PLACER FORZADO
Immanuel Kant, el ilustre filósofo del siglo XVIII, expresaba que la belleza es subjetiva, que no se basa en características que la determinen y no busca proporcionar un placer forzado, sino libre.
Esto viene a colación por la imposición de belleza que maneja la última película de Nicolás Winding, El demonio de neón, que trata, a toda costa y sin ton ni son, de imponer un modelo de belleza occidental sin la más remota idea dramática y que puede encasillarse en un largo y desastroso videoclip que termina por exasperarnos porque no le vemos fin.
Si la belleza no tiene características que la determinen, resulta muy artificioso escuchar una y otra vez, de manera gratuita y sin fundamento, a los personajes secundarios que rodean a Jesse, el personaje principal —una rubia despampanante—, diciendo que es muy bella. El problema es que nada más lo dicen, pero nunca vemos que sea bella; en este sentido es imposible dejar de mencionar el papel que hace Scarlett Johansson en La provocación: sin necesidad de decir nada, el personaje está trabajado para que lo veamos provocativo, deseable, fatal. Es la diferencia entre un cineasta que sabe contar historias y otro al que le hace falta crecer, madurar, ¿sufrir?
Desde la primera toma nos damos cuenta de qué tipo de película es: pura estilización que se desborda hasta empacharnos, sobre todo porque es inútil ya que no logra producir ninguna clase de sensación. La historia se queda en un bosquejo demasiado simple y, lejos de tratar la problemática relacionada con el modelaje, mucho menos produce erotismo, terror, suspenso o drama. Si intentó el surrealismo, también falló irremisiblemente: nos damos cuenta desde temprano de que estamos ante una pretensión que trata de apantallar con un continuo efectismo audiovisual que se vuelve burdo, tedioso y chocante.
El autor se empeña en hacer de la belleza un gusto forzado, como diciendo: “Hoy se me ocurre una secuencia donde las mujeres estén en ropa interior; mañana otra donde un puma entre al cuarto de Jesse, no sé por qué ni para qué, pero de todos modos las voy a filmar”. En realidad no intenta decir nada: queda en el vacío, acercándose a la fanfarronería y el bluf.
Cuando el arte logra belleza es porque proporciona un placer libre, natural, so pena de incurrir en el discurso inútil que conduce al aburrimiento. Para cerrar con la intensidad del pensamiento del filósofo alemán, solo queda añadir: “Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin concepto son ciegas”. m