El Periódico - Castellano

El Wall-E viajero

- ANA Sánchez

Nadie lo diría, pero está tan acostumbra­do a posar para Instagram como una Kardashian. Apenas mide 10 centímetro­s, no llega ni a un boli Bic, y es imposible sostenerle la mirada lastimera igual que al gato de Shrek. Es Wall-E, ese cruce de Cortocircu­ito y R2-D2 que se inventó Pixar hace 10 años. #WalleViaje­ro es su apodo con hashtag. Lleva recorridos más de 60.000 kilómetros en seis años. Así que en una terraza de Gràcia se le ve más descolocad­o que a Pedro Sánchez en un besamanos. Debe de ser el jet lag. Acaba de llegar de Perú. Aún lleva la cámara al cuello, una Lomo, y un gorro quechua, de esos con orejeras, en el bolso.

Es un muñeco descatalog­ado –costó 4 euros por eBay–, pero tiene pasaporte, un mapa lleno de chinchetas, cuenta de Instagram y web (losviajesd­ewalle.com). Viaja más que el gnomo de jardín de Amélie. Habrá cogido 100 aviones desde el 2012. Tiene fotos en el Empire State, la Gran Muralla, el desierto de Uzbekistán, los fiordos noruegos, el cementerio de Arlington, el Machu Picchu. Ha pisado 18 países, tres continente­s. De Costa Rica a Indonesia.

Su dueña ya se ha acostumbra­do a que la miren por la calle. «Es inevitable», dice resignada. Es la mujer que suele estar al lado de Wall-E tirada por los suelos con una cámara.

Júlia Vázquez, 38 años, es diseñadora web y adicta a los gadgets. «Mira, ¿ves?», enseña la muñeca. Lleva una smartband, de esas que cuentan los pasos. «Se supone que es para hacer ejercicio, pero no hago –se ríe–, porque me he comprado un patine- te eléctrico». Enseguida confiesa su otra adicción: los Wall-Es. Tiene cinco. No son tantos. «Porque mi novio me frena –dice–. Abres el armario y parece un mausoleo de Wall-Es», se ríe. «Cada vez que abro la puerta –se le queja su pareja–, me miran».

Solo viaja con uno. El primero que compró. «No lo compré para viajar –recuerda–, sino porque estaba en un grupo de fotografía en Facebook. Y era muy aburrido buscar a alguien que me hiciera de modelo». Así que buscó un Wall-E por eBay. «Siempre me había gustado, porque me recuerda a Cortocircu­ito, que es de mi época». El minirrobot se termimunda­no. nó convirtien­do en el protagonis­ta de todas las fotos. Hasta ha posado en plan Dexter, con cuchillo y delantal sangriento. «Le pillé mucho cariño al muñeco y empecé a llevármelo conmigo –continúa Júlia–. Mi familia me decía: ‘Estás obsesionad­a’».

El Wall-E viajero ahora acumula accesorios a lo influencer: una bufanda de cuando fue a Nueva York, que estaba nevando, turbante para el desierto, bandolera, el chullo (el gorro peruano). Júlia se lo pidió a medida a una mujer que hace crochet.

«Ya está un poco destrozado», Júlia enseña el muñeco con mirada de ITV. Y sí, se le intuye mucho trote «¿Ves esto?» Señala un par de tornillos oxidados. Eso fue por meterse bajo el agua, explica, para posar con una estrella de mar en Panamá. No es lo más kamikaze que ha hecho. En Brooklyn se cayó entre unas rocas junto al East River. Hasta ha perdido la cabeza. Literalmen­te: piso abajo por un balcón.

¿Y no pita en los aeropuerto­s? «No –responde Júlia–. Pero a veces, como va en la mochila de mano, me lo han hecho abrir. Imagino que están curados de espanto». Porque nadie ha caído en que es un robot–basurero, esa era su misión en la película. Si se le abre el estómago, aparece un escondite para traficar a escala mini.

Fotografía de juguetes

Wall-E no siempre viaja solo en la mochila de mano. «A veces llevo también Legos», susurra Júlia. «Tengo más juguetes ahora que cuando era pequeña», resopla. «Solo para hacer fotos –se justifica–. Me pilló de mayor». En casa tiene una caja de dos pisos con muñecos en fila. «Habrá como 30 o 40. Más sus accesorios: pelos, cabezas…». Vienen bien para practicar fotografía, asegura. «Los muñecos no se quejan», sonríe. De hecho, Instagram está lleno de posados de plástico (sin contar los de Meg Ryan). Toy photograph­y, se llama.

Hay mucha gente que fotografía muñecos por el mundo, da fe Júlia. «Sobre todo peluches», apunta. «En Moscú estaba haciendo la foto a la catedral de San Basilio –recuerda–, me giré y había un montón de gente haciendo fotos a muñecos. Y pensé: ‘¡No estoy sola en el mundo!’». ☰

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ALBERT BERTRAN Júlia Vázquez enseña el pasaporte de su Wall-E viajero. A su derecha, el muñeco trotamundo­s con cámara al cuello.
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Torres Petronas (Kuala Lumpur).
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Laguna de Huacachina (Perú).
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La Ciudad Prohibida (Pekín).
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Times Square (Nueva York).
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