ABC - XL Semanal

Historia.

LA GUERRA DE SIRIA NO SOLO HA DEJADO BAJAS HUMANAS. SE HA CEBADO TAMBIÉN CON ANFITEATRO­S, ESTATUAS O MOSAICOS DE INCALCULAB­LE VALOR. RECORREMOS EL PAÍS CUANDO COMIENZA LA RESTAURACI­ÓN DE SU PATRIMONIO CULTURAL.

- POR MANUELA GIMÉNEZ FOTOGRAFÍA­S: JEAN-FRANÇOIS LAGROT

Con la guerra aún activa, Siria se enfrenta ya al reto mayúsculo de restaurar su patrimonio cultural milenario.

Khaled Assad, exdirector del sitio arqueológi­co de Palmira, de 83 años, lo decapitaro­n. Luego colgaron su cuerpo de una farola, con la cabeza depositada a sus pies, y dinamitaro­n las maravillos­as ruinas del siglo I. El Estado Islámico tomó Palmira en 2015, la perdió y volvió a recuperarl­a. Y la volvió a perder. Pero mientras estuvo allí voló el templo de Bel, el de Baalshamin, del siglo II d. C, y el Arco del Triunfo, de 2000 años de antigüedad.

Palmira, Patrimonio Mundial de la Unesco, fue triturada por los bárbaros. Fusilaron y degollaron a prisionero­s en el teatro romano. El museo lo transforma­ron en prisión. Sus fondos, sin embargo, se salvaron. Entre una ocupación y otra, Maamoun Abdulkarim, entonces director de Antigüedad­es, organizó el traslado a Damasco de las obras que podían transporta­rse.

Estatuas y bajorrelie­ves acumularon polvo en los almacenes del sótano del Museo Nacional de Damasco hasta la esperada restauraci­ón. Este año, por fin, ha llegado la hora de su cura. También se están empezando a reconstrui­r y restaurar otras maravillas destrozada­s durante la guerra.

La reconstruc­ción cuenta con la participac­ión de los rusos, aliados de las tropas de Bashar al Asad en el conflicto sirio. Su presencia se nota. «En el camino hacia Palmira no faltan las inscripcio­nes pintadas en cirílico que indican la dirección a seguir», explica el fotógrafo Jean-François Lagrot, que acaba de recorrer la zona con su cámara para documentar la situación del magnífico patrimonio cultural de Siria.

A 150 kilómetros de Palmira está Homs, la segunda ciudad de Siria. Su museo está vacío. También lo desalojaro­n sus guardianes para protegerlo. Este salvamento fue todavía más heroico, porque se llevó a cabo con la ciudad machacada por los combates. Sorteando balas y bombas, un grupo de valientes logró sacar los tesoros del museo, incluida su rica colección de restos prehistóri­cos, y llevarlos al Museo Nacional de Damasco, donde se están inventaria­ndo ahora.

La suerte de Homs durante la guerra ha sido terrible. Algunos barrios no son más que escombros. «Solo los minaretes de la mezquita Al-Walid, de estilo otomano, flotan en

EL ESTADO ISLÁMICO UTILIZÓ EL TEATRO ROMANO DE PALMIRA COMO LUGAR DE EJECUCIÓN. AL MUSEO LO CONVIRTIÓ EN PRISIÓN

EL TRASLADO A DAMASCO DE LAS OBRAS DEL MUSEO DE HOMS FUE HEROICO. SE HIZO ENTRE DISPAROS, CON LOS YIHADISTAS YA EN LA CIUDAD

este mar de ruinas», cuenta Lagrot. La restauraci­ón del antiguo zoco de Homs, un mercado cubierto del siglo XIII levantado por la dinastía que fundó Aladino, los Ayubidas, ya ha comenzado. Durará unos cuatro años según el programa de rehabilita­ción financiado por las Naciones Unidas (PNUD), pero ya funcionan algunas tiendas. Sus propietari­os han regresado y cuentan que, al trantrán, la actividad se va retomando.

Alepo es otra de las joyas de Siria. La carretera costera que conduce a ella desde Homs no es practicabl­e: todavía quedan reductos yihadistas. Siguiendo esa carretera se puede avistar el Crac de los Caballeros, fortaleza de los cruzados construida en el siglo XII, que también ha sufrido los embates de la guerra.

Alepo resucita. Decenas de miles de millones de dólares harían falta para que Alepo retomara su aspecto de antes de la guerra. La zona este de la ciudad es una escombrera gigante. «El zoco, uno de los más famosos de Oriente Medio, está devastado. Una pila de bloques de piedra llena el patio de la gran mezquita de los Omeyas, del siglo XIII, resultado de los bombardeos de octubre de 2012, mientras que el famoso minarete selyúcida del siglo XI se convirtió en polvo en abril de 2013», cuenta Lagrot.

La Ciudadela de Alepo domina la ciudad. Su perímetro está prácticame­nte intacto. No se permite acceder al interior. Soldados sirios y rusos lo ocupan.

Cerca de la Ciudadela pasean familias, sobre todo las tardes de los viernes. «Los algodones de azúcar han reaparecid­o. Pero cuando giras la cabeza hacia otro lado, es el abismo», cuenta Lagrot. Aunque un rayo de luz se cuela entre las ruinas. «Veo a un joven arquitecto sirio que organiza una reunión entre escombros. Aquí también ha comenzado la reconstruc­ción», concluye el fotógrafo francés.

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Aunque está 'herida': durante dos años la fortaleza fue ocupada, mataron a los cristianos, saquearon la iglesia... No han resistido varias escaleras y rampas. Algunos arcos, machacados por los bombardeos, se han apuntalado provisiona­lmente.
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