Mallorca LA ISLA BONITA
Aguas cristalinas, arquitectura rústica, historias de artistas, calas mágicas y una gastronomía muy payesa hacen de ‘sa roqueta’ nuestra versión del Caribe. Un lugar donde se respira calma en cada centímetro de costa.
Es la hermana mayor del archipiélago balear. Y, quizá, la más olvidada de las cinco que lo conforman, ya que dos de sus vecinas, Ibiza y Formentera, llevan varios años haciéndole sombra. Sin embargo, Mallorca esconde rincones que ni el mismísimo Indiana Jones encontraría si no fuese por ese lugareño que rara vez se va de la lengua. Porque, aquí, visitar la calita virgen –y eso que ya quedan muy pocas– en la que tu prima se bronceó el verano pasado sólo es posible si ella misma te dibuja un mapa o te haces amigo del autóctono. Tranquila y serena, la isla respira paz por cada una de sus costas. Excepto en el sur: allí el ritmo no concede una tregua ni en temporada baja. Por eso, emprendemos un viaje hacia el norte, donde se encuentran las grandes montañas que conforman la sierra de Tramontana, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2011. Nuestra ruta comienza en las callejuelas del pueblo de Pollença, una encantadora localidad que todavía guarda la herencia romana en sus fachadas de piedra. En ella encontramos tiendecitas con un denominador común, las cestas artesanales a base de hojas de palmito. Tampoco faltan los pequeños colmados, cuyas frutas y verduras se colocan a la entrada de la tienda, coloreando así las calles e invitando a los turistas a que compren; encontrarás desde imprescindibles tomates de ramallet (una variedad típica) para el pa amb oli, hasta quelitas, sobrasada genuina y sal d’es Trenc, extraída del agua que rodea Mallorca. Una vez visitados la plaza Mayor y algún que otro monumento, es hora de abrir el apetito con una buena fideuá de marisco (o mixta, tú eliges) con vistas al Mediterráneo, así que ponemos rumbo a Can Gavella (cangavella.com), un refugio a pie de playa concebido para saborear la
brisa marina y dejar que el sol dore tu piel. Después, algo tan sencillo como entregarse al placer de no hacer nada, salvo regalarse un chapuzón y sestear.
Al caer la tarde, toca conducir hasta Alcudia para sumergirse en la cocina de Jardín (restaurantejardin.com), el restaurante que la chef con estrella Michelin Maca de Castro ha exportado a Uruguay bajo el nombre de JBS (Jardín By Sarava): con una filosofía muy similar, esta será la quinta temporada que Maca y su equipo dejen la isla para instalarse en América Latina durante dos meses y medio. Eso sí, acompañados de productos de la tierra. «Por afinidad y buena relación, hemos conseguido que la persona que nos gestiona el huerto donde compramos todas las verduras y que elabora los quesos que utilizamos se lleve semillas originarias de aquí. Por eso, ahora tenemos tomates de Mallorca, y, muy pronto, alcachofas», comenta De Castro. Marcado por «la búsqueda de la mejor época de la materia prima» y la tradición, el menú degustación que ofrece Jardín se presenta en una lista de la compra sembrada de alimentos de siempre, como la arengada, la algarroba o la almendra tierna. Deja hueco para los bocaditos que acompañan al café, una interpretación de la ensaimada y los robiols, entre otras joyas de la repostería balear.
SABOREAR LA TRADICIÓN
Madrugar para saludar al sol desde tu habitación del Formentor, a Royal Hideaway Hotel (www.barcelo.com), en Port de Pollença, es un ritual casi mágico. Inaugurado en 1929, este espacio se ubica en uno de los destinos deluxe del norte de la isla y es, además, refugio de celebrities y artistas (el escritor Scott Fitzgerald y el polifacético Charles Chaplin figuran en su histórica lista de clientes vip). Está distribuido en 122 habitaciones y››
››cinco villas frente al mar, con una zona de cabinas en las que el masaje tailandés es una experiencia que hay que probar, como mínimo, una vez en la vida.
Tras la renovación corporal y mental, es hora de descubrir los encantos de Sóller. Sabrás que has llegado cuando un ejército de naranjos y limoneros inunden los campos de alrededor. Imprescindible aderezar el paseo por las calles del centro con un helado de mandarina casero (y hecho en el día) de Sa Fàbrica de Gelats (plaza del Mercado, s/n) y, por qué no, una ensaimada o un cuarto (bizcocho esponjoso típico) de La Lareña-can Panxeta (plaza de la Constitución, 5). Después de esquivar a los cientos de turistas que deambulan armados con sus sobrasadas y botifarrons (elaborados a partir de distintas carnes del cerdo, un poco de sangre y especias) y de saltar entre los animados puestos del Mercado Municipal (plaza del Mercado), nada como una copa de vino y unas gambas rojas a la plancha en la terraza de La Casona (plaza de la Constitución, 2), una casa con más de cien años de historia que conserva la esencia mallorquina tanto en su decoración como en sus platos.
EL PESCADO, CON VISTAS
El tranvía nos conduce hasta el puerto de Sóller, ubicado a 5 kilómetros del municipio y adonde se llega por la primera línea de este tipo que se trazó en la isla, en el año 1913. El paisaje, de un azul intenso, con el sonido de las olas de fondo y la estampa del faro en el horizonte, invita a respirar hondo, caminar, picar algo y relajarse conforme anochece.
Un chapuzón en la infinita piscina de Ca’s Xorc (casxorc.com), un antiguo molino de aceite reconvertido en un lujoso hotel boutique –por él han pasado el rockero Mick Jagger y la top Clauda Schiffer, que celebró aquí su 30º cumpleaños–, es
todo lo que uno puede pedir para empezar el día. Bueno, eso y un desayuno en su espectacular jardín, rodeado de olivos cuyas aceitunas, recolectadas a mano, se utilizan para conseguir uno de los aceites de oliva virgen extra más exquisitos de la zona: Virgen Extra Ca’s Xorc.
En el camino que separa Sóller del pueblo de Deià, aparece el templo galardonado con una estrella Michelin Es Racó des Teix (esracodesteix.com), a los pies de las montañas donde el escritor de Yo, Claudio, Robert Graves, pasó gran parte de su existencia. En el restaurante, el matrimonio formado por Josef Sauerschell y Leonor Payeras ofrece alma balear e innovación gastronómica por medio de una romántica experiencia que seduce con recetas como la Sopa de pescado con crostón de hierbas y rouille, el Cordero de Tramuntana con alcaparras y cous-cous de pimiento rojo y, por supuesto, un to›q›ue dulce a base de la Tarta de almendras con mousse de fruta de la pasión, lavanda y fresas. En el paseo en coche hasta la desviación que nos lleva a Cala Deià intuimos que algo idílico está por llegar. Y así es: superados varias curvas y algún que otro bache, nos topamos con uno de los lugares más fotografiados y visitados de la zona; al no disponer de arena, la estancia en la toalla se hace un poco incómoda, pero nada que no puedan remediar un buen chapuzón y un tinto de verano en alguno de sus dos rincones foodie, Ca’n Lluc y Ca’s Patró March, situados entre casitas de pescadores y la opción perfecta para un capricho a base de marisco y pescado fresco del día. Además, las vistas de la rocosa cala resultan inmejorables.
Desde los años 70, Deià es todo un imán de famosos por su encantador paisaje y su espíritu bohemio. No te extrañes si ves a alguna celeb disfrutando de una deliciosa velada en los restaurantes››
››que bordean las calles. Y menos en Sa Fonda, uno de los bares más concurridos del pueblo y una apuesta infalible si quieres una cerveza fresquita a media mañana o buscas música en directo en las noches de verano mediterráneas.
DESPEDIDAS CASERAS
Los atardeceres en Mallorca son un must que conviene vivir (en compañía) en el mirador de Sa Foradada, una peninsulita próxima a Deià. Aprovecha para pedir un mojito en el chiringuito contiguo y siéntate a contemplar los colores de la puesta de sol y uno de los cielos más imponentes del archipiélago.
Antes de abandonar la isla, no dejes de acercarte a un pueblo imprescindible, un hotspot que, en el invierno de 1839, fue el refugio de amor de la poetisa George Sand y el pianista Frédéric Chopin (este lo definió como «el más hermoso lugar del mundo»). Se trata de Valldemossa, donde es asignatura obligatoria probar las cocas de patata –un dulce característico de la comarca, ligero y esponjoso, que se adereza con un poco de azúcar glas– acompañadas de una horchata de almendra. Saboréalas en la terraza interior de Ca’n Molinas (Blanquerna, 15), una panadería emblemática que lleva nueve décadas conquistando a los vecinos y a los turistas que se acercan a conocer esta localidad encantadora.
Aunque habrá quien te diga que cualquier rincón gastronómico resulta perfecto para ponerle el broche de oro al viaje, nosotros te recomendamos, sin dudarlo ni un momento, Ca’n Marió, especializado en comida casera preparada con mimo. Nació como hostal en 1899, pero de él ya solamente queda el restaurante. Termina la escapada con un frito mallorquín, un arroz brut (pura contundencia) y un paseo por los jardines de la Cartuja. La magia está garantizada.