Esquire (Spain)

JR: “EL ARTE PUEDE ENCABRONAR”

- POR JANINA PÉREZ ARIAS

Entrenado en la disciplina urbana de correr delante de los polis, el fotógrafo y artista callejero estrena su documental ‘Caras y lugares’, codirigido junto a la leyenda del cine francés Agnès Varda

Será mejor que no esperes a que JR se despoje de sus gafas oscuras y de su sombrero. Desde hace ya mucho tiempo, el fotógrafo y artista callejero francés de raíces tunecinas guarda con recelo su verdadera identidad.

Las siglas tal vez sean por Jean René o Jacques Romain, pero ¿qué más da? El misterio alrededor de su nombre le protege, ya que la norma es que vaya a parar a la cárcel o que le pongan en la frontera de cualquier país a donde haya ido a empapelar alguna pared desnuda con fotografía­s de gran formato.

“No se trata de hacer cosas ilegales, aunque a veces no tienes otra opción –sonríe el exgraftero, todo un profesiona­l en huir por pies de los agentes y ejecutar su arte al resguardo de la noche–. Sin embargo, cuando estás metido en lo tuyo, no piensas que estás caminando sobre la línea de la ilegalidad”. Movido por una insaciable curiosidad, sus acciones artísticas tienen rango de hazaña. Les ha puesto cara a los dreamers, inmigrante­s e indigentes, y también llegó a la frontera donde Donald Trump está empeñado en levantar un muro, invitando a los paisanos de uno y otro lado a una comida a la sombra de un colosal bebé mexicano que miraba hacia el norte. En su nutrido prontuario fguran acciones como la acaecida en Israel (2007) o en favelas de Río de Janeiro (2008). También el memorable rifrrafe con las autoridade­s en Estambul a causa de su proyecto The Wrinkles of the City (2015), o el enfrentami­ento entre fotografad­os y transeúnte­s en Túnez. “El arte puede encabronar”, nos dice con una sabiduría adquirida tras 14 años de andanzas.

Pero JR, además de vivir al flo del peligro y de haber dejado su huella en diferentes ciudades del mundo tanto a cielo abierto como en salas de exposicion­es, también pone ganas a cosas más sosegadas. Tal ha sido el caso de Caras y lugares, codirigido junto a la leyenda del cine francés Agnès Varda. Un entrañable documental estrenado en la pasada edición del Festival de Cannes, nominado al Oscar, y que a su paso por salas comerciale­s encanta por igual al público y a la crítica. A bordo de una furgoneta con aspecto de cámara fotográfic­a de aquellas de rollos para revelar, en plan fotomatón, equipada con una función de

impresora que permite hacer copias a gran formato, el dispar dúo (él tiene 35 años, ella va a cumplir los 90) se internó en la campiña francesa con la intención de descubrir historias de lugareños. La ruta era casi al antojo, muy dispuestos a la aventura.

“El verdadero viaje fue el proceso de ganarse a la gente, pero también el de realizar una creación conjunta”, revela JR sobre su primera experienci­a en compartir una realizació­n cinematogr­áfca, a pesar de que su trabajo artístico cotidiano se apoya en un grupo de 16 personas repartidas entre París y Nueva York. En un poblado minero del norte de Francia, en el puerto de Le Havre, en pueblos fantasma y zonas industrial­es, en localidade­s agrarias, prácticame­nte en cada parada predominó la voluntad de los habitantes para colaborar, contando sus historias y dejándose fotografar. Sin embargo, “no todo el mundo está dispuesto a verse en una pared, en tamaño gigante, y a convertirs­e en un famoso local”, advierte JR.

Cuando era adolescent­e y por casualidad se encontró una cámara en el metro de París, JR dio con un camino certero para unir sus inclinacio­nes artísticas y su activismo. Con el tiempo se ha reforzado su creencia en el poder de la imagen y en la elección, en particular cuando es en tamaño gigante, de “personas normales” como modelos, pero sobre todo cuando existe la unión perfecta de esas obras con el espacio público escogido para ser expuestas.

En Caras y lugares ( Visages Villages) –estreno 25 de mayo–, con la complicida­d de Agnès Varda, este credo se hace palpable. “A través de esas imágenes la gente reinterpre­ta sus propias historias”, reflexiona. “Ellos van a recordar de sus fotos no si se ven bien o mal, sino el intercambi­o producido en la comunidad. El hecho de que lo hayamos posibilita­do en una época en la que los enlaces se dan en el mundo virtual tiene un impacto signifcati­vo en la gente”. Puede que hoy este artista urbano haga de las suyas en París, quizá mañana en Tokio o pasado en Nueva York. Lo que se trae entre manos hasta el último minuto será todo un secreto, y es probable que una vez más vaya a parar detrás de las rejas bajo el ala “protectora” de sus gafas oscuras y su sombrero.

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