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La lucha principal más allá de lo verbal y físico en “Pedro y el Capitán”, obra escrita por Mario Benedetti, es la lucha psicológica e ideológica. Esta puesta se estrenó el pasado martes en la Sala La Correa de La Caósfera (Gral. Díaz 1163 c/ Hernandarias) y sigue con funciones hoy, mañana, el sábado y el domingo a las 20:00. Las entradas son limitadas, a G. 50.000. Reservas, al 0972 507523.
En una obra donde toda la atención y tensión se centra en dos personajes muy complejos de ser abordados, es precisa la mano de un director o directora exigente para que las emociones no sean escasas, pero tampoco desenfrenadas. Además, con un tema muy sensible, y lastimosamente vigente, hay que tener cuidado de no sobrepasar el límite del morbo. En todos estos puntos, la joven Mafe Mieres llevó bajo su dirección a la obra a un lugar entre lo sublime y conmovedor, lo justo para entender la reflexión a la que nos llevan estos personajes.
Personajes que también requerían de dos personas capaces de navegar en ese mar de incertidumbres, dolores, desesperanzas, inseguridades y perdón. Es este un duelo actoral entre Joaquín Díaz Sacco (el Capitán) y Pablo Fúster (Pedro). Torturador y torturado ¿o al revés? Ya que, justamente, en los reveses que tiene el texto, el Capitán es el que va desentramando su sufrimiento, y es el secuestrado y torturado físicamente quien resiste a sus convicciones.
Para el trabajo que cada uno tenía –el de encontrar el punto justo entre la emoción y la técnica–, ambos lograron sobradamente el cometido.
Los dos papeles son complejos. El personaje del Capitán, si bien no tiene mucho trabajo físico, es el que lleva la carga emotiva por dentro, y todo lo que lo va quebrando y rompiendo lo debemos sentir a través de sus miradas o en el dejo de dolor, insatisfacción o miedo en la voz. Díaz Sacco se planta creando un Capitán que dentro de una coraza gélida escondía fragilidad y arrepentimiento.
Por su parte, Fúster asume un rol de múltiples aristas. Es quien sí tiene el mayor peso en cuanto a trabajo físico y su resultado es admirable. Así como las ropas se van yendo con el transcurso de la obra, él se va desarmando psíquica y corporalmente. Como si cada parte de su cuerpo respondiera a un dolor emocional específico, y en ese sentido el dominio que tiene de su cuerpo es excelente.
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