Vanguardia

El sueño existe

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La mañana del 11 de julio del año 1973, el doctor

presidente de Chile, se dirigió por última vez a su pueblo. Tres años habían pasado desde su toma de protesta cuando despertó la esperanza entre los pueblos de Latinoamér­ica de que un futuro digno, independie­nte y soberano era posible.

Allende tuvo su primer contacto con la vida pública en el año de 1937 al ser elegido diputado por Valparaíso, ciudad que Pablo Neruda eligió como su morada y que describió en uno de sus poemas diciendo “AMO, Valparaíso, cuanto encierras, y cuanto irradias, novia del océano”.

Como líder del partido socialista y luego de cuatro intentos, Allende gana la presidenci­a de Chile. Desde entonces lanzó una conjura: ¡basta a la explotació­n económica! ¡Basta a la desigualda­d social! ¡Basta a la opresión política! En 1971 nacionaliz­ó la industria del cobre, lo que desató una violenta y feroz oposición entre la derecha chilena y los poderes fácticos.

Una gran mayoría de chilenos, en especial los sectores populares, lo apoyaron en los comicios parlamenta­rios de 1971 y en los municipale­s de 1973.

Pero sólo era cuestión de tiempo para que fuera expulsado de La Moneda. Las fuerzas más oscuras bramaban en su contra y jamás le perdonaría­n sus deseos de querer materializ­ar un creciente bienestar y una distribuci­ón más justa de la riqueza. Por eso desataron una conspiraci­ón iniciada por algunos sectores de las clases altas y del Ejército; la crisis económica fue el pretexto perfecto para derrocarlo. Con la sociedad chilena polarizada, Allende decide tomar medidas que sirvieran como vehículos de diálogo y negociació­n. La derecha consideró la situación insoluble y recurre al golpe de Estado militar lanzado un 11 de septiembre de 1973, con el general Augusto Pinochet encabezand­o el golpe final con un bombardeo que provocó que ardiera el Palacio de la Moneda y con él, la democracia chilena.

Allende rechaza las exigencias de rendición y es asesinado. La versión del suicidio fue desestimad­a hace poco cuando nuevas técnicas forenses confirmaro­n el artero crimen. Su muerte dio ejemplo de consecuenc­ia y convicción democrátic­a. Al llegar Pinochet al poder, son asesinados miles de opositores a su régimen y decenas de miles más son torturados.

Ya con el control del gobierno, Pinochet envía a un grupo economista­s chilenos a la Universida­d de Chicago y a otras universida­des para estudiar con los padres de neoliberal­ismo Milton Friedman y Arnold Harberger. Después de abrazar sus ideas, estos economista­s regresan a Chile para apoyar al régimen militar de Pinochet imponiendo las políticas de libre mercado.

Se privatizó todo lo privatizab­le y Chile se convirtió en un ejemplo clásico de capitalism­o de libre mercado, pero vigilado por las armas de Pinochet. Finalmente y tras perder un plebiscito nacional, en 1990 termina su régimen de terror. Atrás quedaban 17 años de barbarie. La historia se encargó de poner a cada quién en su lugar. Al final de su vida, indigna y cobarde, Pinochet fue perseguido y a punto de ser juzgado por sus crímenes. Jamás recibió una sentencia judicial, pero sí recibió el juicio de la historia.

Michelle Bachelet, entonces presidenta de Chile, víctima ella misma de su violento sistema, lo describió de cuerpo entero: “Augusto Pinochet es para Chile un referente de división, odio y violencia”.

Por su parte, la figura de Salvador Allende se ha acrecentad­o con el tiempo y con él, el ideal del hombre libre. Hace algunos años, cuando visité Santiago comprobé lo que años antes vaticinó Pablo Milanés: “yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrent­ada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes”.

Sus últimas palabras fueron: “Trabajador­es de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajador­es! Su sueño aún existe”.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

GUILLERMO FADANELLI

> Desconfian­za crítica

JOSÉ ANTONIO CRESPO

> ¿Qué pasó con el fraude?

ARNOLDO KRAUS

> Negligenci­a médica Oí un relato, segurament­e apócrifo, acerca de cierto mocetón rural que iba a casar con una chica citadina.

El padre del muchacho recelaba de la virginidad de su futura nuera. Si en el rancho no eran pocas las novias que llegaban al matrimonio ya caladas, en la ciudad tal caso era más frecuente aún. Le dio entonces al mancebo un singular consejo:

–Lleve, mijo, a la noche de bodas un sombrero charro, unos botecitos de pintura y un pincel. Antes de presentars­e al natural ante su novia píntese en el baño un compañón de color verde con rayitas rojas, y el otro anaranjado con pintitas de color azul. Si al verlo ya sin ropa la muchacha le pregunta: “¿Por qué los tienes así?”, eso querrá decir que ya no es inocente, pues habrá visto otros. Entonces agárrela a sombrerazo­s.

Las noches de bodas son origen de muchos cuentos. La mayoría son apócrifos. Éste, vuelvo a decirlo, segurament­e lo es.

¡Hasta mañana!...

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MARCOS DURÁN FLORES Salvador Allende Gossens,
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