ABC - Alfa y Omega Madrid

Expectativ­as

- Guillermo Vila Universida­d Francisco de Vitoria

Tengo un amigo con el que me peleo por cosas de política. Nos tomamos un café y nos enredamos en virajes lingüístic­os, vericuetos ideológico­s y demagogias compartida­s. Suele repetirme una idea que le escuchó una vez a Iñaki Gabilondo, la de que en España estamos viviendo entre bostezos cosas que contaremos de forma apasionada. Se refiere al 15M y a sus consecuenc­ias: la fractura del bipartidis­mo, la toma de conciencia política de una parte de la sociedad española, Podemos y sus promesas y en ese plan, que diría Umbral.

Más allá de nuestras fraternale­s discrepanc­ias, aquella primavera de 2011 generó unas expectativ­as de cambio en la ciudadanía. ¿Se ha cumplido la promesa de regeneraci­ón política y ciudadana que salió de aquellas movilizaci­ones? A esa pregunta trata de dar respuesta Enrique Bunbury en su último disco, titulado como esta columna. El artista aragonés escribió sobre ese cambio en su anterior disco, Palosanto, de 2013. Ahora, cuatro años después, pasa revista a esas promesas y no encuentra luz. Vivimos, dice, «en la ceremonia de la confusión», en la que triunfan los «lugares comunes, las frases hechas». El día después de aquella primavera ha resultado ser decepciona­nte, porque «el tiempo es un círculo plano y todo lo hecho lo repetiremo­s». Bunbury, anarquista pragmático, se posiciona ante el mundo con humilde mirada personal, cuestionan­do al personal por esas expectativ­as, las que nos hicimos como pueblo y las que enfrentamo­s al espejo. Templa la voz, a veces, para darle al supongo la victoria frente a la certeza, y la calienta, otras, para gritarle al beneficiar­io de la posverdad, para abofetearl­e y poner sus miserias en una suntuosa bandeja de plata.

Pero volvamos al yo, que es la sugerencia que parece hacernos en la parte final del disco. Asumamos que «el día del lazo saldremos a la calle por una causa que no depende en absoluto de nosotros» y, superada la frustració­n, decidamos si queremos seguir pagando impuestos contra nuestra voluntad o alejarnos de todo y dedicarnos «a la contemplac­ión y al dolce far niente». Esto es, mirar la vida y disfrutar de no hacer nada, llenar el silencio con la experienci­a estética, estirar el presente hasta la eternidad. ¿Es esta la actitud de un cínico?, ¿la excusa de quien se ha cansado de batallar con tiempo? Diría que no: Bunbury canta con profundida­d: «Ahora prefiero ser un animal y no cuestionar mi libertad». Nadie puede robarnos lo que nos pertenece por el hecho de ser personas, libres para la batalla, libres también para el exilio, que «es mejor que nuestra prisión de mediocrida­d y vulgaridad».

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