QUIEN CONOZCA MAPUTO DURANTE EL FIN DE SEMANA
olvidará fácilmente todas las sombras que empañan este país y creerá en su futuro. A pesar de la pobreza y la corrupción, el SIDA y una infraestructura decrépita, la capital irradia una abrumadora alegría de vivir. Después de la misa en la blanquísima catedral de la plaza de la Independencia, comienzan a llenarse las largas playas de arena al norte de la ciudad. Clanes familiares despliegan sus mantas de picnic, parejas de recién casados posan con ropa elegantísima ante el
durante su viaje por Mozambique se toparán con un hombre barbudo vestido con uniforme militar y el dedo índice levantado: lo verán en la tele, en los carteles o en forma de estatua gigantesca delante del Ayuntamiento de Maputo. Es Samora Machel, el antiguo presidente al que el partido gobernante, el FRELIMO, presenta sistemáticamente como padre del país y figura casi santa.
Todavía hay muchos mozambiqueños que reprochan la muerte del presidente a Sudáfrica. Pero hace tiempo que el país ha hecho las paces con el gran vecino, también de una manera muy personal: en 1999, el presidente sudafricano y premio Nobel de la paz Nelson Mandela desveló un monumento de Machel en el lugar donde cayó el avión. Un año antes, en su 80 cumpleaños, Mandela se había casado con Graça Machel, la viuda del presidente fundacional de Mozambique.