Educación y futuro
Por su propia naturaleza la educación está esencialmente comprometida con el futuro. Su misión es preparar para el futuro, ayudando a los educandos a desarrollar sus potencialidades y capacitarles para sus sucesivos presentes progresivos.
En el imaginario social, cuando se habla de educación formal profesional, en la mayoría de la gente todavía prevalece la imagen de la educación en los niveles escolares. Sin embargo, en la realidad y a la hora de definir el sistema educativo la educación está ligada y obligada con los niveles superiores que incluyen a los universitarios de grado y posgrado.
Es más, actualmente la educación es permanente porque son permanentes los cambios y consecuentemente todos tenemos que aprender a conocer, a hacer, a ser y convivir constantemente. Pero la responsabilidad de la educación no es solamente capacitar para el presente y preparar para el futuro, la educación es responsable también en gran y la más importante parte de la construcción del futuro. Es evidente que si no hay educación, ciertamente no hay futuro. Y la calidad del futuro de un pueblo depende de la calidad de la educación, con su correspondiente formación y capacitación, que reciben sus ciudadanos. Un pueblo de ignorantes, incompetentes y mal educados es un infierno de condenados a todas las pobrezas radicales.
La responsabilidad de la educación pública sea de administración del Estado o de administración privada, está agravada por el hecho de que por las aulas de todas las instituciones, al menos escolares, pasan todos los que constituyen la población del futuro. Y esa población solamente sabrá y podrá hacer de acuerdo a lo que haya aprendido y sea capaz de aprender.
No es posible comprender ni excusar la irresponsabilidad histórica de nuestros políticos y gobernantes que sostienen un sistema educativo que como la infraestructura de sus escuelas se desmorona. También es difícil comprender la pasividad, que parece permisividad cómplice, de las madres y padres de familia que permiten que sus hijos crezcan indefensos sin que su derecho humano fundamental sea satisfecho digna y eficazmente.
El futuro siempre ha sido un desafío para los educadores, ahora es mucho más complejo y dinámico y, por tanto provoca muchos y difíciles desafíos, y todos ellos afectan a la educación. Hasta hace poco tiempo, el futuro se presentaba como un horizonte cargado de esperanzas. Nuestra fe en los progresos científicos y tecnológicos motivaba el pensamiento de que las ciencias serán capaces de encontrar solución, tarde o temprano, a todos los problemas que la humanidad tiene planteados y no resueltos. El optimismo triunfalista alimentaba todas las esperanzas.
Pero desde hace poco, el futuro se presenta ambiguo y para muchos es una amenaza. Los futurólogos investigadores aseguran que si la humanidad no cambia sus modos de vivir, el sistema económico, nuestro rol en la naturaleza, nuestra cosmovisión y la política internacional, la calidad de vida e incluso la supervivencia están en alto riesgo.
A este inquietante panorama se unen la aceleración de los cambios, la escalada en la producción de nuevos conocimientos, la aparición de nuevas carreras y la desaparición de otras, el crecimiento del desempleo, etc., que hacen imprevisible el futuro, ya que el cambio se ha convertido en la constante y en consecuencia, sobre todo para adolescentes y jóvenes, se imponen la incertidumbre, la inseguridad y la angustia.
La inseguridad y la angustia de la incertidumbre han desembocado en miedo al futuro tan dramático, que desgraciadamente está provocando suicidios de adolescentes, hasta el punto de haberse convertido en la tercera causa de muerte de los adolescentes.
El futuro tiene diversas caras, es polifacético. El futuro científico, por ejemplo, es deslumbrante, el futuro ecológico es deprimente e inquietante, el futuro social es patético porque las variables vigentes ensanchan y profundizan las brechas existentes.
El rol de la educación es vital, factor número uno de todos los desarrollos. Nuestro sistema educativo no está equipado para enfrentar el futuro. Por ejemplo, ni el MEC ni CONES ni las universidades ni los IFD cuentan con un equipo de alto nivel científico e intelectual que repiense la pedagogía y la educación para salir del estancamiento en la primera mitad del siglo pasado y sumarnos al dinamismo de la historia. No perdamos más tiempo.