SEAT LEÓN
La cuarta generación del Seat León se mantiene fiel a sus orígenes, esos que le han llevado al éxito. Encima, ha mejorado en casi todo. ¿Qué puede salir mal?
EL SEAT LEóN nació en 1999 como la versión sin culo del Toledo. 21 años después, el Toledo ya no existe, pero el éxito del León, con más 570.000 unidades vendidas, es innegable. Desde siempre, el compacto de la marca española ha tenido esa fama de ser lo mismo que un VW Golf o un Audi A3 pero por menos dinero, pero lo cierto es que, después de conducirlo, uno siempre se quedaba con la sensación de que, independientemente de eso, el León era un buen coche. Con sus cosas, como todos, pero un buen coche.
Un simple vistazo a su carrocería de cinco puertas (ya no habrá una de tres, aunque sí una familiar denominada Sportstourer por
1.200 euros más) y 4,36 metros de largo, nos basta para sospechar que, probablemente, nada ha cambiado.
Además, sigue empleando la misma plataforma MQB, por mucho que la hayan rebautizado como MQB Evo por el hecho de haber sufrido la correspondiente y pequeña evolución de todo nuevo modelo. Que no cambie de plataforma no es nada raro, pues recordemos que la MQB apenas tiene ocho años, y eso es muy poco para una plataforma que, encima, ha demostrado ser excelente.
Sin embargo, al abrir la puerta la cosa cambia. Sí, el maletero se mantiene en sus 380 litros y, detrás, apenas se ha ganado un par de centímetros más de espacio para las piernas, pero el salpicadero ha cambiado por completo. Y lo ha hecho para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno porque la desaparición de la inmensa mayoría de los botones en favor de una gran pantalla central crea una sensación
de modernidad y tecnología que recuerda, y mucho, a la del nuevo
Golf 8. Y, para lo malo, porque no nos cansaremos de repetirlo: todo lo que sea quitar botones para integrarlos en una pantalla, en un coche, es un error porque obliga a seguir más pasos, porque no son tan precisas como un clásico botón y porque, muchas veces, te vuelves loco buscando dónde está cada cosa. Que sí, que hay algún botón táctil para subir el volumen de la radio o ajustar la temperatura de la climatización, y también un avanzado control por voz que te habla con más educación que un cura cuando te confiesas, pero no es suficiente. De hecho, que pongan tantos parches es una clarísima evidencia de que está solución es mala. Y no es un problema de Seat: lo es de todos los modelos actuales.
Por lo demás, no hay quejas en cuanto a calidad, la instrumentación digital configurable de serie convence y la postura de conducción sigue siendo simplemente perfecta. Nadie tendrá problemas para encontrarse a gusto desde el primer momento.
En marcha, los cambios también son poco apreciables, y eso es bueno. Empezando por el comportamiento, el León sigue teniendo esa dirección precisa que,
combinada con un eje delantero incisivo, cambia de dirección con mucha agilidad.
El tren trasero, que de momento se conforma con el esquema de ruedas tiradas con eje torsional en vez de un sistema multibrazo, sigue teniendo ese envidiable punto de equilibrio entre agarre y leve deslizamiento que tanto ayuda en zonas reviradas sin que notemos nunca reacciones bruscas.
Por su parte, la suspensión merece un capítulo aparte. El FR
TSI 150 lleva de serie la suspensión adaptativa DCC. Como antes, tiene tres modos de dureza: Confort, Normal y Sport. Pero, además, a través del modo Individual, se puede variar hasta en un total de 14 niveles de dureza. ¿Se notan? Sí. ¿Se notan lo suficiente como para que el León se bambolee como una barca en plena tempestad en el modo más blando, o sea tan rígido como una barra de acero macizo en la más dura? No. De hecho, en la más blanda sigue siendo bastante estable, mientras que en la más dura podemos hacer un largo viaje sin grandes sufrimientos. Entonces, ¿vale para algo más que para vacilar a los amigos o ir de friki por la vida? Pues no lo creo.
En cuanto al apartado mecánico, la versión probada equipa el propulsor 1.5 TSI de
150 CV con desconexión de cilindros. Apenas ha recibido mejoras respecto al anterior León, así que nos seguimos encontrando ante un motor que destaca más por suavidad, agrado de respuesta y bajo consumo para un gasolina de su potencia, que ante un motor de marcado carácter deportivo. Tarda 8,4 segundos en pasar de
0 a 100 km/ h, que está muy bien para los 1.316 kilos que pesa este coche pero, al conducirlo, se echa en falta un poco más de garra, uno de esos momentos rabiosos que te hacen sentir que de verdad se está esforzando al máximo.
Nuestra unidad estaba equipada con el cambio manual de seis marchas. Viendo que todas las cajas DSG, o casi todas, están perdiendo parte de ese punch que las hizo admirables hace 15 años, creemos que la opción manual es la mejor si vas a realizar una conducción decidida habitualmente; sobre todo por carreteras sinuosas, el lugar predilecto del León.