Casas MAESTRAS
La decoración está hecha para ser amada, no para ser comprendida. Lo pienso mientras repaso mentalmente algunas fórmulas estéticas de tantos y tantos ‘outsiders’ que en su día fueron tachados de excéntricos y que hoy son objeto de culto. Se me ocurren dos interiores tan extremos como icónicos: un salón pintado de rojo lleno de plantas, estampados felinos y cortinas (en el apartamento de la irresistible Diana Vreeland en Nueva York, años 70) y la arquitectura perfecta y vacía, de paredes blancas, suelos de madera y dos o tres muebles básicos (la vivienda según John Pawson, profeta ‘minimal’, años 90). Pocas mentes privilegiadas son capaces de descifrar los códigos ocultos del estilo y se permiten licencias no aconsejables para el resto de mortales. Son innovadores cuyas decisiones terminarán afectando a la manera en que decoramos. Este número está dedicado a ellos, a los nuevos popes del gusto, estetas entregados a experimentar en sus propias carnes ideas revolucionarias. Componen esas casas maestras que nos inspiran y nos obligan a cambiar. Seguramente no estarás planeando pavimentar tu salón con piedras de río ni pintar el dormitorio con los colores del movimiento dadá o recorrer un sendero en espiral cada vez que atravieses tu jardín (créelo: son tres casos reales de nuestros reportajes). Para eso están ellos, para demostrarnos en AD que se puede vivir (y muy felices) de otra manera. Quizá en el futuro muchos de nosotros sigamos sus órdenes no escritas.