Algodón
Producido tanto por campesinos indios, brasileños, africanos y asiáticos, como por empresas agroindustriales de Texas, el algodón se cultiva en condiciones muy distintas en cada región. El fotógrafo Uwe H. Martin ha retratado a ganadores y perdedores del
El negocio mundial con la materia prima de nuestra ropa
TEXAS
Estados Unidos subvenciona el cultivo del algodón con miles de millones de dólares, distorsionando el precio en el mercado mundial. No obstante, los márgenes de beneficios disminuyen: algunos agricultores complementan sus ingresos con turbinas eólicas. Después de la cosecha, cada paca de algodón recibe un código de barras que permite saber dónde ha sido producido.
TEXAS
Antaño fueron legiones de esclavos los que crearon con su trabajo la riqueza de los propietarios de las plantaciones del sur estadounidense. Hoy, gigantescas máquinas cosechadoras labran los campos, convirtiendo el algodón en cuestión de minutos en grandes pacas.
INDIA
Cientos de campesinos llevan su mercancía al mercado de Pandharkawda en carros. A veces han de esperar días hasta que un comerciante echa un vistazo al algodón que han traído. Él es quien decide el precio: los campesinos, a menudo endeudados, no están en condiciones de regatear. En muchos casos, los comerciantes al mismo tiempo son sus acreedores.
INDIA
Ciudad de Yavatmal, conocida como Cotton City: en una fábrica desmotadora, el algodón es limpiado de semillas y materias extrañas; después, se prensa. Las diminutas fibras que flotan en el aire caliente y húmedo atacan el pulmón y los ojos; las bombas hacen un ruido atronador.
BURKINA FASO
Dichoso aquel que tenga muchas reses: además de la carne, puede aprovechar los excrementos como abono. La orina de los escarabajos rojos, al contrario, es un problema: altera el color del algodón. Este insecto es más raro en los cultivos biológicos que en los convencionales.
BURKINA FASO Estudio de campo en Niangara: fue la primera aldea en renunciar a los pesticidas y pasarse al cultivo orgánico. Campesinos de otras regiones del país vienen a conocer las ventajas de este método de producción.
BRASIL
Los grandes agricultores del país asumen cada vez más pasos dentro del proceso de producción del algodón: construyen sus propias fábricas. Esta planta, situada en el Estado federal de Mato Grosso, desgranará 60 pacas por hora. Y hace ya tiempo que las empresas utilizan aviones para fumigar.
BRASIL
En los vastos campos de Mato Grosso, en el centro de Brasil, el cultivo sería impensable sin grandes máquinas. Han revolucionado el proceso de la cosecha en Brasil, igual que en Estados Unidos.
Kishore Tiwari es el señor de las listas de muertos de Vidarbha, una provincia del “cinturón del algodón” de India central. Línea por línea, el activista apunta los suicidios de campesinos en una mugrienta libreta: también aquellos que no se cuentan en las estadísticas oficiales, por ejemplo, la muerte voluntaria de las mujeres. Ellas por definición no son campesinos. Trece muertos por página. Y son muchas páginas. Según las cifras de Tiwari, más de 8.000 campesinos han cometido suicidio en Vidarbha desde 2001.
Ha habido años en que Tiwari registraba, de media, cuatro tragedias al día. El motivo es casi siempre el mismo: la imposibilidad de salir de la espiral de la deuda. “Los campesinos se han convertido en esclavos en su propia tierra. Trabajan todo el tiempo para el beneficio de las corporaciones multinacionales. Todo su dinero acaba en manos de los fabricantes de pesticidas y semillas”, dice Tiwari, presidente del grupo de autoayuda Vidarbha Jan Andolan Samiti (VJAS). Hace tiempo que diversas autoridades gu- bernamentales indias investigan la desgracia de los cultivadores de algodón de Vidarbha. Según estos expertos, echarle toda la culpa al “algodón” sería demasiado simple, pues existe todo un conjunto de causas. No obstante, los suicidios pueden considerarse como indicio de las extremas consecuencias que puede tener la injusta distribución de oportunidades en una economía globalizada. En el mercado del algodón, los países en vías de desarrollo compiten con las naciones industrializadas: campesinos que labran sus campos con ma-
nos y azadas compiten contra terratenientes que utilizan tractores controlados por GPS.
El algodón es un producto extremadamente globalizado. De los 26 millones de toneladas que se cosechan al año, un tercio largo se destina a la exportación, un mercado claramente dominado por Estados Unidos. Los agricultores de este país deben su posición dominante al dinero público que les llueve. Desde 1995, Estados Unidos ha apoyado a sus tan solo 25.000 cultivadores de algodón con más de 30.000 millones de dólares. Sin esta intrincada red de seguridad ofrecida por Washington –consistente en pagos directos, “programas anticíclicos” y seguros de cosecha– muchos agricultores norteamericanos serían tan incapaces de sobrevivir económicamente como sus competidores en la India o países como Malí, Benín y Burkina Faso.
Los productores africanos sufren especialmente por las subvenciones: en ningún lugar del mundo los cultivadores de algodón dependen tanto del comercio mundial como en África occidental y central. A falta de una industria textil digna de mención, apenas existen compradores en el mercado doméstico. En algunos países, como por ejemplo Burkina Faso, la fibra natural acapara la mitad de los ingresos por exportación; de ahí que los campesinos sufran especialmente bajo la distorsión de la competencia que causa la política de Estados Unidos y también de Europa. Las subvenciones milmillonarias causan una bajada de los precios y reducen la posibilidad de que también los países en vías de desarrollo obtengan un beneficio con sus cosechas.
Algodón: producto natural y destructor del medio ambiente. El algodón es una materia prima cotidiana que disfruta de una buena imagen. La encontramos en pantalones y camisas, vendas de gasa y billetes de banco, piensos para el ganado y pasta de dientes. “El algodón es el cerdo de la botánica”, escribe el francés Érik Orsenna en su libro Viaje a los países del algodón. Pequeño tratado de mundialización, pues se puede aprovechar toda la planta. Un producto natural que no causa alergias y es biodegradable.
Pero el algodón también es un producto cuya producción en monocultivos afecta a menudo a la salud y el medio ambiente.
Las plantas necesitan ingentes cantidades de agua. Para producir la materia prima que requiere un pantalón vaquero, la planta se
traga unos 8.000 litros de agua. Y dado que la lluvia no gusta a los cultivadores (los capullos se empapan y se pudren), el algodón se cultiva con riego artificial en regiones secas. En Estados Unidos, por ejemplo, hace tiempo que la producción de algodón se desplazó a Texas.
La extensión de la superficie de cultivo mundial no ha variado desde los años cincuenta del siglo pasado: 34 millones de hectáreas. Al mismo tiempo, la cosecha por hectárea se ha más que duplicado: de 300 kilos durante los años sesenta a más de 700 kilos desde la década que comenzó en el año 2000. El aumento se debe al uso de abonos artificiales, la creación de variedades de alto rendimiento y al riego artificial.
Las consecuencias ecológicas del cultivo de algodón de regadío son patentes en la historia del lago Aral, situado entre Uzbekistán y Kazajistán. Hace solo 50 años, con 68.000 kilómetros cuadrados, era el cuarto mayor mar interior del mundo. Hasta que los cultivos de algodón agotaron el agua de sus afluentes. Desde entonces, el lago ha perdido aproximadamente el 80% de su volumen y dos tercios de su superficie. El drástico aumento de la salinidad y los pesticidas llegados con el agua de los ríos han acabado con la mayoría de las especies de peces. Muchas personas en la región padecen cáncer, defectos genéticos y enfermedades respiratorias.
El cultivo del algodón solo ocupa el 2,4% de la superficie agraria mundial, pero acapara el 11% de todos los pesticidas vendidos y el 24% de los insecticidas. De no ser así, el monocultivo permitiría que los parásitos se propagaran mejor que en cualquier otro lugar. La dramática consecuencia: según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, cada año mueren 20.000 personas por culpa de intoxicaciones con pesticidas causadas por el cultivo de algodón.
De grandes promesas y campesinos arrui
nados. En realidad se esperaba solucionar el problema de los pesticidas con el transgénico Bt-Cotton: a mediados de los años noventa, investigadores de la corporación estadounidense Monsanto introdujeron genes de la bacteria Bacillus thuringiensis ( Bt) en las semillas de algodón. De esta manera, la misma planta produce un veneno contra los insectos destinado a matar a su principal parásito, el gusano del algodón.
Menos pesticidas, más rendimiento: una promesa que convirtió el algodón Bt en un superventas: desde 1996, cuando Monsanto lanzó en Estados Unidos la primera variedad transgénica, este tipo de semillas se ha propagado a gran velocidad. De hecho, ya están presentes en más de dos
tercios de la superficie de cultivo mundial.
Sin embargo, los científicos advierten de que el algodón Bt, como mucho, solo reduce el uso de pesticidas a corto plazo. ¿El problema? La lógica de la naturaleza. Cuando el gusano del algodón cede su puesto en el ecosistema, otros se apoderan del terreno. Es decir, hay que seguir empleando veneno contra otros “parásitos secundarios”.
Además, si bien es cierto que las semillas de “alta tecnología” generan cosechas más grandes, especialmente en regiones con suficiente regadío artificial, rara vez son aptas para los campesinos indios que no poseen ni pozos ni instalaciones de riego. No obstante, recurren al algodón transgénico: en el subcontinente alcanza un porcentaje del 90%, igual que en Estados Unidos.
Con la apertura del mercado indio en los años noventa, sin embargo, el precio del algodón cayó vertiginosamente. Y de repente, los campesinos competían con terratenien- tes altamente subvencionados. Al mismo tiempo, los costes de producción se dispararon debido a la liberalización de los precios de abonos y semillas en India; hasta ese momento, el monopolio comercial en el Estado Federal de Maharashtra garantizó que los campesinos pudieran comprar abono y semillas a precios fijos.
Poco después, mientras las empresas occidentales trasladaban cientos de miles de puestos de trabajo a call centers y empresas de software en India, comenzaba la agonía de sus campesinos. El algodón transgénico introducido en 2002 se convirtió en un acelerador del problema: seducidos por las promesas de estridentes carteles publicitarios al estilo Bollywood, cada vez más cultivadores de algodón compraron semillas de alto rendimiento –hasta seis veces más costosas– y contrajeron préstamos a tipos de interés insoportables. Desde entonces, una mala cosecha significa la ruina, aún más cuando las semillas transgénicas, al contrario que las convencionales, solo se pueden sembrar una vez. Es decir, cada temporada, los campesinos tienen que comprar nuevas semillas. Al final, muchos campesinos, sumidos en la desesperación, ven la muerte como su única salida e ingieren los pesticidas que compraron para garantizar la cosecha.
Por otro lado, sería demasiado parcial responsabilizar solo al algodón o, mejor dicho, a las semillas Bt, de todo el empobrecimiento. En regiones como Vidarbha existen tejidos
sociales y condiciones climáticas que dificultan cualquier agricultura. En 2008, el organismo independiente International Food Policy Research Institute estudió la situación a fondo. Un informe de esta organización, con sede en Estados Unidos, concluyó que no existen “robustos datos cuantitativos” para demostrar la conexión entre el algodón
Bt y los suicidios en Maharashtra (y Andhra Pradesh), pero los investigadores tampoco quieren descartar por completo la conexión.
Por muy nefasto que sea el pacto con el algodón transgénico, el cultivo de algodón ecológico siempre parece una buena opción. De todos modos, y aunque no lo fuera, su uso se ha multiplicado en poco tiempo. Junto a varios pioneros del ecologismo, empresas como H&M, C&A o Nike ofrecen camisetas, blusas y vaqueros hechos con algodón biológico. Desde 2010, H&M es el mayor comprador mundial de este producto.
El cultivo biológico aumenta las posibilidades de que los campesinos de los países pobres vivan de sus cosechas: los precios del algodón ecológico son más altos y más estables. Al mismo tiempo, se invierte menos dinero en costosos productos químicos, pues abonan con compost y estiércol. De esto modo, incluso las cosechas pequeñas merecen la pena. Además, el cultivo de este algodón se alterna con el de otras plantas, como el maíz y la soja, lo que no solo es bueno para el suelo, sino que permite a los campesinos no depender tanto de un solo producto.
Sin duda, la oferta de textiles ecológicos seguirá creciendo. ¿Pero es lo biológico la solución a todos los problemas? Hasta ahora, ni siquiera el 1% de la cantidad producida mundialmente proviene de cultivos sostenibles. Por eso parece poco realista que puedan llegar a cubrir la demanda mundial en un futuro cercano.
La alternativa al consumo ecológico sería menos consumo. Cada año se tiran a la basura millones de toneladas de fast fashion, efímeras prendas producidas en masa a precios de dumping. Mientras una camiseta apenas cueste más que una taza de café, cualquiera puede apuntarse a la moda sin gastar mucho. Sin embargo, de creer al experto en textiles Andreas Engelhardt, la camiseta de algodón por 2,99 euros podría pasar a la historia en breve: “Los tiempos de los textiles baratos se acercan a su fin”, escribe en su libro Schwarz
buch Baumwolle ( Libro Negro del algodón). ¿El algodón como mercancía cara? Un adelanto de esta realidad se pudo sentir a finales de 2010, cuando los precios en el mercado mundial se dispararon en pocas semanas: la producción había caído por tercer año consecutivo, pero la demanda por parte de la industria textil había crecido nuevamente después de una caída durante la crisis financiera de 2008/2009. Entre la oferta y la demanda se abrió un abismo de 3,7 millones de toneladas (el 14% de la demanda total). Especuladores, atraídos a los mercados de futuros y opciones por la expectativa de precios aún más altos, catapultaron el precio en el mercado mundial a un máximo histórico: en marzo de 2011, el kilo de algodón costó más de cinco dólares, cinco veces más que dos años antes.
¿Un caso aislado? Andreas Engelhardt no lo cree. La demanda de textiles crece con la población mundial y el bienestar en los países emergentes, mientras las superficies agrícolas disponibles para el algodón apenas pueden aumentarse. Al contrario: la planta compite por el terreno con cereales destinados a la producción de pan y biocombustibles. Y como ningún progreso tecnológico o genético permite esperar un aumento considerable de las cosechas, en pocos años se alcanzará, según Engelhardt, el máximo producible. Y no solo en el caso del algodón, sino también en el del petróleo.
En 1990 se produjeron 19 millones de toneladas de algodón a nivel mundial, lo que significaba la mitad del mercado de fibras destinadas a la industria textil. Hoy se producen 26 millones de toneladas, pero eso solo corresponde a un 30% del total de fibras, aproximadamente. Es decir, el algodón cada vez cubre un espectro menor de la enorme demanda textil.
Engelhardt vaticina un futuro prometedor para las telas fabricadas con fibras vegetales. Sobre todo, porque también el poliéster, candidato a suceder al algodón, depende de una materia prima cada vez más escasa: el petróleo, base de las fibras sintéticas. Pero tampoco los sedientos cultivos de eucalipto, de los que se podrían obtener fibras, son el no va más ecológico. Por eso, por ahora, sigue vigente la regla: el mejor balance ecológico lo tiene aquel pantalón vaquero que se lleve durante el mayor tiempo posible. Muchas fotos que Uwe H. Martin, de 39 años, hizo en Uzbekistán no tenían nada que ver con el algodón. La idea era que las imágenes turísticas de monumentos tranquilizaran a la policía secreta. Un reportaje sobre las consecuencias del cultivo del algodón no habría gustado a las autoridades.
BURKINA FASO TEXAS INDIA BRASIL UZBEKISTÁN KAZAJISTÁN
UZBEKISTÁN Durante la época de la cosecha, las universidades y los colegios del país están desiertos: los jóvenes que son capaces
de trabajar tienen que ir a los campos de algodón. El Estado organiza el transporte de los estudiantes. Solo quien tenga una
baja médica puede seguir formándose.
UZBEKISTÁN El régimen envía al campo incluso a niños de ocho años. Durante tres meses, cambian sus libros de texto por sacos de algodón. Por este motivo hay corporaciones que se niegan a comprar mercancía uzbeka.
KAZAJISTÁN También los niños de la localidad kazaja de Bogun sufren las consecuencias del cultivo: juegan en charcos salinos contaminados con pesticidas. Antes de que el cultivo del algodón secara el lago Aral, Bogun fue un puerto pesquero importante. Hoy se encuentra a dos
horas largas en coche de la orilla.
KAZAJISTÁN También Tastubek fue una localidad floreciente a orillas del lago Aral. Esta mujer todavía vivió los buenos tiempos antes de que, en los años ochenta, desapareciera el agua y después, la gente. Eso sí: desde la construcción de un dique, parte del lago está volviendo a llenarse.