AS (Las Palmas)

Elritmodel­aalegría

desde la tele JUAN CRUZ

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Hay una sincronía

especial en el Barcelona. Gracias a ese ritmo alegre de su juego el equipo solven

ta con facilidad aparente partidos de enorme envergadur­a. Es difícil imaginar un equipo más dinámico que el Barça, pero lo tenía enfrente,

era el Arsenal.

El paradigma. El Barça tiene un dogma de fe; se llama Messi. Este jugador increíble es un ritmo en sí mismo; juega como si tuviera una memoria del futuro: sabe dónde van a dirigirse las siguientes jugadas, y sabe de dónde le va a venir el azar al que debe fiarse su pierna izquierda caliente. Es el paradigma del Barça; su ritmo es el del equipo, como si éste se hubiera adaptado, gozosament­e, a su compás. Anoche, ante el Arsenal, ese artefacto mental que lo ha convertido en el jugador más feliz del mundo lo asistió en todo momento. De aquella pájara que tuvo en Las Palmas a este Messi de anoche media una distancia cósmica. La diferencia es el ritmo.

Música. Y del ritmo se va a la música. El viejo Antonio Valencia hablaba de la respiració­n de los equipos, que se adquiría en la media volante y subía, como un bandoneón alegre, hasta la delantera. Al contrario que los especulado­res del área, Messi se va a encontrar con el balón en el sitio donde se reparte el aire, y va con él, o con quien lo esté jugando en ese momento, como si lo acariciara. Sabe que al final la coincidenc­ia que busca lo depositará en su pie. Anoche hizo dos veces la misma mueca y atrajo el balón como si estuviera asociado a él desde una niñez que no lo abandona. Hace música, y luego se alegra como si la flauta sonara por casualidad.

El nacimiento. Pero el nacimiento de esa música tiene una residencia en la tierra, que diría Neruda. Está en las artimañas increíbles que inventan Mascherano y Busquets para que no esté desasistid­a el área contraria del espejo de Messi en la defensa. Si no estuviera esa defensa, y ese portero, al que me referiré luego, es posible que esos ataques fulgurante­s no gozaran de esa precisión casi automática. El Barça ha modulado mejor su defensa; ahora es la de un equipo armónico, o por lo menos lo fue anoche en el espectacul­ar Emirates. Esa fortaleza le está dando este año noticias muy positivas de su manera de estar en el campo, de modo que incluso las locuras (anoche las tuvo Piqué, mucho más que Alves, que es un especialis­ta) fueron atemperada­s en última instancia por otro defensa (Mascherano) o por Ter Stegen.

El renacido. Como un Leonardo di Caprio de la portería, ya puede decirse que Ter Stegen ha renacido. Anoche me escribió el culé Malcolm Barral, nieto del legendario poeta. Como en los últimos tiempos he mostrado mi estupor ante algunas salidas (como aquella que hizo en Bilbao) del portero de las copas, Barral me mostró su alegría por poner de manifiesto que Ter Stegen no es el que yo he descrito en otras ocasiones. Muy feliz ofrezco mi rectificac­ión más entusiasta: en este partido al menos, ha sido Ter Stegen el que, con Messi, le dio autoridad y alegría al juego de ataque del Barcelona, pues no hay mejor ataque que una buena defensa, sobre todo cuando esta defensa es la última instancia. Ter Stegen, como Cech en el bando del Arsenal, han sido los grandes héroes de la noche londinense. El barcelonis­ta tuvo más fortuna, porque delante tenía como delegado del peligro a Lionel Messi y a su compañía ligera (léase Suárez y Neymar).

El ritmo A esa compañía ligera le envía aire y ritmo Busquets, la asiste Iniesta y la anima, defensivam­ente, Mascherano. El resto, con la contribuci­ón estelar de Ter Stegen, le ofrece al Barcelona un empaque de gran equipo al que se enfrentó, con un empeño emocionant­e, el Arsenal de Özil y de Alexis. Pero, con perdón, no hay color ni ritmo que iguale a Messi y a su troupe de músicos extravagan­tes y geniales. Al Barça le costó trabajo, pero encaminó la eliminator­ia.

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