De refugio de piratas y campo de tiro a reserva natural
El patrimonio natural acumulado durante milenios estuvo a punto de desaparecer en unos pocos años de presencia humana. Hasta el siglo XIX, las Columbretes, que estaban deshabitadas, solo eran esporádico refugio provisional de pescadores, piratas o contrabandistas. En 1856 se empezó a construir el faro que corona la isla principal. En 1860 se instalaron los fareros y sus familias, que descubrieron alarmados que compartían el escaso terreno disponible con la abundante población de culebras que dio nombre al archipiélago.
Para acabar con ellas pegaron fuego a toda la vegetación, y después soltaron cerdos para que se comieran a las supervivientes. Solo durante las obras del faro mataron a 2.700. No quedó ni una: la última fue vista en 1886, y los naturalistas no saben ni siquiera a qué especie pertenecían. Otras plagas llegadas con el ser humano, como conejos y ratones y diversos cultivos, dieron la puntilla a la biodiversidad autóctona, que so- lo sobrevivió en los islotes más remotos e inaccesibles.
Cuando se automatizó el faro y se marcharon sus ocupantes, llegaron los bombardeos. Las Columbretes se convirtieron en campo de tiro de las aviaciones militares española y estadounidense. Todavía pueden verse proyectiles oxidados incrustados en las rocas o reposando en los fondos marinos. En 1988, y tras una fuerte movilización ciudadana, el archipiélago fue declarado parque natural, para convertirse seis años después en la reserva natural que lo protege hoy. Hubo que eliminar la fauna y flora foráneas y reintroducir con mimo a los supervivientes de las autóctonas.
Para preservar su vulnerable ecosistema, solo los guardas e investigadores visitantes están autorizados a permanecer en las islas. Los turistas llegados en barcos particulares o en las golondrinas que salen en verano de diversos puertos castellonenses no pueden quedarse más de una hora, para visitar un pequeño museo instalado en el faro sin salirse nunca del único sendero pavimentado, de apenas unos cientos de metros.
Los días que sopla fuerte el viento del noreste, llamado gregal, las embarcaciones no pueden entrar en la bahía y atracar en el diminuto puerto Tofiño y hay que saltar desde las zodiac a un pequeño muelle situado en el exterior del semicírculo rocoso. No es raro que el estado de la mar obligue a retrasar el relevo quincenal de los guardas. El aislamiento de las Columbretes vuelve a ser la garantía de futuro de sus riquezas naturales.