NADA MÁS QUE SAL
Al suroeste de Bolivia, en el departamento de Potosí, un desierto salino –tan amplio que puede verse desde el espacio– se extiende por 12 000 kilómetros cuadrados sobre el depósito de litio más grande del mundo: el salar de Uyuni.
Entre tanta inmensidad, la soledad es absoluta y el silencio, total. Una gaviota pasa volando y me doy cuenta que piso una fina capa de agua que refleja todo alrededor. Camino sobre las nubes.
Al contemplar la planicie, el paisaje se confunde con espejismos en los desiertos gélidos de la Antártida. Pero basta con tocar el suelo y llevarse la mano a la boca para aterrizar en la realidad salina de Uyuni. Con sus más de 12 000 kilómetros cuadrados y a 3 650 metros sobre el nivel del mar, es el salar más extenso y alto del mundo; tan vasto que Neil Armstrong vio el destello de esta enorme mancha blanca desde la Luna, en 1969.
La historia geológica de este sitio lo ubica dos veces bajo el agua salobre: una hace 40 000 años, cuando estaba cubierto por el lago Minchín –de 36 000 kilómetros cuadrados–, y la otra hace 12 000, cuando el derretimiento de los glaciares andinos formó el lago Tauka. Ambos cuerpos de agua se evaporaron por la falta de afluentes y el calor de la actividad volcánica, dejando el salar de Uyuni –así como al de Coipasa y a los lagos Poopó y Uru Uru– como registro de su existencia.
Así, la desecación ayudó a que las capas de sal bajo los antiguos lagos se solidificaran hasta
conformar las extensiones blancas del altiplano boliviano. Los únicos testigos de este pasado prehistórico son las 32 islas de coral y estromatolitos petrificados (residuos de cianobacterias). Entre ellas, la más visitada se ubica en la zona central, Incahuasi, donde especies endémicas de la región –como roedores llamados vizcachas y más de 16 000 cactus gigantes, denominados cardones de la puna– habitan las 24 hectáreas de este y otros islotes perdidos entre la sal.
Desde la cima de la isla, la llanura parece un mar sólido, infinito y liso, diferente de cuando se observa de cerca, ya que algunas partes del salar muestran un patrón peculiar bajo su corteza. El fondo se compone de 11 costras de sal, de dos a 10 metros de espesor cada una, entre las cuales hay espacios donde se acumula el agua de lluvia, que posteriormente se convierte en salmuera.
Así, el calor del sol ocasiona evaporación, que intenta salir hacia la superficie al romper la sal y crear fracturas que se presentan como una serie de hexágonos en el suelo. Esto ocurre mediante un proceso llamado diaclasa, el cual permite que el vapor escape con mayor facilidad.
Sin embargo, esta salmuera no solo brinda un ambiente extraterrestre a este desierto salitroso. También contiene minerales importantes, como boro, magnesio y cloruro de sodio, y sobre todo litio, con el que se fabrican baterías, computadoras, celulares, televisiones y varios dispositivos tecnológicos. Esto ha llamado la atención de empresas de Japón, Francia y Corea del Sur, así como de los gobiernos de Rusia, Irán y China –aliados del presidente boliviano Evo Morales–, quienes realizan perforaciones para alcanzar los depósitos de agua, extraer el litio y procesar este recurso, considerado estratégico para el futuro de las naciones industrializadas y en desarrollo.
Existen unos 100 millones de toneladas de litio bajo los más de 12 000 kilómetros cuadrados de superficie del salar; esto lo convierte en la reserva más grande del mundo, con más de 50 % del total mundial. Por eso, aquí opera una planta de carbonato de litio que lo produce y exporta a escala industrial. Pero no es lo único que provee Uyuni: los artesanos locales pueden procesar hasta 5 000 kilos de sal al día, tanto para consumo humano como para la elaboración de esculturas y construcción de viviendas.
Incluso con la explotación creciente de los recursos, en una buena temporada de lluvia la naturaleza del salar permite que este recupere hasta cinco centímetros de grosor y cinco metros de perímetro cada año. Así, debido a la constante expansión del desierto, no es el salar sino el pueblo de Uyuni el que se encuentra en peligro, pues en algún momento quedará enterrado bajo la sal.
Pero gracias al ejemplo de la fauna nativa, no hay mucho de qué preocuparse: flamencos, gaviotas, ibis de puna, ocas, avocetas andinas, patos silvestres, cometocinos patagónicos, etcétera, se han adaptado a los cambios a lo largo de los años para sobrevivir a las condiciones extremas por encima de los 3 600 metros sobre el nivel del mar.
Como ejemplo está el animal más emblemático de las mesetas de Bolivia, el flamenco andino, la única capaz de alimentarse de las bacterias
presentes en el agua del salar debido a los filtros de sus picos, con los cuales evitan consumir aquellos minerales tóxicos.
En quechua, Uyuni significa “por donde corre el viento”, debido a las ventiscas persistentes que no encuentran obstáculos para circular. Sin embargo, este sitio anteriormente se denominaba salar de Tunupa, nombre de un volcán cercano que la cultura aimara identificó como el achachila, su guardián y protector. Según su cosmogonía, en tiempos antiguos las montañas y volcanes eran seres divinos que podían caminar e interactuar; dos de ellos eran Cuzco y Cusuña, varones y amigos inseparables, hasta que el encanto de la hermosa Tunupa los puso a competir.
Finalmente, Cusuña ganó su amor, forjó una vida con ella y tuvieron un hijo. Todo transcurría con normalidad, hasta que un día Cusuña salió a trabajar; a mitad del camino, se dio cuenta de que había olvidado una herramienta en su casa, así que regresó y encontró a Tunupa en la cama con Cuzco. Enfurecido, Cusuña tomó a su hijo y huyó lejos, mientras la madre salía en búsqueda de su bebé. Al darse cuenta de la traición, la omnipresente Pachamama (Madre Tierra) montó en cólera y sentenció a todas las montañas del mundo a permanecer sujetas al suelo por la eternidad. Así, la búsqueda de Tunupa se vio frustrada y no tuvo más que llorar, mientras sus pechos lactantes se llenaron hasta reventar. Las lágrimas y la leche se mezclaron y fluyeron cuesta abajo, originando lo que hoy es el salar.
Al atardecer, la planicie desértica parece nevada. Los destellos entre los granos de sal poco a poco se comienzan a apagar conforme se oculta el sol. Con la oscuridad circundante, el cielo y el horizonte se entrelazan hasta que comienzan a surgir las primeras estrellas. Volteo a ver el suelo, de nuevo piso agua. Minutos después, tanto arriba como abajo, el centelleo estelar conquista la noche y la Vía Láctea corta de tajo la bóveda celeste. Ahora camino en el espacio sideral.