AS (Catalunya)

Southgate: un estudioso del fútbol de clase media

Falló un penalti como jugador en la Eurocopa del 96 que costó la eliminació­n de Inglaterra

- POR GUILLEM BALAGUÉ

Cuando Gareth Southgate recibió el encargo de retirase como futbolista y dirigir al Middlesbro­ugh, el central no estaba preparado. Pero en el contexto de la cultura de fútbol de principio de siglo (masculina y con poco respeto por el proceso), Southgate se animó. Hizo lo que creía que un mánager tenía que hacer y por el camino destrozó la buena relación con los futbolista­s, entre ellos

Mendieta. Se equivocó. Años después se encontró con el español en un partido amistoso de leyendas y le pidió disculpas. La historia de Southgate está llena de historias como ésta, de errores que se convierten en decisiones que le hacen crecer.

Ocurrió con el penalti que falló en la tanda de la semifinal de la Eurocopa en Inglaterra, la de 1996. “Soy el tipo que acabó con el sueño de una nación”, se describió. Al poco de aquel error que le persiguió durante 22 años y que solamente acabó de exorcizars­e cuando Dier marcó el suyo, la segunda tanda en ocho intentos que ganaba Inglaterra, Southgate protagoniz­ó un anuncio de televisión de pizzas. Acudía al restaurant­e con una bolsa de papel en la cabeza acompañado por Stuart

Pearce y Chris Waddle, otros famosos que erraron penas máximas, que se cachondeab­an de él. Como buen británico, sabía reírse de su mala fortuna, pero por dentro aquel error con 25 años le marcó la vida. “Perdimos por mi culpa, supe que debía manejar ese fallo hasta el final de mis días. Me iban a recordar por ello”.

Así lo vio entonces. No había tirado nunca un penalti y solo había sido internacio­nal nueve veces, así que, ¿de quién es la culpa? Como entrenador lo ve de otra manera: “Deberíamos haber preparado la tanda mejor, o ganar antes. La victoria y la derrota son incumbenci­a colectiva”. Hoy, por supuesto, es el responsabl­e de revivir futbolísti­camente a un país. Aquel penalti no le convirtió en el hombre calmado, sensible y reflexivo que es, pero le desinfló el globo en el que viven los futbolista­s y le ayudó a ver más allá del resultado. “Aprendí más sobre la vida con el penalti fallado que con muchas otras victorias”.

Southgate nació en Watford en 1970, hijo de un trabajador de IBM y de una profesora. Todo muy de clase media. Competitiv­o y con buen físico. Sus compañeros en la cantera del Crystal Palace le considerab­an un poco pijo, demasiado correcto. “Nos podía asesinar con una palabra larga”, afirma entre risas su mejor amigo Woodman. Después de felicitar a un jugador contrario tras perder, su entrenador Alan Smith le dijo que como no endurecier­a no llegaría lejos. “Yo de ti, me haría agente de viajes”. El comportami­ento en otros vestuarios bordeó el bullying, pero eso le hacía crecer “las pelotas”, como dice Smith.

En el Aston Villa se convirtió en otro central de la fábrica. Ganó solo dos Copas de la

Liga como futbolista y pese a no despuntar como entrenador en el Boro, creyó que le lloverían las ofertas. No le llamó nadie. Aprovechó para estudiar y viajar. Entró en la federación. Estudió a Guardiola, a Conte, a Pochettino, y aplicó lo aprendido en su Sub-21. Se le ignoró tras la era de Hodgson, pero cuando Allardyce dejó el cargo tras 67 días, le llegó la oportunida­d de mostrar su capacidad. A los cinco partidos le ofrecieron el cargo. “He sufrido tanto con la selección que preferimos todos ocultar nuestra pasión por ella. Ahora por fin podemos volver a estar orgullosos de los chicos que nos representa­n”.

No bebe, es tímido y la nariz siempre le ha sobrado: tardó dos años en hablar por primera vez a su mujer Alison, que trabajaba en una tienda. Ahora es la madre de sus dos hijos.

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ILUSIONADO­S. La afición de Inglaterra sueña con que Southgate les lleve a levantar el Mundial.
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