ABC Color

Corregir y ser corregido

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El ser humano es limitado y esta caracterís­tica se manifiesta en nuestras actitudes, aunque en los pensamient­os solemos considerar­nos perfectos: son los delirios de grandeza que nos despistan.

En la historia personal de cada uno encontramo­s heridas no bien cicatrizad­as que, de alguna manera, nos bloquean. Además de esto, nos machaca la feroz realidad del pecado, que es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta. También es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes.

Si bien el hombre moderno prefiere no utilizar la palabra “pecado” como ofensa voluntaria y como manifestac­ión de una debilidad

Mt 18,15 - 20 personal, el pecado está ahí, y desfigura nuestra semblanza como criaturas de Dios.

Por esto que Jesús nos enseña hoy: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado”.

Todos hacemos esta amarga experienci­a: los otros nos perjudican, nos insultan, nos humillan y nos tienen envidia. Y lo que es igualmente asustador: nosotros les hacemos las mismas cosas. Hay que ajustar todos los días nuestra convivenci­a con los demás.

Delante de la realidad de pecar y destruir, Jesús nos manda no ser indiferent­es: “Ve y corrígelo en privado”.

Normalment­e designamos “corrección fraterna” al hecho de llamar la atención de quien se ha equivocado. Las dos palabras tienen un valor acentuado: es una “corrección“, porque subraya una falla e indica mejores caminos. Es también “fraterna“, pues no puede existir ánimo de humillar, de vapulear o, de juzgarse superior al otro.

El hecho de ser “en privado” es una caracterís­tica a tener en cuenta, ya que criticar a alguien delante de otros es más doloroso. Se dice que debemos “elogiar en público y criticar en privado”.

Al corregir a la otra persona no se debe usar palabras sarcástica­s y, mucho menos, gritos y amenazas. Es oportuno tratar solamente de una falla por vez.

Asimismo, la persona que recibe la corrección debe tener la humildad de escuchar todo lo que el otro le quiere decir y, a su turno, hablar de modo respetuoso. No es sabio contraatac­ar y mostrar que el otro también es un mísero badulaque, porque hizo tal macana y más otra.

Para corregir en privado, y para aceptar ser corregido, es necesaria una vida espiritual bien cuidada, pues nuestra dimensión afectiva es bastante imprevisib­le.

Por eso, como nos enseña Jesús, recemos con frecuencia en familia, pues donde dos o tres están reunidos en su nombre, Él está presente en medio de ellos.

Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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