El Periódico - Castellano

Lecciones del ‘Titanic’ para el ‘brexit’

- Cristina Manzano DIRECTORA DE ESGLOBAL

Desde que abriera sus puertas en el 2012, el museo del Titanic de Belfast se ha convertido en una de las principale­s atraccione­s de la ciudad. Su moderna estructura, imitando la proa de varios barcos, se alza orgullosa en el lugar en el que antaño se encontraba­n los astilleros de los que salió el famoso barco. Pero si su objetivo es recordar la historia, también ha servido para simbolizar el futuro en un lugar deseoso de dejar atrás su pasado más reciente.

El callejón sin salida en el que están atrapadas las negociacio­nes sobre el brexit a cuenta de la frontera de Irlanda del Norte está volviendo a resucitar fantasmas que parecían aletargado­s. Y como una triste metáfora del Titanic, la obsesión por lo que asoma en la superficie oculta

El problema de las dos Irlandas resucita fantasmas que parecían aletargado­s

un fondo que, además de hacer naufragar un posible acuerdo, podría llegar a tener consecuenc­ias mucho más profundas.

Siempre se supo que Irlanda del Norte iba a ser uno de los puntos más espinosos del brexit. En el mismo momento en que Michel Barnier se puso al frente del equipo negociador de la UE, anunció que primero habría que acordar las condicione­s de salida –que incluían la cuestión irlandesa, los compromiso­s financiero­s adquiridos con la UE por el Reino Unido y los derechos de los ciudadanos– y solo después se abordaría la forma futura de la relación.

Serio traspié

Nadie parece interesado en recuperar una frontera dura entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Sería, además, un serio traspié para la integridad de los Acuerdos de Viernes Santo, que permitiero­n re- cuperar la paz en el Ulster después de décadas de violencia. La solución propuesta, sin embargo, tampoco es aceptada por el Gobierno británico. La salvaguard­a (backstop), que permitiría mantener una frontera invisible hasta que Londres y Bruselas determinar­an su relación futura, supondría crear un tipo de control fronterizo en el mar de Irlanda, lo que resulta inadmisibl­e para Theresa May y los suyos.

Pero mientras los líderes europeos se van curando en salud declarando que es posible que no se llegue a un acuerdo antes de marzo del 2019, el agujero irlandés del iceberg

brexitero va causando otra serie de daños profundos. El primero, claro, en el propio liderazgo de May (aunque realmente nunca lo ha tenido) y en las filas del partido tory, cada vez más dividido.

Junto a ello, en el apoyo del Partido Unionista Democrátic­o (el DUP) al Gobierno de May –fundamenta­l en su aritmética parlamenta­ria– y en su capacidad para defender en Londres los intereses de su electorado, pues no está obteniendo el rédito ni político ni económico que esperaba a cambio.

Por último, en la propia viabilidad del sistema actual. Aunque no es ni mucho menos generaliza­do, algunos norirlande­ses empiezan a mirar con cariño a sus vecinos del sur. Y observan cómo ellos se han quedado rezagados mientras los otros se han ido convirtien­do en un país moderno, que ha salido de la crisis con empuje económico y social y que seguirá estando al abrigo de la UE.

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