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- (viene de la pág. 34) (viene de la pág. 154) EEUU: Reino Unido: Francia: Italia: España: Rusia: México y Latinoamér­ica: Brasil: China: Corea: Sudáfrica: JUIFE.

Pero Interaccio­nes es solo el último de los proyectos personales de Vallhonrat, que estudió Bellas Artes para después zambullirs­e, aunque no en exclusiva, en el mundo de la moda durante los 80. “Empecé a trabajar en un momento extraordin­ario en el que la economía permitía que pequeños diseñadore­s, como el primer Galliano, antes de Dior, Sybilla, Romeo Gigli o Rei Kawakubo, fueran experiment­adores, no solo de la forma, no eran escultores, sino del cuerpo. Esto sucedió a la vez que hubo una eclosión de geniales artistas gráficos. En España, Juan Gatti es el ejemplo. Se creó una sinergia creativa muy especial. Ahora el pequeño diseñador ha desapareci­do, las modelos se eligen según sus seguidores de Facebook... Yo vi que aquel clima se iba acabando, y me sentí ajeno”. Javier eligió arriesgar con proyectos personales, primero con la serie El espacio poseído, y más tarde con propuestas más filosófica­s, como Autogramas. “La explicació­n está en mi biografía. Primero me interesaba explorar el deseo”. Después la arquitectu­ra, o más bien el espacio, centró su atención. “Estudié el concepto de habitar en el sentido de pertenecer pero también de colonizar, e hice pequeñas construcci­ones en espacios naturales”. Dice que la fotografía le va explicando poco a poco por qué la eligió. “Posee una vertiente tecnológic­a que tiene que ver con el superhombr­e soñado a finales del XIX, el superojo, super preciso. En ella confluyen muchos espejismos del Movimiento Moderno, y señalar las quiebras de ese sueño me interesa. Es un espacio híbrido entre lo tecnológic­o y lo plástico, y yo me siento bien en ese terreno intermedio. Tiene esa cosa resbaladiz­a donde me gusta moverme. Al menos es lo que he descubiert­o, nada estaba planeado”. Interaccio­nes. Hasta el 11 de octubre

n en el Museo de la U. de Navarra, Pamplona. www.museo.unav.edu

CASTILLO MEDITERRÁN­EO

“A pesar del gran boato con que recibían y del lujo con el que viajaban, si te invitaban a cenar la comida era escasa, llevaban un estilo de vida austero, casi monacal”, explica Joan Cortey, albacea del testamento de los Woevodski. La Guerra Civil española les obligó a volver a Inglaterra. A su regreso, en los años 40, se retomaron los trabajos en el Castillo de Cap Roig aunque la nave principal se paralizarí­a por falta de financiaci­ón hasta finales de los 60, cuando firmaron un convenio vitalicio con Caixa de Girona. Dorothy se encargó de vestir los interiores con piezas recuperada­s y diseños propios, madera, terciopelo y tapices flamencos. Los techos altos, los claroscuro­s y unas vistas espectacul­ares hacían el resto. Había una habitación dedicada a Cristóbal Balenciaga, visitante habitual. Esta gran empresa se terminó en 1975, poco después de la muerte de Nicolai. Al poco, en 1980, fallecería Dorothy. Hoy el ideario de ambos sigue vigente gracias a la Obra Social de La Caixa, que ha apostado por preservar el lugar con acciones como el Festival de Cap Roig, que desde hace más de diez años reúne cada verano a lo más granado del panorama musical internacio­nal. Los invitados han cambiado, ahora son los compases de Lady Gaga o Tony Bennett (que actuarán el 17 de julio) los que mantienen vivo el paraíso de los Woevodski. www. obrasocial.lacaixa.es/ambitos/losjardine­sdecaproig

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