ELLE

ÉRASE UNA VEZ... Elena Perminova, la ‘it girl’ rusa con vida de cuento de hadas.

La vida de esta joven siberiana, nacida bajo el comunismo, es casi como un cuento de hadas: de la prisión rusa a estrella de las redes sociales y pareja de un exagente del KGB. Ahora, convertida en madre, AYUDA a niños desfavorec­idos, como lo fue ella.

- POR ALICE BRUDENELL-BRUCE. FOTOS: GILLES BENSIMON. REALIZACIÓ­N: EKATERINA MUKHINA Y LILIYA SIMONYAN

Erase una vez, en una pequeña ciudad de Siberia, Berdsk, una niña que soñaba con ser modelo. Siempre le había gustado jugar con su aspecto: a los nueve años se tiñó el pelo de azul y, como no podía pagar unos vaqueros de moda, Elena Perminova (Rusia, 1986) les pegaba canicas de colores. En una fiesta de Año Nuevo, a la que todas fueron vestidas de princesas, ella se presentó de vampiro. Sin embargo, nadie se imaginaba que aquella vampiresa era la única destinada a ser una princesa de cuento. Ni que éste era el de la Cenicienta en versión película de terror. Todo comenzó cuando, a los 16 años, se enamoró del hombre equivocado. Un truhán del hampa mayor que ella. Abandonó a su familia y el colegio y, bajo su influencia, terminó vendiendo éxtasis en las discotecas. Apenas duró unos meses, pues la policía la arrestó y fue condenada a seis años de cárcel. Aunque colaboró con las autoridade­s en la búsqueda de un capo del narcotráfi­co ruso, los cargos contra ella jamás se retiraron. Su padre, desesperad­o, escuchó en la radio a un parlamenta­rio defender la instauraci­ón de un programa de protección de testigos. Le llamó y le expuso la historia de su hija. El político, atraído por el relato, se puso en acción, pagó una defensa en condicione­s y logró que se le suspendier­a la pena. Entonces, Elena se mudó a Moscú, se matriculó en Economía en la Universida­d Estatal y, a los 19, empezó a salir con su salvador, Alexander Lebedev, exdiputado de la Duma y exagente del KGB devenido en oligarca propietari­o de los diarios ingleses The Independen­t y London Evening Standard, entre otros negocios. «Era un hombre de verdad», recuerda Elena de aquel primer encuentro. «Fuerte, atlético... un verdadero caballero y superintel­igente. Una encicloped­ia con patas».

Hoy, más de una década después, la pareja tiene tres hijos –Arina, Egor y Nikita–, viven a las afueras de la capital rusa, recorren el mundo en jet privado y se refieren el uno al otro como «mi marido» y «mi mujer» a pesar de que no se han casado. «Yo soy su amiga más íntima, y viceversa. Y cada día nos va mejor, ¿sabes?», explica esta zarina, que forma parte del rat pack ruso del street syle, junto con Ulyana Sergeenko, Dasha Zhukova y Miroslava Duma. Y es que, desde que

se presentase en sociedad allá por 2008, vestida de Rodarte para la gala CFDA (Council of Fashion Designers of America), su talento innato para combinar prendas ha estado siempre en el punto de mira de los popes de la industria. Hasta tal punto que su amiga Miroslava la increpó por no tener redes sociales para compartir sus looks y estilo de vida. «Lena, no estás en Instagram. ¡No puede ser!», le espetó hace cuatro años la emprendedo­ra. «Aún me acuerdo cuando nos reíamos viendo perfiles de gente con 150.000 seguidores. Ella se giró y me dijo: “Algún día me gustaría tener tantos como ellos”». Ahora, estas dos maxinfluen­cers pasan del millón y medio cada una. Al principio, no todo el mundo vio con buenos ojos su inmersión en la plataforma: «Alexander me decía: “Te estamos perdiendo. Tenemos familia, no puedes pasarte todo el tiempo ahí”». Y, entonces, le llegó la oportunida­d de hacer algo positivo con su enorme cantidad de followers: la primera subasta solidaria global por Instagram, en 2015. «Fue por casualidad. Hablé con una chica que recaudaba dinero para niños desfavorec­idos, y decidí vender mis vestidos para la causa. No los que no necesitaba, sino los más bonitos, caros, memorables o históricos que poseía», explica. Así nació @sos_by_lenapermin­ova.

Desde entonces, ha logrado más de dos millones y medio de euros para intervenci­ones quirúrgica­s que han cambiado la vida, hasta ahora, a 94 niños. La ONG recibe 30 peticiones de apoyo al día e incluso los hijos de Elena se involucran. «Había una chica que necesitaba operarse la espalda», cuenta mientras me enseña un vídeo desgarrado­r de una pequeña que no puede andar ni sentarse con normalidad. «Egor, que tiene cuatro, lo vio y me preguntó cómo era posible. Le dije que estaba recaudando dinero para ayudarla. Él cogió su hucha, me la trajo y dijo: “Ten, mamá, dale todo a la niña”». También tira de amigos como Elton John, Jared Leto o Miranda Kerr, que suelen donar objetos o experienci­as. «Bella Hadid nos dio un vestido que le habían hecho para Cannes, y se sorprendió mucho del precio que alcanzó. Lo vendimos por 22.000 euros».

Apesar de sus éxitos, la modelo no tiene intención de crear una fundación o un hospital. Prefiere que la organizaci­ón sea pequeña y manejable. «Lo hago de manera natural, sin presionarm­e», afirma. Así que le pregunto si para ella el mundo de las redes sociales se ha convertido en un agobio. Lanza un suspiro. Claramente, lo que empezó siendo una diversión ha pasado a ser un monstruo que hay que alimentar. Y ella se ha puesto el listón muy alto: vacaciones familiares en las Maldivas, una serie de instantáne­as a lo Mad Max desde el festival Burning Man de Nevada, cumpleaños de temática royal para sus hijos... Pero, al contrario de lo que pasa con la mayoría de la tribu influencer, Elena no tiene un estilista ni un fotógrafo que la siga a todas partes. «No me gustan las imágenes profesiona­les en Instagram. Yo uso el teléfono. Debe notarse que es la vida real; es lo que la gente quiere», apunta. Así que las suyas las saca su grupito de trípodes humanos: «Mi marido, mi niñera y mi hermana. Nadie más». Eso sí, se apresura a recordar que, por lo general, vive alejada de la fantasía online, con tres niños pequeños. «El día empieza a las seis de la mañana, cuando vienen uno por uno a mi cama y hablamos». Luego, los lleva al colegio y comienza su rutina de ejercicios, que incluye pole dancing. Y no suele tener tiempo para comer con amigas; a esas horas, trabaja en su organizaci­ón, juega con los pequeños si han vuelto de la escuela o recoge los huevos de sus gallinas. También me deja claro que no se gasta millonadas en trapitos. «Es lo que piensa la gente de mí, pero no es verdad. A veces, los diseñadore­s me dan vestidos para subastar; y Giambattis­ta Valli me hizo uno como regalo. Yo jamás compro Alta Costura. Mis vaqueros los encuentro en Topshop. Es mejor dar ese dinero a los niños pobres», reflexiona. Cuando acaba la entrevista (y su café), desenreda esas piernas infinitas y camina por el hotel como por la pasarela. El poder de la belleza, la juventud y la autoestima, que logra que el low cost parezca couture, hace que todo el mundo en el lobby se pare a mirarla. Sería demasiado fácil para Elena Perminova ser una diva. Porque, en realidad, es casi una diosa. ■

No me gusta ver fotos producidas por profesiona­les en Instagram. Yo uso mi teléfono y no tengo estilista. Si aparezco, la ha tomado mi niñera, mi marido o mi hermana. Se debe notar que es tu vida real; eso es lo que la gente quiere

 ??  ?? Elena lleva vestido y pañuelos de seda, todo de Etro. Arina, con abrigo de algodón y pañuelo de seda de Etro.
Elena lleva vestido y pañuelos de seda, todo de Etro. Arina, con abrigo de algodón y pañuelo de seda de Etro.
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