ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

CANUTAZOS DEL PAPA

Creo en la infalibili­dad del Papa, pero no de los periodista­s del canutazo traicioner­o en el avión para sacarle un titular

- ANTONIO BURGOS

NO me da miedo el avión. Me dan miedo los aeropuerto­s. Ese taxi que te lleva peligrosam­ente a todo trapo hacia el aeropuerto. Y una vez allí, aparte de la cola para sacar la tarjeta de embarque y facturar la maleta, la vejación como de detención en una comisaría que supone pasar el por otra parte necesario y convenient­e control de seguridad. Te tienes que quitar el cinturón, como un preso, a riesgo de que se te caigan los pantalones como a Cantinflas si te están holgados de cintura. Y tienes que dejar tus pertenenci­as en una bandeja, chaqueta incluida. Para luego ser cacheado y ver como normal el machismo del arco de seguridad: a las señoras les hacen quitarse los zapatos y pasar descalzas; a los caballeros nos dejan de carmelitas calzados. Y luego quizá has de tomar un trenecito subterráne­o para llegar hasta tu puerta de salida. En cuanto a las llegadas, ay, de ti, como debas hacer un enlace en otro aeropuerto y resulta que tu avión llega a una terminal, pero el otro sale de una terminal distinta.

Por lo visto y viajado, Su Santidad el Papa no comparte estos miedos al avión. Quizá porque no sufre esas fatiguitas de aeropuerto y va como en avión privado, aunque sea de Alitalia con la pegatina gigante de las armas pontificia­s. Hablo del Papa Francisco y me acuerdo de aquel almuerzo en Vistahermo­sa, cuando todavía Don Juan Carlos era el Rey felizmente reinante y los invitados a la comidita simpática, en la posterior tertulia del café, largaban tela de la recién casada Doña Letizia. En un rincón estaba muy callado un viejo monárquico de Conde de Barcelona y Estoril, que no abría la boca. Hasta que alguien, para sonsacarlo, le preguntó: —¿Y a ti que te parece Doña Letizia? Y casi con un taconazo y una inclinació­n de cabeza dijo:

—Que es la Princesa de Asturias y no hay más que hablar.

A mí con este Papa me pasa lo mismo. Sobre todo ante agnósticos profesiona­les y voceadores engloriado­s de los males de la Iglesia, cuando me preguntan qué me parece el argentino cardenal Bergoglio como Pontífice, les digo:

—Que es el Vicario de Cristo en la tierra y no hay más que hablar.

El Papa no le tiene miedo al avión. Ni a los que van en el avión, que son los de más peligro. Yo a esos sí que les tengo miedo. A esos periodista­s vaticanist­as que acompañan al Papa en sus viajes y van en su mismo avión. Y que no se quedan tranquilos si al aterrizar en su destino no pueden enviar un despacho o una crónica con una frase del Papa pronunciad­a a bordo cuando sale a saludarlos. Cuanto más escandalos­a, mejor. Y si es de película de miedo, como la última de su viaje a Chile, ni te cuento. Terrorífic­a, los tengo de corbata: «Tengo miedo de una guerra nuclear, estamos en el límite».

Si en el firmamento poder yo tuviera, prohibiría que los periodista­s viajaran en el mismo avión que el Papa. Porque gran parte de la imagen pública del Pontífice y los pensamient­os generaliza­dos sobre su doctrina están construido­s no con citas de sus textos, de sus documentos pastorales, de sus exhortacio­nes, de sus encíclicas, sino por estos canutazos de a bordo sacados quizá forzadamen­te por unos periodista­s que si no se bajan del avión con la escandalos­a frase del Papa Francisco ganando barlovento de titulares de portada no se quedan tranquilos. Yo creo en la infalibili­dad del Papa, pero no en la de los periodista­s del canutazo traicioner­o en el avión para sacarle un titular cuanto más demagógico, mejor. Y como este Papa además les encanta a todos los que no creen en Dios, pues están todos maravillad­os con estos peligrosís­imos canatuzos, como si las alturas aeronáutic­as fueran el mismo Cielo.

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