GQ (Spain)

U n poco de bilis

- el efecto doppler por Carme Chaparro - PERIODISTA Y PRESENTADO­RA DE TV

Siempre he sido una cagona. Me daba miedo hasta saltar el potro (tiempos de EGB, amiguitos). ¿Y si me llevo el trasto por delante? ¿Y si logro apoyar bien las manos pero me tuerzo una muñeca en el intento? ¿Y si apoyo las manos, abro las piernas, paso por encima pero luego caigo en plancha y me estampo contra el suelo? Día tras día, me negaba a jugarme la vida contra aquel trasto de Satanás. La primera vez que lo verbalicé las monjas me lavaron la lengua con jabón. ¡Hereje! Pero yo prefería mil veces un examen de matemática­s a una clase de gimnasia.

Me cuesta coger confianza con las cosas, qué queréis que os diga. La velocidad y yo –aunque sea contra un pobre plinto– no somos buenas amigas. Soy

cagona. Y torpe. Nivel usuario avanzado. De las de vergüenza ajena. De las de tropezarse con sus propios pies y caer humillante­mente al suelo. Y no una o dos veces. No. Muchas. Por eso admiro esa valentía innata ante el peligro que os supura por la piel a los hombres ante cualquier plinto, trampolín o pedrusco.

Cuando empecé el instituto, como nadie me conocía, me apunté a un viaje de fin de semana a la estación de esquí de Pas de la Casa. Mejor no os cuento. O sí, porque el primer –y último de mi vida– telesilla al que me subí nos dejó en la cabecera de una pista roja. No sé cómo no lloré. De pavor. Dejé pasar a todos, bajé los primeros metros como pude (ultra-mega-cuña-nivel-gran-torpe) y, al vislumbrar la primera gran pendiente, me quedé paralizada. Lo que se dice de piedra, pero literal. Intenté moverme hacia un lado, perdí el control y bajé decenas de metros rodando como un dónut de gelatina. Era mediodía. Pasadas las cinco logré llegar a la base, tras horas de caminar fuera de pistas, hundiéndom­e en la nieve y con los esquís al hombro. Llegué a tiempo para escuchar mi nombre por megafonía: "Carme Chaparro, por favor, Carme Chaparro, diríjase al punto de informació­n". Llevaban horas buscándome. Tuve que fingir que me había torcido una rodilla.

Aunque eso no es nada comparado con la gran aventura en El Corte Inglés, ya sabéis, ese sitio tan peligroso para la integridad física de las personas… Allí batí el récord del mundo de caída en escalera mecánica llevando zapato plano. De esa me destrocé una rótula, que no he conseguido recuperar ni pasando tres veces por el quirófano, pero que me da la excusa perfecta cada vez que me caigo.

Cuando aprendí a conducir, me suspendier­on el examen práctico por "abusar de la segunda". Pero, por primera vez en mi miedosa existencia, pronto le cogí el gustillo y, tras varios cursos en circuito, tuve mi periodo de conducción-macho-man-agresivo, que coincidió con el shockde sufrir los atascos madrileños y la gigantesca masa de energía negativa que concentran. Ahora la maternidad me ha devuelto al carril de la derecha y al volante sosegado. Así que, amigo conductor, aunque parezca torpe, yo también sé correr, y mucho, pero no voy a picarme contigo. Por cierto, sacúdete ahí, en el hombro, que tienes un poco de bilis.

"Admiro esa valentía innata ante el peligro que os supura por la piel a los hombres ante cualquier plinto o trampolín"

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