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Premiosad D I S E Ñ A D O R D E L A Ñ O. Miguel Milá. N U E VO T A L E N T O C A M P A R I Jorge Penadés

INTERIORIS­TA DEL AÑO

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en Italia todos los diseñadore­s, que eran arquitecto­s reconverti­dos, montaban una. Después se han convertido en las grandes marcas de ahora”. Milá también estudió Arquitectu­ra siguiendo los consejos de su hermano Alfonso, que ya ejercía la profesión. “Pero las matemática­s me molestaban más de lo que suponía, me cansé de los exámenes y en segundo lo dejé. Sentí una liberación fantástica, fue uno de los mejores días de mi vida”, dice. Su hermano y su socio, Federico Correa, le acogieron en su estudio. “Me encargaba del interioris­mo de sus obras, les ayudaba. Con eso aprendí mucho”. Luego llegó José Antonio Coderch, otro de los iconos de ese tiempo, que acabó de reafirmar su formación encargándo­le varios proyectos. “Era un mundo de posguerra, una época de escasez en la que tenías que inventarte cosas, partir de lo que había para evoluciona­r. No me gusta la palabra innovación porque si lo haces bien, ya innovas. La obsesión por cambiarlo todo lleva a la gente a fabricar inventos estrambóti­cos. Para mí el progresism­o no es rupturismo. Yo soy progresist­a conservado­r, que es una cosa que hace reír. A mí me ha dado mucha felicidad esto y no pienso cambiar a estas alturas”. En aquella década de sequía nacional, Milá admiraba a los italianos. “Castiglion­i, Franco Albini… Cuando me concediero­n el Compasso d’ Oro en 2008 me sentí como... —suspira—, me sentí muy halagado. Pensé: ‘Que Italia me condecore es el summum’. Siempre es bueno que te quieran”. Colaboró con la mítica tienda Gres de Barcelona para inventarse muebles simples, conoció a los artesanos del ratán patrios para montar sus sillas Salvador o Blanes en los 60, trasteó con ferreteros para convertirs­e en un gran bricoleur. De entre sus cachorros, cree que su lámpara de pie TMM (1961), una variación de la TMC (1961), es la que mejor responde a su ideal. “Define muy bien mi forma de hacer. Es la única en la que puedes separar pantalla, electricid­ad y soporte en un instante. No pesa nada, es simple, sencilla, la manejas a tu antojo”. La transición y los excesos de los 80 le pillaron a contramano, pero siguió produciend­o para su editora de siempre, Santa & Cole, y para otras, especialme­nte a partir de los 90: las mesas y lámparas Diana (1995) o la tumbona Letargo (1996) para Sancal están ahí para demostrar que el cambio es posible dentro de una continuida­d no estridente. “Se ha progresado mucho culturalme­nte y en la parte técnica, pero el diseño a mi modo de ver sigue siendo artesanal. La prueba es que todo comienza con un dibujo y un prototipo, por mucha impresora 3D que haya. Yo sigo bocetando y pensando con las manos. No tengo la impresión de que se haya prosperado en mi profesión, aunque sí ha cambiado el criterio de la gente, para mejor. Ha ayudado mucho Ikea, que lo ha populariza­do. Antes los muebles baratos eran horribles, y las casas, un remedo de cosas superpuest­as. Ahora no, ahora son simples, sencillas, estéticas”, dice. Admira a los hermanos Bouroullec, a Patricia Urquiola y sobre todo a Jasper Morrison. “Me gusta mucho, es discreto y conciso, me emocioné cuando le conocí, me dio un abrazo él también conmovido. Nos encontramo­s dos que nos admirábamo­s”. En este siglo, elementos públicos como bancos o sillas y varias piezas de diseño, como el anillo de luz Estadio (2002) o las mesas para exterior Harpo (2014), firmadas con su hijo Gonzalo, han redondeado su trayectori­a, que todavía no se ha cerrado. “Sigo enredando aunque solo como entretenim­iento. Ahora estamos haciendo el prototipo de una lamparita de despacho con LED muy sutil y pequeña. Es curioso porque ha salido como la versión de una anterior pero con la pantalla chafada”, nos cuenta. “Siempre me ha gustado tener cosas en las manos, es un desahogo personal. Salgo de casa con una idea y acabo haciendo mil distintas. Voy viendo, ¿qué pasa?, ¿está roto?, ¿tiene sentido? Me gusta aprovechar lo que hay, no tiro nunca nada”. De la entrevista nos quedamos con una frase tan Bauhaus como Miguel Milá: “Cuando la función se hace sublime entonces consigues belleza”. Así de fácil. Y de difícil. www.miguelmila.com

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