El Pais (1a Edicion) (ABC)

El cuento de los cheyenes sin plumas

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un rocoso esculpido de la realidad de los indios urbanos bajo una represión nueva, la de sus adicciones, sus agujeros y su desarraigo consustanc­ial a su historia de asimilació­n forzosa. El 70% de los 2,4 millones de nativos estadounid­enses viven en ciudades y Orange ha elegido a 12 de ellos para describir una verdad nada autocompla­ciente. No hay épica ni reservas más o menos folclórica­s de indios, sino ciudadanos convertido­s en carne de cañón. Orange se ha propuesto aportar un relato indio de la historia india, y este es el resultado.

“Nuestros propios apellidos nos fueron impuestos, nosotros solo teníamos nombres”, cuenta Orange por Skype. “Del mío hemos oído muchas historias”. Pudo proceder del color naranja del cielo o del nombre de la compañía militar que los venció, pero la saga Orange se forjó en el sur del país tras la masacre de Sand Creek (1864), que puso en estampida a las tribus cheyenes y arapajós. Muchos se largaron a Canadá, a Montana y Wyoming. Otros (como los antepasado­s de su padre) se quedaron en las reservas de Oklahoma, son los cheyenes del sur. “Y ese es mi alistamien­to oficial, soy miembro de los cheyenes del sur y de la nación de cheyenes y arapajós”. “Cada indio necesita conocer su tribu y su afiliación, y esa es la mía”.

Orange desnuda en su libro el turbulento desajuste de identidad, herencia de la asimilació­n forzosa. “La represión aún continúa. En cada época toma formas distintas, ya no hay vaqueros persiguién­donos para conseguir una recompensa por nuestra cabellera, no es tan excitante, pero está ahí. Tenemos lamayor tasa de suicidio, la menor esperanza de vida del país, tenemos mujeres muertas y desapareci­das por todo EE UU”. Por ello, para él ser indio supone precisamen­te contar lo que supone ser indio: no poner el acento en los tópicos de pobreza, violencia o depresione­s porque sí, porque sean un pueblo que quiera hacerse daño a sí mismo, sino en su calidad de hijos del desarraigo, la opresión y la asimilació­n.

“Nos quitaron de en medio y nos redujeron a una imagen con plumas”, cuenta Orange.Él es miembro activo de sus tribus, instruye escritura a otros nativos, ha participad­o en los powwows (fiestas intertriba­les que congregan a indios) y está empeñado en contribuir a un nuevo relato sobre su nación. “Mi interés no es el de un hobby. Volver atrás para entender qué fuimos es parte de la experienci­a india: la identidad y la autenticid­ad es la gran cuestión”.

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