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Icónicos artesano vocacional, la madera,

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POR: ITZIAR NARRO

ue Otto, su hijo de tres años, el que consiguió que este platero, que se había entrenado en el taller de Georg Jensen y creaba cubiertos Art Nouveu, se lanzara a fabricar animales de madera tan funcionale­s y escuetos como los muebles de sus colegas de la Bauhaus. Kay Bojesen (Copenhague, 1886-1958) tenía a quién salir. Su progenitor, editor de una revista satírica, había hecho lo propio para él y sus tres hermanos cuando eran pequeños. Su madre, artista, también fomentaba su creativida­d. Con todo, Bojesen empezó su trayectori­a profesiona­l como dependient­e de una tienda de alimentaci­ón. Por suerte tenía solo 24 años cuando Jensen le rescató, se erigió como su mentor y el joven Kay le devolvió el favor convirtién­dose en su alumno más aventajado. Más tarde viajó a Alemania y trabajó en París antes de casarse y convertirs­e en padre a los 33 años. A los 36 descubrió que la madera también puede ser blanda y alegre, y presentó sus primeras piezas hechas con este material en una feria de Copenhague: un dragón, un tamboriler­o y una barca. Le premiaron. “Es muy sencillo. Tengo un hijo al que le regalan todo tipo de cosas que en dos minutos destroza. Tenía que hacer algo”, contó. Bojesen probó brevemente con la porcelana en la firma Bing & Grøndahl y se inventó una vajilla in-

fantil tan arquitectó­nica como educativa, llena de letras y números que ayudaban a aprender. Fue uno de los fundadores de la galería Den Permanente, que durante años expuso y defendió el mejor diseño danés y que estaba fuertement­e ligada al funcionali­smo. De hecho, Bojesen se sentía un artesano más que un diseñador: no dibujaba, fabricaba figuras con sus manos. Había cumplido los cuarenta cuando abrió su tienda y taller en la calle Bredgade, un espacio mítico donde se mezclaban sus soldaditos de la Guardia Real con sus pingüinos, caballos, mecedoras, hipopótamo­s, cochecitos para muñecas y teteras de Finn Juhl. “No hay que ser tímido. En todo elemento tiene que haber algo de circo —dijo en una ocasión—. Las líneas deben sonreír”. En esta boutique caótica y genial, en la que también acampaban las piezas de plata que nunca dejó de producir, Bojesen trabajó durante más de 20 años. Allí diseñó la cubertería Grand Prix que triunfó en la Triennale de Milán de 1951 y que, a día de hoy, sigue estando presente en todas las embajadas danesas del mundo. De sus más de 2.000 objetos (juguetes pero también joyas, teteras y menaje de plata) nos quedamos con el mono de teca de largos brazos que creó en 1951 con la intención de crear un perchero infantil. “Toda mi vida he intentado mantener mi imaginació­n a raya”, confesó al final de su carrera. Por suerte, no lo consiguió. Aunque su local cerró en los años 80, tras la muerte de su mujer, sus animales siguen sacando las garras gracias a la editora Rosendahl. www.kaybojesen-denmark.com

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