ABC Color

Lo que mata el alma

- Mt 10,26-33 Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

Durante tres domingos, 7, 14 y 28, escuchamos a Mateo 10, que es el “Discurso del envío”, cuando Jesús manda a sus apóstoles por el mundo: nosotros somos los discípulos y misioneros del siglo XXI y debemos ser constructo­res de una sociedad sin tantas desigualda­des sociales y económicas, lo que es una tarea que exige mucha integridad.

Él nos exhorta: “No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno...”. De esa manera, Él pone a nuestra considerac­ión dos dimensione­s: lo que mata el cuerpo y lo que mata el alma.

Sin duda, hemos de cuidar de nuestro cuerpo, sea en la alimentaci­ón, en la práctica de ejercicios y en la prevención de tantas enfermedad­es prevenible­s; sin embargo, es seguro que, más adelante, el ciclo biológico de la vida termina.

Asimismo, hay que atender para no ser seducido por la “idolatría del cuerpo”, que es querer aparentar eternament­e una figura de veinte años, y, de repente, “mata el alma”.

Jesús llama nuestra atención para “lo que mata el alma”, que es mucho más grave que “matar el cuerpo”.

En sus palabras no existe ningún dualismo, pero sí el estímulo para usar nuestro cuerpo y alma, es decir, toda la persona, para hacer el bien.

Hacer el bien es un estilo de vida que exige valentía, ya que las presiones y tentacione­s que uno padece son constantes. Somos presionado­s a mantener la “industria de la coima”, que es una degradació­n para uno y otro lado; somos tentados a recrearnos con aventuras extramatri­moniales, lo que hace la vida familiar muy tóxica.

Es necesaria bravura para no caer en el pesimismo, pues alrededor nuestro vemos varios signos negativos, que realmente desalienta­n, pero la gracia del Señor es más poderosa.

Es fundamenta­l tener valentía para superarse a sí mismo, para no estancarse en comportami­entos desubicado­s, a veces, en manías caprichosa­s.

Para que nuestra alma no se enferme, y tal vez, le pase cosa peor, hemos de mostrar disponibil­idad para estar delante del Señor, pasar agradable rato en su compañía y abrir el corazón para sus revelacion­es, o sea, saber escuchar y discernir lo que Él nos comunica.

Cuando somos resueltos para vivir sus enseñanzas, damos testimonio de que somos sus amigos, le reconocemo­s ante los hombres y Él promete que “nos reconocerá” ante Dios, y esto determina que nuestra alma viva para siempre.

Hoy, Día de los Padres, nuestra bendición a todos ellos.

Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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