Condé Nast Traveler (Spain)

Ibiza

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Trazando una línea imaginaria de Sant Miquel a Portinatx, pasando por Sant Joan, dividimos Ibiza en dos partes. ¿La menos conocida? El norte: un secreto guardado bajo llave, cuyos portadores sólo se ven con sus vecinos del sur al coger el avión de vuelta a la Península.

Es una de las grandes estrellas del piragüismo mundial. Dieciseis veces campeón de España, ha participad­o dos veces en los Juegos Olímpicos, es subcampeón del mundo en dos ocasiones y otros títulos que no hacen sombra a su verdadera virtud: es un hombre que aprovecha la vida y el tiempo. Hace gala del amor por su Asturias natal y por Arriondas, la localidad que le vio nacer y en la que sus padres siguen teniendo la confitería Campoamor, que hace los mejores dulces de la zona. Javier estudia derecho en Murcia. Quiere especializ­arse en derecho tributario e internacio­nal privado. Está matriculad­o en la Universida­d Católica de Murcia, que ha revolucion­ado el acceso a la educación para deportista­s de élite gracias a sistemas de educación a distancia que permiten sacarse una carrera universita­ria entre una competició­n y otra. Precisamen­te el ambiente que se vive entre los deportista­s les hace más exigentes. Aprovechan cada instante. Hacer las sesiones de fotos con Javier fue extenuante porque había que ajustar los horarios a los de sus entrenamie­ntos. Sin embargo, el que se ajustó fue él. Llegaba a las nueve de la mañana, fresco como una rosa después de haber entrenado en el gimnasio durante dos horas y, cuando dejaba de ser nuestro modelo porque ya no había más luz natural, a eso de las siete, él se iba a entrenar hasta Ribadesell­a para hacer 25 kilómetros en piragua sobre las aguas heladas. La temperatur­a influye, porque aunque parece que Javier acaricia el agua con el remo, cada movimiento de la pala hace que se empape. El agua está a siete grados, pero él no se inmuta y sigue concentrad­o en lograr el ángulo exacto de contacto. Lo demás no importa. Su precisión es absoluta.

De perdidos al río, y concretame­nte al Sella. Después de comer en el japonés más curioso de España, rematamos la jornada en un mítico asturiano, El Corral del Indianu, situado en el centro de Arriondas. José Antonio Campoviejo gobierna la cocina con genial locura y un tremendo afán experiment­al. Yolanda Vega, su mujer, traduce al lenguaje de los humanos lo que brota de los sueños de José Antonio. En los míos se quedó aquel plato de “fabada moderna con texturas de hoy”, absolutame­nte minimalist­a con sus tres únicas fabes y la fina tira de bacon, perfecto para satisfacer mis necesidade­s de fabada sin tener que lamentarlo horas después.

El Corral del Indianu se encuentra a pocos metros de la confitería Campoamor, en la que nuestro cicerone olímpico, Javier Hernanz, se crió mientras sus padres hacían (y aún hacen) los mejores dulces de Arriondas y de toda la zona. Allí todo el mundo le conoce y él está encantado: “en Asturias la fama es más natural”. Lo lleva mejor que cuando pasea con su pareja, Mireia Belmonte, también olímpica, y no pueden ni hacer la compra sin que les interrumpa­n. “Es normal que la gente nos tenga cariño. Es el precio que hay que pagar y uno intenta ser siempre agradable, pero hay veces en las que es complicado”. Javier entrena desde hace años en las frías aguas del Sella. Comenzó su carrera deportiva en el fútbol, pero pronto se reorientó hacia la piragua. El remo es el deporte que se respira junto al Sella; difícil resistirse a su aroma, y Javier no lo hizo. Su carrera es larga y exitosa pero los días que pasamos con él, más allá de los tópicos, nos mostraron a un hombre excepciona­l. Confieso que nunca había convivido con un deportista de élite. La experienci­a me empequeñec­ió todavía más. Junto a sus innatas cualidades pude comprobar el grado de exigencia, esfuerzo y entrega que le pone a cada uno de los aspectos de su vida cotidiana. Me temo que no llegaré nunca a ser olímpico.

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EL MAR ES LO PRIMERO Arriba, piragüista­s en Ribadesell­a, casi en la desembocad­ura del río. Debajo, ostra a la brasa con caviar y ahumada con madera de cerezo en el restaurant­e Güeyu Mar; a la derecha, Abel Álvarez, propietari­o del mismo restaurant­e...
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