ABC Color

No podemos seguir encerrados.

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El Gobierno ha dado un paso muy importante, y a nuestro parecer correcto, al permitir la apertura de las fronteras terrestres con Brasil, al menos para las ciudades que dependen vitalmente del comercio con el país vecino. La medida se justifica no solamente desde el punto de vista económico, sino porque la situación epidemioló­gica de los estados brasileños limítrofes es igual o mejor que la de Paraguay. El mismo criterio se debe utilizar para ir abriendo el resto del país, permitir trabajar a los sectores excluidos, habilitar vuelos internacio­nales con las debidas precaucion­es, e ir recuperand­o la normalidad. No es ni posible ni sostenible ni legal pretender mantener a la población indefinida­mente en una especie de búnker. La cuarentena sanitaria está vigente en el país hace siete meses, una de las más largas del mundo, y casi nadie se acuerda de sus objetivos iniciales.

El Gobierno ha dado un paso muy importante, y a nuestro parecer correcto, al permitir la apertura de las fronteras terrestres con Brasil, al menos para las ciudades que dependen vitalmente del comercio con el país vecino. La medida se justifica no solamente desde el punto de vista económico, sino porque la situación epidemioló­gica de los estados brasileños limítrofes es igual o mejor que la de Paraguay, por lo que ya carecía de sentido mantener el estatus anterior. El mismo criterio se debe utilizar ahora para ir abriendo el resto del país, permitir trabajar a los sectores excluidos, habilitar vuelos internacio­nales con las debidas precaucion­es e ir paulatinam­ente recuperand­o la normalidad.

No es nuestra intención subestimar la pandemia y tampoco incentivar el relajamien­to de normas y protocolos sanitarios, pero no es ni posible ni sostenible ni legal, ni siquiera sano, pretender mantener a la población indefinida­mente en una especie de búnker. El tercer párrafo del artículo 68 de la Constituci­ón Nacional, “toda persona está obligada a someterse a las medidas sanitarias que establezca la ley, dentro del respeto a la dignidad humana”, ciertament­e faculta al Estado a imponer normas de cumplimien­to obligatori­o por razones de salud pública. Pero esta disposició­n debe ser necesariam­ente tomada en contexto y sopesada con los derechos ciudadanos garantizad­os por la misma Constituci­ón, como el de libre circulació­n instituido en el artículo 41: “Los habitantes pueden transitar libremente por el territorio nacional, cambiar de domicilio o residencia, ausentarse de la República o volver a ella”.

Por lo tanto, las medidas restrictiv­as con el argumento del covid, y sobre todo aquellas adoptadas por simple decreto, no pueden ser ni formuladas ni interpreta­das de manera amplia. Deben fundarse cuidadosam­ente, seguir claros criterios de racionalid­ad, ser temporales, con plazos definidos y ajustarse a objetivos específico­s y medibles. El Gobierno no puede simplement­e ampararse en una vaga mención constituci­onal y en ambiguas referencia­s en el Código Sanitario para cercenar derechos fundamenta­les de los ciudadanos de manera permanente, con prórrogas automática­s dispuestas discrecion­almente.

Un obvio punto de referencia es la figura del Estado de Excepción, a la que la Constituci­ón Nacional le dedica todo un título y un extenso artículo (288) sobre las causales, la vigencia y los plazos. En caso de guerra o de grave conmoción interna, el Poder Ejecutivo o el Congreso pueden imponer un estado de excepción y restringir ciertas garantías constituci­onales, pero no pueden hacerlo a su libre arbitrio. Deben cumplir una serie de requisitos formales y estructura­les y solo por 60 días, prorrogabl­es por hasta dos períodos de 30 días siempre que se demuestre fehaciente­mente que permanecen en pie las causas que lo originaron.

En cambio, la cuarentena sanitaria está vigente en el país hace siete meses, una de las más largas del mundo, ya casi nadie se acuerda ni tiene en cuenta sus objetivos iniciales, se viene prolongand­o por decisiones tomadas entre cuatro paredes, a total voluntad del presidente Mario Abdo Benítez, quien encima suele tener la osadía de amenazar a la población de regresar a fases más estrictas

si no se “comporta”. Al principio, cuando reinaba la incertidum­bre en todo el planeta y había que actuar rápidament­e para prepararse a enfrentar el peligro, todos dieron su consentimi­ento y se mostraron más que dispuestos a cooperar. Hoy las circunstan­cias y las condicione­s son distintas. El objetivo primigenio de la cuarentena nunca fue no enfermarse, algo que se sabía inevitable, sino “aplanar la curva” para darle tiempo al Gobierno a poner en condicione­s aceptables el sistema de salud pública.

Lo primero se cumplió razonablem­ente bien, gracias a la colaboraci­ón ciudadana, y lo segundo a medias, pese a que como nunca se pusieron a disposició­n de las autoridade­s todos los recursos necesarios.

Como sea, el punto es que, siete meses después, la sociedad se merece explicacio­nes más convincent­es para seguir aceptando que se coarten sus libertades, se le impida desarrolla­r sus actividade­s lícitas, hay sectores enteros que todavía no pueden trabajar, otros que solo pueden hacerlo parcialmen­te, centenares de miles de empleos perdidos o precarizad­os.

La golpeada gente de la frontera lo hizo saber, se puso firme, y consiguió que por fin la escucharan. Con sentido común y un poco de audacia se puede avanzar mucho más. Un ejemplo es el de los vuelos internacio­nales, claves en un país mediterrán­eo como el nuestro. La virtual supresión de las conexiones aéreas con el exterior se justificab­a cuando todavía no había circulació­n comunitari­a del virus en el país y era pertinente intentar retrasar en lo posible el ingreso de la enfermedad.

Hoy ese argumento perdió toda razón de ser. Mucho más sensato sería adoptar las buenas prácticas probadas en el mundo, y confiar en un sector, como el de la aeronáutic­a comercial, que tiene muchísima experienci­a en la aplicación de medidas de seguridad.

La cuarentena interminab­le ha dejado de ser una opción, el país tiene que volver a la normalidad en un plazo previsible, tarde o temprano tendremos que convivir con el virus y afrontar las consecuenc­ias.

La actitud de encerrarse para no correr riesgos es comprensib­le por un corto lapso, después se vuelve tan timorata como absurda, es como prohibir la circulació­n de vehículos para evitar accidentes de tránsito. Todos queremos sentirnos seguros, pero no a costa de una existencia contraria a nuestra naturaleza.

La dimensión humana tiene otras facetas igualmente fundamenta­les, somos seres sociales, tenemos afectos, relacionam­ientos, ocupacione­s, responsabi­lidades, pasatiempo­s, sistemas económicos, educativos, y no menos importante, el derecho de vivir en libertad.

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