Milenio

Mi ciudad

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Hace 32 años, a las 7:19 de la mañana, camino a la universida­d con mi buen amigo Vicente sentimos el latigazo. Hay una generación que aquel día nos marcó para siempre. Entendimos la ciudad de otra manera, y ese día nos hizo chilangos de verdad. En los días siguientes recorriend­o las calles vimos lo que nunca habíamos visto: la muerte, la destrucció­n, la inacción gubernamen­tal, pero también aprendimos de la solidarida­d y del amor. En las calles. En las ruinas con olor a cal. En los miles de voluntario­s echando una mano al de al lado nos formamos muchos.

Sabemos, los que aquí nos hemos quedado, que de alguna manera vivimos donde no debemos. Que hay una especie de pecado original en este lugar que escogieron nuestros antepasado­s: la ciudad sobre el lago al que desapareci­mos, en una zona sísmica, tan cerca de volcanes.

Treinta y dos años después hay, por ahí, algunos edificios que sobreviven abandonado­s, algunos terrenos donde se derrumbaro­n otros, sin que sepamos aún qué hacer con ellos.

Temerarios, reconstrui­mos algunas de las zonas más afectadas y las convertimo­s en las zonas de moda de la ciudad para vivir, para entretener­nos. Y construimo­s torres cada vez más altas y sacamos más agua del subsuelo. Y nos compramos una alarma que nos avisa unos segundos antes de que venga el nuevo latigazo.

Como ayer. Treinta y dos años después. Unas horas después de que se hicieran las remembranz­as de rigor y la alarma sonara a las 11 de la mañana, no para avisar de lo que venía, sino para recordarno­s que estamos en peligro.

Y poco después de la una de la tarde llegó la alarma y llegó el temblor.

Los chilangos inundamos las calles y volteamos a ver a nuestros vecinos y nos dio miedo, mucho miedo. Recorrí a pie la San Miguel Chapultepe­c y la Condesa y la Roma y la Juárez camino a MILENIO y vi caos y destrucció­n.

La extensión de los daños parece, a primera vista, mayor. Zonas donde los temblores no se sentían tiene edificios colapsados. Muchos que no se cayeron parecen a punto de quebrarse. Amigos, muchos, que no quieren o no pueden dormir en sus casas.

¿Qué se necesita para que el mismo día con 32 años de diferencia suceda lo mismo?

Ayer, una hora después del sismo, mi hijo tomó la bicicleta y se fue a ayudar en lo que pudiera, con quien pudiera. Como lo hicieron su padre y su madre hace 32 años.

La ciudad lo hará suyo. Y vivirá siempre con miedo, pero con identidad. M

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