SOS submarino
Los criaderos de salmón amenazan el archipiélago.
Antes de subirse al barco y poner rumbo a las jaulas flotantes, César, administrador de un criadero de salmones, sumerge las botas en una tina con desinfectante. “Es muy tóxico”, dice. “Hemos aprendido de nuestros errores.” Cada año, Chile genera más de 500.000 toneladas de productos de salmón: junto con Noruega, es líder en el mercado mundial. En los fiordos de la Patagonia, las empresas de acuicultura encuentran perfectas condiciones, una permisiva legislación medioambiental y sueldos bajos. De ahí la velocidad con que se propagaron los criaderos; con el masivo uso de pesticidas y antibióticos lograron miles de millones de beneficios... hasta que el sector colapsó en 2007 por una epidemia viral. Llegado desde Noruega con huevas de salmón, el virus ISA contagió los criaderos. Cientos de las más de mil empresas de la Patagonia tuvieron que cerrar, más de 25.000 obreros fueron despedidos. Desde entonces, las leyes sobre acuicultura son más estrictas. Se requieren vacunas para proteger a los salmones contra enfermedades, y los desinfectantes han de impedir la propagación de las mismas. Y se ha reducido el número de peces permitidos por jaula. No obstante, los riesgos para el medio ambiente son enormes. Una sola granja de gran tamaño produce igual cantidad de heces que una ciudad pequeña. Los científicos temen que esta masiva llegada de nutrientes –junto con sustancias químicas y gérmenes que escapan de las redes– causarán un daño irreparable al mundo subacuático de la Patagonia. Por eso exigen que algunos fiordos sean declarados santuarios marinos. Hasta ahora, sin éxito. El sector del salmón se ha recuperado de la crisis ISA y cientos de criadores quieren establecerse en el archipiélago patagónico... sobre todo, al sur. Allí la mayor parte de las aguas es virgen.