Glamour (Spain)

En directo desde Afganistán

La primera cadena de de televisión femenina de Afganistán funciona como una de los Estados Unidos, con una gran excepción: estas periodista­s están arriesgand­o sus vidas.

- Texto: Sophia Jones

Son las cuatro de la mañana y Kabul está oscuro y tranquilo. La presentado­ra y estrella emergente de veintidós años de ZAN TV comienza su día para llegar a su turno de las 6 de la mañana. ZAN, cuyo nombre significa mujeres en Dari, es la primera y única cadena de televisión para mujeres, compuesta por un equipo femenino de periodista­s, muchas de ellas veinteañer­as. Lanzada en la capital afgana en mayo, la cadena arroja luz sobre muchos temas, desde cosméticos (prohibidos por los talibanes), mujeres en los deportes (también previament­e prohibido) hasta violencia doméstica (trágicamen­te algo muy común en este país). Hasta ahora nunca había habido un programa–y mucho menos una cadena– dedicado a temas femeninos. El hecho de que las mujeres de ZAN estén hablando abiertamen­te sobre ellos en la televisión nacional, es algo revolucion­ario. Noori lleva un conjunto oscuro y su camiseta reza: “What in the funk do you see?”. Sus uñas están pintadas de dorado resplandec­iente. Sale de su casa y su padre, Ghulam Mohammad, se despide orgulloso de su hija, la más joven de sus cinco hijos, y con una carrera que le permite mantener a su familia.

Una nueva imagen de la fuerza femenina. Casi todas las mañanas, Noori se apresura para ir a trabajar atravesand­o el tráfico de Kabul en un automóvil de ZAN TV. A las mujeres se les prohibió conducir durante el régimen talibán, desde 1996 hasta 2001, e incluso ahora la mayoría todavía no pueden conducir. El ambiente es casi pacífico y por un momento es posible olvidar el miedo que gobierna esta caótica ciudad con cicatrices de bombas, con sus ataques

suicidas semanales y paredes de explosivos, mientras recoge a su compañera que nos pide no desvelar su nombre por seguridad. El automóvil se detiene cerca de la cadena; la calle ha sido bloqueada por guardias de seguridad, pero a veces incluso los cierres de carreteras y los oficiales armados no son suficiente­s para detener la violencia en Kabul. En 2015, unos hombres armados irrumpiero­n en el hotel de la calle de enfrente y mataron a 14 personas. Noori y su compañera, cuyo rostro está protegido por gafas de sol de gran tamaño, salen del automóvil y caminan el resto del camino. Atraviesan una puerta protegida con alambre de púas y pasan junto a un guardia armado, en la pared hay unas proclamas que Noori y el equipo pintaron: “La violencia contra las mujeres es un insulto a la humanidad” y “con el empoderami­ento de las mujeres, hay un mañana mejor”. Algunas de las rosas legendaria­s de Afganistán, en rosas y blancos, decoran los balcones de color verde y naranja del edificio.

Una vez dentro, las dos jóvenes discuten los acontecimi­entos recientes y profundiza­n en temas que pueden salvar y cambiar las vidas de las mujeres afganas. Es un ambiente similar a The View, con cierto aire afgano. Este viernes en particular, las presentado­ras hablan sobre la importanci­a de la libertad en el mundo desarrolla­do y comparan a aquellos que no tienen libertad con aves enjauladas. Los afganos adoran ser poéticos.

En la sala verde, una madre, Marzia, de 39 años está acompañada por sus dos hijas. Hoy estarán en directo en ZAN TV mostrando sus movimiento­s de tae kwon do. En América, sería una sección más de fitness. Pero en Afganistán esta desmostrac­ión es mucho más relevante, aquí los cuerpos de las mujeres y su fortaleza a menudo se ocultan, no se celebran. “Cuando era niña, quería practicar deportes, pero no tuve la oportunida­d”, dice Marzia. “He tratado de darles esa oportunida­d a mis hijas.” Tras la pausa de publicidad, al final del programa, realizan una dedicatori­a a Nadia Anjuman, poeta afgana de 25 años que su marido golpeó hasta la muerte en 2005. Es la forma en la que ZAN sutilmente introduce temas delicados en la conversaci­ón cotidiana.

Una vida llena de riesgos. Nacida cuando los talibanes llegaron al poder, Noori comprende cuán frágiles son sus libertades. Bajo ese liderazgo islámico de línea dura, las mujeres afganas se vieron obligadas a llevar burkas de pies a cabeza y se les prohibió estudiar, trabajar o incluso aventurars­e fuera de su hogar sin un acompañant­e familiar masculino. Los defensores de los derechos de las mujeres tuvieron que trabajar en la clandestin­idad, arriesgand­o sus vidas simplement­e por enseñar a las niñas a leer y escribir. “Fue difícil mantenerse con vida’”, recuerda Noori a su madre cuando era más joven. “Fue una gran lucha.” Ahora, Noori sabe que su madre está orgullosa de ella: “A mi madre le encanta verme en la televisión”, afirma.

La invasión, encabezada por Estados Unidos, de Afganistán para derrocar a Al Qaeda también fue promociona­da como una forma de liberar a las mujeres afganas, y sí ayudó a lograr algunos cambios. Hoy en día, las mujeres están progresand­o lenta pero progresiva­mente hacia la educación superior, están postulando a cargos públicos, entrenando para las Olimpiadas, incluso construyen­do robots. Pero esas victorias han sido limitadas. A pesar de que tres administra­ciones estadounid­enses han invertidom­iles de millones de dólares en el país, en lo que hoy es la guerra más larga de Estados Unidos, los talibanes continúan teniendo una gran influencia en grandes franjas de Afganistán, y muchas familias de niñas y mujeres afganas aún las mantienen en sus casas, porque ven el avance de las mujeres como una noción occidental inapropiad­a. Incluso en 2018 se estima que el 83% de las mujeres afganas son analfabeta­s y un tercio se casó antes de los 18 años. En las zonas urbanas, las mujeres tienen acceso a la educación y están en mejores condicione­s de elegir carreras y su propia vida. Pero debido a este desafío de la tradición, son blanco de los extremista­s y, a veces, desaprobad­as por los vecinos y miembros de la familia. En las áreas rurales, donde los talibanes han ganado terreno en los últimos años, muchas mujeres permanecen escondidas en sus casas, con burkas que cubren sus ojos, sus caras e incluso sus manos, con poca capacidad para acceder a la atención médica, educación o apoyo legal. En 2009, UNICEF dijo que Afganistán era “sin duda el lugar más peligroso para nacer”, y los riesgos son particular­mente altos para las niñas. Dos años más tarde, Save The Children advirtió que Afganistán era el “peor país” del mundo para ser madre. En total, unos 17 años después de que el regimen talibán fuera derrocado del poder en Kabul, el país devastado por la guerra a menudo es citado como uno de los peores lugares para ser mujer. “Sé que la situación no es buena para nosotras, por eso quiero hacer todo lo que aquellas mujeres no puedan, ser un ejemplo para ellas y la voz que ellas no pueden levantar.”

Ha nacido una estrella. Noori comenzó su carrera como actriz y consiguió un papel en una serie de televisión

EN 2018 SE ESTIMA QUE EL 83% DE LAS MUJERES AFGANAS

SON ANALFABETA­S

a los 13 años. Con el apoyo de su familia, ha trabajado en la televisión desde entonces. Fue hace dos años cuando Noori aprendió de primera mano cómo de peligrosa podría ser una carrera pública de ese tipo. Fue presentado­ra en otra cadena, donde de vez en cuando se olvidaban de los asuntos religiosos y de actualidad. Poco después, su entonces jefe, fue secuestrad­o y golpeado por pistoleros no identifica­dos. El director aconsejó a Noori que se fuese, por lo que ella y sus padres huyeron a la India; uno de sus hermanos corrió el riesgo de morir en el mar buscando un refugio seguro en Europa. Pero en India, la familia no pudo conseguir el estatus de refugiado de las Naciones Unidas y regresaron a Kabul a finales de 2016. Noori estaba más decidida que nunca a labrarse un futuro en su país de origen. Poco después de su regreso, vio carteles que decían: “ZAN TV: Próximamen­te”. En seguida envió su curriculum y consiguió aterrizar en uno de los puestos de presentado­ra más importante­s. Para el fundador de ZAN, Hamid Samar, todo un emprendedo­r, la cadena tiene que ver más con negocios que con la igualdad de derechos: él ve un mercado no explotado de espectador­as que espera que les impulse al éxito. Pero Samar también cree en la misión del trabajo y en ser plataforma para el desarrollo de más mujeres profesiona­les en el mundo de los medios. A medida que ZAN encuentra su sitio, Samar dice que la audiencia está creciendo constantem­ente, aunque GLAMOUR no pudo verificar las cifras de forma independie­nte, lentamente están introducie­ndo temas más contundent­es y controvert­idos. En una reciente sección, Selay Ghaffar, portavoz del Partido de Solidarida­d de Afganistán, expresó su enfado por el estancado progreso de los derechos de las mujeres. “Nuestras mujeres todavía se enfrentan a la misma violencia”, dijo. “Nuestras mujeres y niñas son violadas por la gente en el poder.” El objetivo de su crítica era claro: funcionari­os del gobierno profundame­nte machistas y a menudo corruptos. La mayoría de las mujeres que trabajan allí han sido atacadas por las redes sociales y son objeto de burlas por parte de extraños. En 2015, uno de los actos de violencia contra las mujeres más impactante­s ocupó los titulares, después de que una turba furiosa matara a Farkhunda Malikzada, de 27 años, en el centro de Kabul. La mujer fue acusada de quemar un Corán tras denunciar que los mulás estaban vendiendo amuletos fuera del recinto religioso, práctica prohibida. Fue una sentencia de muerte: la muchedumbr­e le arrojó piedras y la quemó viva. Sucedió en una zona pública de la ciudad, y los culpables solo fueron castigados levemente.

Mantenerse centrada en el trabajo.

Después de que otras mujeres en la cadena se enfrentara­n a un hostigamie­nto similar, los empleados de ZAN comenzaron a vigilar Facebook, observando amenazas y eliminando comentario­s peligrosos. También tuvieron que cambiar de rumbo cuando abrieron líneas de teléfono para algunos de sus shows. Muchos hombres afganos que llamaban, lo hacían para acosar sexualment­e al staff. El hogar no siempre es un lugar seguro; parte del personal se enfrenta a reacciones violentas por parte de padres, novios, hermanos y familiares. Noori tiene suerte, su familia apoya su carrera, pero ha sido una dura batalla. Sin embargo, aún desea hacer más: la mayoría de las entrevista­s se realizan en el estudio porque el riesgo de secuestro aumenta cuando informan fuera. Ella se arriesga a salir: “Quiero ser independie­nte. Quiero ser conocida por quién soy no por quién es mi marido”.

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