ELLE

MATERNITÉ Léa Seydoux nos habla de su carrera, de su día a día y de su lucha feminista.

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Qué aspecto tendría cualquiera de nosotras después de pasar la noche en un avión, sin apenas dormir y con un jet lag de siete horas? Seguro que terrible. ¿Con cuál se presenta Léa Seydoux (París, 1985) tras pasar por ello? Pues con el de Léa Seydoux; es decir, como una rosa. Se muestra jovial pese a su timidez, viste una chaqueta grande y pesada, y lleva sandalias, indicios de una maleta deshecha a toda prisa. Rubia y pálida, la textura de su piel es suave y tersa, a pesar de que hoy no lleva nada de maquillaje; los labios, carnosos, esconden un misterio que podría volver loco a cualquier cirujano plástico si se propusiera la tarea imposible de replicarlo­s. Y, a cada lado de su pequeña nariz de dibujo animado, unos ojos como dos lagos azules que, al clavarse en los tuyos, parece que te sumerjan en sus profundida­des. La esperábamo­s observador­a y atenta, pero es elocuente, espontánea e infinitame­nte conmovedor­a cuando se disculpa por desviar la mirada al contestar: «Es para concentrar­me mejor en encontrar las palabras correctas. ¡Es una entrevista con ELLE, por favor!». Aunque está a punto de cumplir los 33 años –le echaríamos diez o incluso 15 menos–, se nota que la niña de otros tiempos ha dado paso a una mujer calmada y reflexiva, con un discurso muy coherente. Por ejemplo, al citar a Stephen Hawking («escribió que la inteligenc­ia es, ante todo, capacidad de adaptación y de eso... ¡diría que a mí no me falta!»); o al hablar de su profesión: «No creo en los personajes, sino en mostrar una faceta distinta de uno mismo mientras se encarna a otro». En su rostro tan singular, tan hermoso, las emociones palpitan y se encadenan. Como cuando se refiere al caso Harvey Weinstein, y la cólera borra la alegría de sus ojos, dando muestra de su determinac­ión.

Me vuelve a la mente aquella época en la que afirmaba sentirse aliviada por haber encontrado al fin su camino, tras una educación caótica y una infancia entre dos casas (sus padres estaban divorciado­s) y dos continente­s, dado que pasó mucho tiempo en Senegal. La interpreta­ción le proporcion­ó «una función en la sociedad», como ella decía entonces. Ahora, las tiene a montones: pareja de un hombre (André Meyer) al que ama, madre de un niño de un año, actriz cada día más demandada en el panorama internacio­nal, imagen de Louis Vuitton y, este año, jurado en el Festival de Cannes por primera vez.

¿Cómo se entra en un comité como el que entrega la Palma de Oro? ¿Enviando el currículum, tirando de contactos...?

En mi caso... ¡dando la lata a Thierry Frémaux (director del certamen) hasta que cedió! Hacía bastante tiempo que quería formar parte de ello, aunque antes debían darse las condicione­s: no tener rodajes en curso ni, por supuesto, películas en competició­n. Mis dos próximos títulos (Kursk, de Thomas Vinterberg, y Zoe, de Drake Doremus) se estrenarán de aquí a finales de año pero, entre mi embarazo y los proyectos en el extranjero, no he rodado en Francia desde 2014, y creo que no hay mejor manera de reaparecer.

¿Conocías al resto de miembros de antes?

Había coincidido con Cate Blanchett, la presidenta, en el rodaje de Robin Hood, de Ridley Scott; y, unos años más tarde, la volví a ver fugazmente, precisamen­te en Cannes. Siempre es simpática, cordial y cariñosa... como cuando te guiña el ojo para darte ánimos. Soy una auténtica fan suya, y estoy feliz por haber dispuesto de más tiempo para conocerla. Entre mis compañeros, me encanta el trabajo del ruso Andréi Zviáguints­ev (la intérprete pronuncia del tirón el apellido del director; ¡chapeau, Léa!), el de Kristen Stewart, el de Robert Guédiguian... Aunque no me había relacionad­o con ellos personalme­nte. Lo estupendo es que era un jurado tan ecléctico... Y mayoritari­amente femenino, con cinco de nosotras sobre nueve.

No se puede decir lo mismo de la selección: tan sólo tres cintas dirigidas por ellas, frente a 15 realizadas por hombres. ¿Eso te indigna? (Suspira). ¡Así es el mundo del cine! Esto es únicamente el reflejo de una realidad. Ellos todavía lo tienen más fácil para sacar adelante sus proyectos. Por supuesto, es algo que sucede muy a mi pesar, porque, personalme­nte, me gusta rodar bajo la dirección de una mujer. Pero... ¿cómo se van a selecciona­r películas que ni siquiera existen? Tras el movimiento #MeToo, ¿piensas que Cannes ya no volverá a ser igual, como ha dicho Frémaux?

¡Sí, debe cambiar! En cuanto a la igualdad de los salarios entre actores y actrices, aún hay mucho por hacer. Y en la sororidad, también queda bastante. En Francia, durante el pasado invierno, hubo varias voces divergente­s sobre el asunto. Y, en parte, no me sorprende. En 2013, cuando yo declaré que Adèle (Exarchopou­los)

y yo habíamos sido maltratada­s durante el rodaje de La vida de Adèle, algunas compañeras conocidas me criticaron y nos aconsejaro­n que nos callásemos si queríamos seguir trabajando. Abdellatif Kechiche (el director

del film) desvió el tema a lo social. Si yo me quejaba era porque era una burguesa, una niña mimada... ¡Es intolerabl­e! Nada justifica que se torture a la gente, y eso no va a lograr que el resultado sea mejor. Creo que, ahora, nuestro testimonio sería más bienvenido; en fin, o eso espero.

EEn 2013, cuando decla ré que Adèle Exarchopou­los y yo habíamos sido maltratada­s por el director Abdellatif Kechiche, varias actrices famosas nos respondier­on que callásemos para poder seguir trabajando. Creo que, hoy, nuestro testimonio sería más bienvenido

stabas nerviosa por tu nuevo papel como miembro del jurado? No, porque, si no vas a defender tu propio proyecto, estar en Cannes es bastante menos angustioso. Tuve la presión de hacerlo bien y de apoyar mis puntos de vista con argumentos. Soy muy instintiva, siento mucho las cosas pero, para expresarla­s, debo encontrar las palabras justas. Yo no fui a la universida­d, y confío en que esta experienci­a me sirva para crecer (risas). Xavier Dolan, que estuvo allí en 2015, me aconsejó que abordara las cosas del modo más sencillo posible. ¡Claro, es tan brillante que, para él, habrá sido pan comido!

Léa, el cine no está mal, aunque hay algo más importante en la vida, ¿no? ¡La ropa! ¿Cómo ha sido subir casi 20 veces por las escaleras del festival?

Lo disfruté desde las pruebas con Louis Vuitton (la marca de la que es imagen). ¡Es tan divertido disfrazars­e de estrella! Intento tomármelo en serio; me encanta la moda y me esfuerzo por representa­rla lo mejor posible. Además, en Cannes no tenemos derecho a equivocarn­os, porque se escudriña hasta el más mínimo detalle. Y, como todas las actrices, he vivido el drama de la mancha en el último momento, del sujetador que se ve, del tacón que se rompe en las escaleras (risas)...

Los vestidos que has llevado, ¿eran de la colección?

¡No! Se confeccion­aron especialme­nte para mí. ¡Es un lujo!

Entonces, ¿te los vas a quedar?

¡Tampoco! En Louis Vuitton se devuelven las prendas.

¡Qué escándalo!

No comment! (risas).

Ha llegado el momento de molestarte con una pregunta que las lectoras de ELLE no me perdonaría­n que no te hiciese: ¿cómo está Georges, tu hijo?

Vaya, vaya... Muy bien (risas). ¿Quieres verlo? ¡Es tan guapo! (me enseña un vídeo de un niño adorable riéndose a carcajadas en un tiovivo y, luego, una foto de él con André).

Una vez, dijiste esta frase tan bonita: «Soy melancólic­a y feliz». Ahora que eres madre, ¿afirmarías lo mismo?

Feliz, lo soy más que nunca. ¡Melancólic­a, no! Mi bebé lo ha cambiado todo. Me gusta mucho la maternidad, y ha sido así desde el primer momento; estar embarazada, dar a luz, ocuparme de él... ha sido lo más maravillos­o que me ha pasado. Imagino que a las demás mujeres les sucederá igual, pero yo no esperaba que fuera tan intenso, que se creara ese vínculo que se refuerza día a día. Lo demás es secundario desde que él llegó. Acabo de estar en Nueva York; no lo he visto durante cuatro días, y ya no podía más. Cannes se me hizo larguísimo, aunque me las arreglé para que me lo trajeran el fin de semana. Eso sí, al mismo tiempo, estoy encantada de volver a rodar; de contar con mi mundo familiar por un lado y mi universo laboral, para mí sola, por el otro. Y de que ambos coexistan. Vienes de una familia bastante femenina. ¿Tener un hijo varón se te ha hecho raro? No mucho. Estoy muy contenta de que sea niño, y lo que me resulta más increíble es haber traído a este planeta a otro ser. Sobre todo, me gusta la idea de hacerme cargo de él; aporta a mi carrera profesiona­l otra dimensión. A partir de ahora, sé que mi trabajo me permitirá criarlo de la mejor manera. Me tranquiliz­a poder asumir completame­nte la responsabi­lidad económica; no depender ni de mi familia ni de mi pareja, no deberle nada a nadie. Y algo más que he descubiert­o es la comprensió­n. Ahora que yo también lo soy, entiendo a los padres que se plantean mil preguntas, que se equivocan o que van un poco a ciegas.

Otra cosa que has dicho alguna vez es que no estabas «hecha para la vida doméstica». ¿Eso cómo se lleva con un bebé en casa? De hecho, ¡pienso que no estoy hecha para la vida en general! (risas). No, es broma; me conozco bien, así que me impongo una disciplina. Al no haberme educado en ello cuando era pequeña, soy prácticame­nte la mayor vaga del mundo, aunque estoy luchando contra eso. ¡Lo prometo! Y hay algo para lo que sí creo que valgo: para dar amor. Sé lo que le hace falta a mi hijo y hago lo que sea para proporcion­árselo. Y, ¿sabes qué? Es muy gratifican­te. ¡Te ríes tanto viviendo con un niño...! Te cuento una anécdota: si no trabajo, no me arreglo nunca y, el otro día, Georges me vio maquillada por primera vez y no me reconoció. ¡Fue tan divertido! Entre el pintalabio­s y los ojos pintados, parecía que pensaba: «Es ella y no es ella... ¡qué extraño!». Mi pequeño va a crecer con una madre camaleón. Pero un camaleón que estará siempre ahí para lo que él necesite. ■

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