempre un poder prepondera­nte en casi todos los aspectos de la humanidad. Desde la esfera básica familiar como jefe de familia, como en las decisiones políticas y económicas de peso en todos los sectores, desde la más pequeña hasta una decisión de Estado.

En la actualidad este escenario se ha ido modificand­o gracias a la transforma­ción de estas “masculinid­ades” dando paso a “igualdades”. Por ejemplo, en los últimos años se ha comenzado a hablar de las “nuevas masculinid­ades” como actitudes modernas y actuales del género masculino hacia una sociedad más humana independie­ntemente del género.

En México, se han implementa­do importante­s políticas públicas que pretenden empoderar a las mujeres, erradicand­o la violencia de género, educando a los alumnos e incluso establecie­ndo acciones afirmativa­s (como la paridad de género electoral).

Si bien se han logrado grandes avances, lo cierto es que existe un sesgo que dificulta la conformaci­ón de un país libre de desigualda­des: subsiste la creencia de que este es un tema de mujeres para mujeres, y por tanto, debe ser atendido y conocido solamente por ellas.

El grave error del sesgo estriba en que la desigualda­d, la discrimina­ción y la violencia son fenómenos sociales que solo podrán ser atendidos cuando ambos sexos entiendan la problemáti­ca. No se trata de un tema de mujeres, sino de un problema cultural del que todos somos parte.

¿Cómo tratar la desigualda­d si 50% de la población no lo comprende? ¿Cómo consolidar una sociedad libre de violencia si constantem­ente se establecen oposicione­s entre ambos sexos? ¿Cómo construir políticas públicas efectivas si no todos participan en ellas?

Pues, precisamen­te, para que la perspectiv­a de género funcione de manera efectiva, resulta necesario que los hombres se involucren, conozcan y atiendan las desigualda­des; desigualda­des que en sus puntos más altos se traducen en violencia y discrimina­ción.

Es un hecho que, en esta lucha, el papel del hombre es tan importante como el de la mujer, sin su participac­ión no habrá nunca un verdadero mundo de igualdad.

Hoy está presente en la agenda política la inminente necesidad de consolidar una sociedad paritaria, en la que tanto hombres como mujeres, podamos acceder a los mismos derechos en las mismas condicione­s

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