Phillip D. Cate
Crítico de arte
★★★★
El especialista norteamericano en arte francés del XIX es el comisario de la exposición del CaixaForum que recorre la revolución artística que se gestó en París a finales de ese siglo de la mano de ToulouseLautrec y sus coetáneos.
En Montmartre empezó todo. Y todo significa el arte moderno y también el contemporáneo. Lo primero no ofrece dudas. Aunque los impresionistas y la escuela de Barbizon, Courbet y Manet incluidos, ya habían hecho los primeros pasos para romper con el academicismo, está claro que fueron los artistas de las últimas décadas del XIX los que lo revolucionaron todo, artísticamente hablando. De hecho, a Toulouse-Lautrec y sus amigos del establishment artístico francés los llamaba «anarquistas del arte», y ellos no tenían ningún reparo en referirse a sí mismos con la expresión «fuera de la ley». Lo que quizá no parece tan evidente es su relación con el arte contemporáneo. Pero ahí está. Si Marchel Duchamp en 1919 parodió a la Gioconda poniéndole un bigote, 30 años antes Eugène Bataille había hecho lo propio con la obra de Leonardo. Aunque en lugar de un bigote le puso una pipa en la boca.
Bataille era uno de los Incoherentes, que es como se autollamaban los creadores (el fenómeno iba más allá de lo artístico) que se establecieron en Montmartre e hicieron de esta zona un centro creativo de arte radical en el XIX. Fue ese sitio y no otro porque era barato, y mucho ayudó también a ello la apertura del cabaret Le Chat Noir en 1881 por Rodolphe Salis, artista frustrado. Salis lo tuvo claro: «¿Qué es Montmartre? ¡Nada! ¿Qué debe ser todo? Todo». Y así fue.
De zona miserable pasó a foco bohemio del mundo artístico. Salis invitó a sus colegas a reunirse en el cabaret y el cabaret pasó a ser centro de la revolución contra el poder (y el arte) establecido. Las exposiciones dejaron de hacerse en los lugares oficiales. ¿Qué mejor sitio que Le Chat Noir para mostrar el nuevo arte? Libertad frente a convención. El momento frente a la intemporalidad. La bohemia frente a la vida burguesa.
De todo esto, y de cómo la parodia y el arte efímero (carteles e ilustraciones) se apoderaron de la creación, habla, en CaixaForum, Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre. Un título que coge al artista de Albí como reclamo, cosa que su comisario, Phillip Dennis Cate, no niega: «Toulouse-Lautrec es inherente al espíritu de Montmartre y todo el mundo lo conoce, y una vez aquí descubres obras y artistas que nunca antes habías visto». Cierto, además del pintor de la vida nocturna, la muestra acoge, entre otros, a Anquetin, Rivière, Steinlen y Willette.
TEATRO DE SOMBRAS Todo con una museografía que recuerda a la época y que empieza con una declaración de principios: una reproducción de la muy alegórica y academicista El bosque sagrado de Puvis de Chavannes frente a una tela homónima de Toulouse-Lautrec que es una parodia de la primera. A partir de aquí, 345 obras de la aventura creativa que supuso romper con lo establecido y que tiene parada obligada en la sala dedicada al teatro de sombras chinas, el cine antes del cine.
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Toulouse-Lautrec y sus coetáneos, «los anarquistas del arte», rompieron con el ‘establishment’ burgués